Vladimir Putin, martillo de Occidente

Vladimir Putin, martillo de Occidente

Pensando en los motivos de la invasión rusa, Bergoglio cree que quizás “los ladridos de la OTAN en la puerta de Rusia”, provocó la reacción y el enfado de Putin

Por: franz henao
mayo 04, 2022
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Vladimir Putin, martillo de Occidente
Foto: Wikimedia

La “Operación Militar Especial” iniciada el 24 de febrero por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha introducido al mundo en lo que el canciller alemán, Olaf Scholz, llama Zeitenwende, “un punto de inflexión”. Ello podría significar que las cosas van a cambiar, se entra en una nueva órbita, los asuntos de realpolitik exigen una nueva orientación, una redefinición más adecuada a los tiempos actuales.

Ya nada será como antes. China lo sabe, ha dado un golpe de mano, ignorando a la OTAN, envía a Europa, por primera vez, un sistema de misiles antiaéreos chinos FK-3, que el ejército serbio ha presentado en una exhibición militar en Belgrado el 30 abril, su presidente, Aleksandar Vucic, dijo que “solo representa una poderosa disuasión contra posibles atacantes”. Serbia no olvida el bombardeo de la OTAN en 1999.

¿Este punto de inflexión debe interpretarse como volver a la guerra de nuevo? ¿regresar a la salvajada del siglo XX que dejó diezmada a Europa? Lo que se escucha en los pasillos gubernamentales y en las cancillerías son tambores de guerra. No se oyen voces de concordia.

Ganar la guerra sin importar el precio

Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, clama el 4 mayo: “¿Queremos que Ucrania gane esta guerra?”, dice sin parpadear. Propone también sanciones individuales contra el patriarca Kirill de la Iglesia Ortodoxa rusa, que apoya sin restricciones las acciones del líder del Kremlin. El encuentro, cara a cara, entre Kirill y el papa Francisco, previsto para el 13 de junio, se suspendió a causa de la guerra.

Con el paso de las semanas, en el 70° Día de Guerra, se observa que Washington ha ido aumentando su protagonismo, como si sus objetivos bélicos hubieran cambiado: de ayudar a Ucrania, a castigar a Rusia. Washington solo está por atizar el fuego.

El 26 abril, en la base norteamericana en Ramstein, Alemania, Estados Unidos es el anfitrión de la Conferencia para la guerra de Ucrania, así muestra que lleva la batuta en este conflicto. El secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, que dirigió el encuentro de ministros de Defensa de más de 40 países, dijo que moverá “cielo y tierra” para suministrar las armas que lleven a Ucrania a ganar la guerra.

Austin resultó tan convincente en Ramstein que, Alemania, tan dividida sobre si enviar armas pesadas, ya que los ciudadanos alemanes anteponen la ética política, decidió enviar tanques antiaéreos Gepard a Ucrania, como lo expresó la ministra alemana de Defensa, Christine Lambrecht, en el marco de la conferencia patrocinada por el Pentágono.

Austin apremió a sus aliados a armar más y mejor a Ucrania. Agregó que Estados Unidos aumentará “la presión sobre las donaciones”. Lo único que persigue ahora es la derrota de Rusia, “debilitarla” para que no vuelva a invadir a nadie. No importa el tiempo que se tarde en ello.

La sombra alargada de Paul Wolfowitz

Esta es la estrategia de la “guerra sin fin”, ideada por el almirante Arthur Cebrowski, apadrinado por Richard Perle y Paul Wolfowitz, después de los atentados del 11 de septiembre, consiste en que a EE.UU. no le interesa ganar guerras sino empezarlas y prolongarlas el mayor tiempo posible, para destruir las estructuras políticas de los Estados donde se escenifica la “guerra sin fin”. Que, a la larga, buscaría debilitar a Putin y a su estructura de poder.

Putin es consciente de esto y acusa a Occidente de intentar “dividir a la sociedad rusa y destruir Rusia desde adentro”. También lo dijo en su discurso del 21 de febrero: “Solo les interesa impedir el desarrollo de Rusia”. Esta idea la ha repetido varias veces a lo largo de los años. Es como un imperativo histórico: el recelo persistente entre el Imperio ruso y Occidente.

En Ucrania, EE.UU. pone en práctica otra variable de vieja data, utilizar a un tercer país, suministrarle armas, apoyo logístico, entrenar a sus soldados y dinero para asuntos humanitarios. La llamada guerra subsidiaria. Por ahora la preocupación de Joe Biden es mantener la guerra de Ucrania dentro de Ucrania. Ha repetido varias veces el presidente norteamericano que no enviará a sus soldados al conflicto.

Esto en la teoría porque en la práctica el secretario de Estado de las Fuerzas Armadas del Reino Unido, James Heappey, hizo saber que es “legítimo” que el Ejército ucranio ataque objetivos militares, con armas anglosajonas, en Rusia. Esto se convertiría en la mayor provocación a Putin, cuyas consecuencias serían impredecibles. Es solo un acto de menosprecio, que no aporta nada en estos momentos. El Gobierno de Boris Johnson usa Ucrania como máscara para sofocar las divisiones internas y recuperar apoyo entre los Tories. Dedicado a festejar en pleno lockdown.

Llevar la razón atenta contra la dignidad humana

En el problema ucranio hay un interrogante de difícil respuesta: ¿Quién lleva la razón? Son muchos los factores que están en juego. Un nuevo orden internacional. Acabar con el unilateralismo de Estados Unidos. Archivar las viejas instituciones de Bretton Woods. El ascenso imparable de China como nueva potencia. Reformar las teorías apolilladas de Milton Friedman. Dar por periclitado el anacrónico esquema Reagan-Thatcher (no crean, Boris es fiel discípulo de Margaret, por increíble que parezca). Desnudar al socialismo de sus ropajes neoliberales. Y quizás, el centro de la discordia, la desaparición de la OTAN, un paquidermo inoperante, decrépito.

La pregunta temida: ¿Para el presidente Putin existen ahora mismo límites? Creo que todos saben la respuesta, pero callan por cinismo. Es un león entregado a librar una lucha feroz por dominar la manada, por conservar su poder zarista, por reverdecer la grandeza rusa, por hallar un lugar en la historia milenaria eslava, y en ser un epígono de Stalin, a quien admira.

Sería un error imperdonable olvidar que Rusia está por encima de Catalina la Grande, de Pedro el Grande, de Vladimir Ilich Lenin, de Iósif Stalin y del mismo Vladimir Putin. Es una civilización perenne, es una fuerza de carácter ineludible en la construcción geopolítica del mundo. La rusofobia es ajena a las tradiciones greco-latinas y germánicas.

Otra pregunta incómoda, urticante: ¿Y si Putin tuviera razón, y todo se resumiera en un complot internacional jaleado por Estados Unidos –en Alemania, Austria, en la misma Ucrania para no ir muy lejos, Putin tiene miles de admiradores- para derribarlo y socavar el poderío militar ruso? El rencor político de Estados Unidos hacia Rusia data de hace más de 100 años.

Quién escamoteo la legitimidad

El 24 de abril, The press United, de New Delhi, publicó un artículo de Daniel Kovalik, un profesor de derechos humanos de la Universidad de Pittsburgh, en la facultad de Derecho. Autor del libro: “No más guerra: Cómo Occidente viola el derecho internacional al utilizar la intervención “humanitaria” para promover intereses económicos y estratégicos”.

Kovalik argumenta que Rusia ejerce su derecho a la legítima defensa. Menciona el artículo 51 de la Carta de la ONU: “Derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un miembro de la Naciones Unidas”. Kovalik piensa que este derecho se activó en el caso de Rusia.

Bergoglio solo pide a la humanidad que actúe

En el diario Corriere della Sera, 3 mayo, el papa Francisco, concedió una entrevista. “Quiero ir a Moscú para hablar con Putin”. Bergoglio no busca protagonismo, no lo necesita, no persigue votos, no es presa de la ideología política, es su ser humanitario lo que lo motiva. Cuenta que habló con el patriarca ortodoxo Kirill por zoom durante 40 minutos.

“Los primeros veinte, papel en mano, me leyó todas las justificaciones de la guerra. Le dije: busquemos caminos de paz, para poner fin a los disparos de las armas. El Patriarca no puede transformarse en monaguillo de Putin”, dijo al Corriere.

Pensando en los motivos de la invasión rusa, Bergoglio cree que quizás “los ladridos de la OTAN en la puerta de Rusia”, provocó la reacción y el enfado de Putin.

El papa está seguro que la solución del conflicto es diplomática. Al contrario, el presidente Biden solo apela a las armas. ¿No piensa sino en la poderosa industria militar que, de esta manera, obtiene pingües beneficios? Su manera de razonar es capitalista. Así el ser humano aparece convertido en “el monstruoso insecto” de Gregorio Samsa.

Japón el 7 de diciembre de 1941

La diplomacia por lo general, cuando no hay compromiso, no da resultados. A finales de los años 30 del siglo XX, Japón invadió China. El presidente FDR concedió créditos a China para comprar material de guerra y restringió el petróleo, el acero, el hierro y otros bienes necesarios para las crecientes industrias japonesas.

Este escenario es idéntico al que hoy se escenifica en Ucrania. En 1930 todo se convirtió en un acto de diplomacia fallida. La crisis se agravó cuando Japón se unió a la alianza tripartita con Alemania nazi e Italia fascista.

En septiembre de 1941, Roosevelt le dio largas al primer ministro japonés Konoe Fumimaro que le propuso una reunión. Reunión que nunca se dio. En noviembre, EE.UU. pide a Japón que retire las tropas de China, a cambio de levantar las sanciones. Ninguna de las partes cedió.

Hal Brands, asistente de secretario de Defensa, entre 2015 y 2016, profesor de Jhons Hopkins, historiador, autor de “Poder y propósito en el arte de gobernar estadounidense de Harry S. Truman a George W. Bush”, habla en The New Yorker: “No tuvimos éxito en la disuasión de un gran ataque japonés en 1941. Aquello fue un clásico fracaso de la disuasión”.

¿Qué produjo ese fracaso? Brans no ahorra palabras: “En realidad puede haber sido porque pusimos a los japoneses en un lugar en el que, si no usaban la fuerza, morirían por lento estrangulamiento”.

EE.UU. con su diplomacia fallida compelió a Japón al bombardeo de Pearl Harbor. Pero también hay otro gran prejuicio entre la diplomacia americana. Para ellos negociar es un acto de debilidad. En estos momentos, aún no es tarde para negociar con Putin.

Entonces, bienvenido el punto de inflexión del canciller Olaf Scholz como un nuevo amanecer, pero como dice Bergoglio: Primero silenciar las armas. “Ganar la guerra” como quiere el señor de las armas, Lloyd Austin, no significa lucidez, sí terquedad.

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