“¡Oh Rusia, inmensa aldea!”, exclamó Pushkin una de esas mentes privilegiadas de la literatura rusa. En esa inmensa aldea cohabitan etnias, dialectos, culturas, fronteras diversas que se pierden en las estepas, centenares de hordas que van y vienen por entre los bosques y llanuras siberianos buscando el arraigo de un mejor vivir. Nunca se pueden apartar los ojos de su historia que es palpitante, frenética, caótica, como en el siglo XX que dio origen a las revoluciones de 1917 y 1991, que tanto han gravitado en la mente del pueblo ruso, de los eslavos, de la Iglesia ortodoxa. El 17 engendró la Unión Soviética y el 91 la liquidó. De entre las turbias cenizas amontonadas por la desaparición del sistema soviético salió fantasmal Vladimir Putin, su aparición causó perplejidad dado sus sombríos orígenes de espía del KGB, pero dejó claro que tenía arrestos y que llegaba para quedarse. Empezó a vender su idea de reconstruir una Rusia ajena al modelo soviético y diferente al capitalismo occidental.
El pasado 18 de marzo, obtuvo un triunfo clamoroso con su tercera reelección. Ya ganador, le preguntan si se presentará de nuevo en 2024, debido a que la constitución rusa prohíbe dos períodos consecutivos de seis años. “No preveo ninguna reforma constitucional por el momento”, dijo el presidente, teniendo cuidado en no ser concluyente. En el último siglo sólo un político ruso ha permanecido más tiempo en el poder que él: José Stalin, 31 años, entre 1922 y 1953. Si comparamos a Putin, Stalin y el zarismo, esas tres ‘entidades’ se asemejan por su papel de autócratas que es lo que define al gobernante ruso. Este rol político, si es que así se puede llamar, lo estableció y le dio vida Pedro I “el Grande” a quien se proclamó zar en 1696 e intentó combatir la sociedad feudal y hacer del país un Estado poderoso y afín a Occidente. Así como era de grande, él medía más de dos metros, del mismo tamaño eran su magnificencia y crueldad, corrían parejas. Se inventó en 1703 una ciudad de leyenda y de fábula que sacó de la nada: San Petersburgo, donde Putin vio la luz. El historiador Montefiore en su libro La dinastía Romanov menciona un aspecto que resulta revelador: "Pedro fue el gran ejemplo de una constante en la historia de Rusia, la gran tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre lo ruso y lo occidental". Es muy probable que Pedro sea uno de los modelos del ex espía, reconvertido ahora en hombre de Estado.
En Rusia hay de todo. Mongoles, kazajos, uzbecos, tártaros, kirguises, cosacos. Genuino crisol multiétnico que nada tiene que ver con el Melting Pot de los Estados Unidos, de otro orden. ¿Cómo implicar a tan disímiles formas de pensar en una misma dirección, por ejemplo, a Kazán, capital de la República de Tartaristán, en el extremo oriental de la Rusia europea, fundada en 1804 por el zar Alejandro I, que se miraba en el Rey Sol francés, clave en la economía soviética y en la actual república autónoma por sus yacimientos de petróleo, sus creencias islámicas y donde impera la etnia tártara, 52,9%, con la ciudad de Samara, en el suroeste de Rusia, fundada por un decreto del zar Fiódor en 1586, hoy con un potencial industrial y de transporte, famosa porque aquí se construyó el conocido cohete SOYUZ (unión) y se produce la no desconocida marca Lada, además de ser potencia cultural y donde la etnia rusa es mayoritaria con 83,6%? Solzhenitsyn, tan conocido por sus sobrecogedores relatos del Gulag, planteó que la vía para regir Rusia estaba en una fuerte cohesión interna alrededor de una idea.
Putin que tomó lo de la idea, tras su triunfo que le dará 24 años en el poder, en una elección “completamente amañada”, según la revista económica francesa Challenges, no ha ofrecido nada para transformar una sociedad considerada inmóvil. En su página web, previa al día 18 de marzo, no se leía ningún programa, más bien promesas y había una idea faro: “Un presidente fuerte, una Rusia fuerte”. La idea del autócrata vestido con el traje de zar que ha concentrado sobre sus hombros excesiva autoridad y el poder desbordante de sus redes de influencia. Cuando era agente encubierto de KGB actuaba bajo el nombre en clave “Platov” (nombre de un militar ruso nacido en territorios cosacos del siglo XVIII), “nadie debía saber tu nombre verdadero”, contó en el documental ‘Putin’ del periodista Andréi Kondrashov. Esa es su táctica, muy KGB, ocultar en un cofre hermético su juego para despistar al otro y así mantener el control del poder. Ese presidente fuerte y esa Rusia fuerte se han canalizado en el Servicio de Seguridad Federal (FSB, siglas en ruso), creado en 1995 para combatir a los agentes que amenacen al Estado. Litvinenko, el espía ruso asilado en Londres, acusó de corrupción a funcionarios del FSB (ex-KGB), era considerado “traidor”, fue envenenado en 2006. Reino Unido dice que sus asesinos tal vez gozaban de la aprobación de Putin. Algunos de sus opositores, incluso periodistas, han muerto sin explicaciones. La socióloga rusa, Olga Kryshtanovskaya dijo a la BBC, “estamos siendo testigos de una restauración de la KGB” bajo el mando de Putin. Se ha rodeado de lo que en ruso llaman ‘siloviki’, que significa gente con fuerza, políticos de alto rango en las instituciones estales de la Federación Rusa que eran miembros de los órganos militares o de seguridad, y trabajaron codo a codo con Putin en los primeros años de su carrera.
Disentir del zar no era aconsejable. Esto lo experimentó el famoso poeta Pushkin –que pertenecía a la nobleza- en 1820, fue desterrado al Cáucaso por sus opiniones contrarias al orden político, a la monarquía y a la Iglesia Ortodoxa. Cinco años después, el nuevo zar Nicolás I autorizó su regreso a Moscú, siempre y cuando el mismo zar escrutara los libros que escribiera. En la actualidad es el ajedrecista Gary Kasparov el exiliado por oponerse a Putin. En un artículo que publicó el 15 de marzo, 3 días antes de las elecciones, titulado La verdad sobre Putin, escribe que “dejemos de llamar elecciones a lo del domingo, y a Putin presidente, es un dictador, y llegó a ser tal debido a dos factores”: Uno, la maquinaria de propaganda del Kremlin, “yo nunca he visto una propaganda tan intensa como la de Putin en mi vida, tanto en Rusia como en la Unión Soviética. Mi madre me dice que la propaganda ahora es peor que con Stalin. Son 24 horas al día, siete días a la semana, contra Estados Unidos, contra los judíos, contra Ucrania”. Dos, por la complicidad de Occidente durante largos años.
Sobre este último punto, Joe Biden y Michael Carpenter, escriben un ensayo en la revista Foreing Affairs (Enero-Febrero de 2018), Cómo defenderse del Kremlin, mencionan a “los oligarcas rusos que hicieron grandes sumas de dinero en las últimas décadas y han estacionado gran parte de esa riqueza en Occidente, incluidos los mercados inmobiliarios de lujo en Londres, Miami y Nueva York”. Chipre, país de la Unión Europea, es un balneario de las grandes fortunas rusas. También buscan el beneficio del paraíso fiscal suizo. Alexei Navalny, principal opositor a Vladimir Putin, en enero 2016, denunció el enriquecimiento ilícito y blanqueo de dinero en Suiza del hijo del Fiscal General de Rusia, Artiom Tchaïka, aprovechando la confidencialidad bancaria suiza, e invita a los suizos a “protegerse contra el dinero criminal llegado de Rusia”. Con esos miles de millones de dólares –dicen Biden y Carpenter- el Kremlin financia operaciones para influir en el exterior, apoyando movimientos antiestablishment en Europa, que hablan de establecer lazos estrechos con Rusia o cuestionan el valor de la membresía en la OTAN o en la UE.
La Reserva Federal de EE.UU. el 31 enero 2017 multa por 600 millones de dólares al banco alemán Deutsche Bank por lavado de dinero procedente de Rusia en alrededor de 10.000 millones de dólares. Christophe de Margerie, presidente de la petrolera francesa Total, pereció en absurdo accidente de avión en Moscú en octubre 2014. Había ido a saludar a Putin, su amigo. De Margerie estaba en contra de las sanciones de la Unión Europea a Rusia por la crisis en Ucrania que dio comienzo en 2014 y era partidario del “diálogo constructivo” que necesita la “interdependencia económica”. Total es dueña de parte del capital de la rusa Novatek y busca que Rusia sea su principal zona de producción en petróleo para 2020, según la revista francesa Challenges.
Vladimir Putin sabe jugar con la codicia de Occidente y explotar sus temores. Por eso agita las aguas con sus movimientos en Ucrania, en Crimea, bombardeando Siria y hablando de sus nuevas armas nucleares. Su mensaje es nítido, aquí estoy yo, y sobre todo, no voy a permitir que Occidente le diga a Rusia lo que tiene que hacer. Esto al pueblo ruso le encanta. Oleo Sokolov, joven simpatizante del mandatario lo expresa así: “Con Yeltsin, sentía vergüenza de quien estaba gobernando mi país. Pero Putin representa fortaleza y eso es importante”. El autócrata que inteligentemente se puso la ropa de un zar para engrandecer su propia figura, también sabe el camino que ha recorrido para llegar donde está: “En tiempos pasados todos mis ancestros eran campesinos siervos y yo soy presidente” dijo recientemente. Su modelo de gobierno lo extrae de Pedro el Grande, su ícono, de Stalin [“demonizar a Stalin es una forma de atacar a la Unión Soviética y Rusia”, dijo al cineasta Oliver Stone, aunque no olvida “los horrores del stalinismo”] y de la desintegración de la Unión Soviética, de la cual él mismo es producto y a la que califica de “una de las mayores catástrofes del siglo XX”. Hoy tiene el conflicto del exespía Serguéi Skripal, del que Londres culpa a Rusia. Este enfrentamiento será para su mayor gloria. El pueblo ruso lo aclamará como un héroe.