En el momento de mayor tensión del siglo XXI, con una pandemia sin precedentes, algunos siguen impulsando teorías conspiratorias acerca del origen del COVID-19: culpan los gobiernos comunistas, capitalistas y potencias mundiales, y rebuscan otras posibles causas que solo despiertan mayores odios entre la raza humana. Sin embargo, otros pensamos que la tierra nos habla en todo momento. Nuestra codicia, ansias de poder y consumo exacerbado nos están llevando a nuestra propia destrucción. Cuando vemos por estos días que los animales vuelven a frecuentar nuestras calles, mares y ríos, la capa de ozono se ha recuperado, el planeta ha reducido su temperatura 1,2 grados centígrados, entre otros milagros que evidencian la rápida regeneración de la tierra en tan solo semanas, deberíamos ponernos a reflexionar sobre nuestros hábitos de vida y los estragos que le hemos causado a la Pachamama.
Pero, entonces, ¿cuál es la relación que existe entre el coronavirus y lo que acontece hoy en el mundo, con una filosofía construida en el tiempo por las comunidades negras del pacífico colombiano? Yo quiero decirles que todo. El “vivir sabroso” es usar y convivir de forma sustentable con su entorno, compartir lo que se tiene y trabajar de forma comunitaria para lograr objetivos en favor del bien común. Las comunidades negras se consideran parte del territorio y de los ecosistemas circundantes, por ende existe una relación simbiótica y espiritual entre ellos y el mar, el río, la selva, el manglar y las especies que habitan en estos.
Las consideraciones modernas del antropocentrismo se desdibujan en estas comunidades. En ellas se piensa que la vida en todas sus formas hay que preservarla para las próximas generaciones y usarla de forma sostenible. No es gratuito que comunidades como la de Nuquí en el Chocó o las rurales de Buenaventura y Tumaco sean modelos de conservación, que le apuestan a la pesca responsable, la producción agroecológica y a un modelo de menor impacto en su entorno. Tampoco lo es que Francia Márquez y Libia Grueso, ambas del Proceso de Comunidades Negras, hayan obtenido el Premio Goldman, considerado como el nobel ambiental.
El “vivir sabroso” dialoga con otras filosofías (como el “sumak kawsay” o el “buen vivir” de las comunidades indígenas de Sudamérica, el “ubuntu” de origen sudafricano, fuertemente impulsado por Mandela desde el siglo pasado, entre otras), pero también es objeto de problematización por autores modernos: Natalia Quiceno con su libro Vivir sabroso: luchas y movimientos afroatrateños, en Bojayá, Chocó, Colombia o Arturo Escobar con sus diferentes teorías acerca del posdesarrollo, el sentipensar y el cuidado de la naturaleza.
Las comunidades negras han venido dinamizando diferentes mecanismos de resistencia desde el periodo colonial, las cuales han generado ciertas ventajas y desventajas en su supervivencia. Esto lo retratan los índices de pobreza rural del 80% en el litoral del Pacífico, según el RIMISP, y las limitaciones ya conocidas tanto en el Pacífico como en resto del país. Esto sumado al inclemente asedio de los grupos al margen de la ley. Sin embargo, las desventajas se convierten a la vez en oportunidades.
Lo que hoy sucede es una antesala a lo que podríamos considerar un cambio socioeconómico inducido, el cual propone que revisemos nuestros actos actuales. Lo que pasó en el “primer mundo” demuestra la decadencia sistémica del modelo actual, cooptado por los grandes capitales y el deseo de acumular dinero a toda costa, sabiendo que a la final no se refleja un estado de bienestar colectivo. El individualismo planteado por Adam Smith nos pasó factura.
Además, el discurso de lo "glocal" tendrá que reinventarse y esta filosofía podría ser fructífera para ello. El desafío está centrado en reconocer hasta dónde estamos dispuestos a cooperar y cómo se reestructuran las relaciones vis a vis entre países y, por qué no, entre regiones. Creo que ahora está demostrado que el concepto globalización es importante, mas no determinante. Debemos aprender a producir de todo, pero no solo para exportar sino para satisfacer nuestro propio consumo. El escenario político no será el mismo, así como las guerras mundiales cambiaron el destino del mundo o los procesos de colonización en otros períodos, este será un punto de inflexión de la historia contemporánea, que no sabemos qué nos deparará y qué traerá de nuevo.
Esta filosofía de vida nos conduce a vivir más sabroso, a vivir con menos pero con dignidad, compartiendo lo mucho o poco que tengamos, respetando la naturaleza y pensando la tecnología como un bien común y no como una mercancía. Acá los modelos colaborativos y algunas visiones premodernas de interrelación e intercambio (como el trueque, la minga, el cooperativismo y el manocambiada) serán determinantes en las nuevas relaciones de producción locales, regionales, nacionales y globales.
También es menester repensar la relación ciudad-campo, no solo desde la explotación de lo rural (exclusivamente desde los bienes y servicios que nos provee) sino la dignificación del mismo. A estos territorios tiene que llegar lo bueno de la modernidad: educación, salud, infraestructura, tecnología y capital. Hay que repensar el modelo de redistribución de la tierra y la dignidad que trae consigo poseerla. El modelo de hacienda y de latifundismo latinoamericano nos demostró que no funcionó. Además, con el petróleo a la baja, tendremos que pensar en el que utilizan estas comunidades negras, indígenas y campesinas para vivir sabroso y proveernos de alimento y un sinnúmero de cosas más.