Vivir más, pero no mucho más
Opinión

Vivir más, pero no mucho más

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enero 23, 2015
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El equilibrio no existe, lo que existe es el equilibrista.  El equilibrio no es una realidad permanente, estable. A veces el equilibrista por momentos o períodos cortos de tiempo se mantiene en equilibrio. La efímera salud es el equilibrio, el terco equilibrista el enfermo: ese buen hombre que camina por una cuerda floja y puede llegar a una plataforma un poco más firme o caer.  Así es toda nuestra vida queramos o no.  La evolución nos ha hecho buenos equilibristas fisiológicos que perdemos y recobramos hábilmente el equilibrio hasta un día“caer”, morir. Esto no es sino el famoso concepto del milieu intérieur, el medio interior homeostático, elaborado por Claude Bernard a mediados del siglo XIX.

La medicina consideró el equilibrio como salud y el desequilibrio como enfermedad desde tiempos antiquísimos. No sabemos si la doctrina se originó en la medicina india (tres humores) o china (cinco elementos) o en el coherente pensamiento griego (cuatro cualidades, cuatro elementos, cuatro humores, cuatro estaciones en el año, cuatro edades del hombre, etc.) porque las grandes culturas euroasiáticas, Occidente y Oriente, experimentaron fertilización cruzada desde Alejandro Magno, los persas y quizás desde antes. La síntesis galénica, canon de la medicina por más de mil quinientos años, consideraba las enfermedades un desequilibrio de los cuatro humores del hombre: sangre, flema, bilis (colé en griego) y bilis negra (mélas-colé de donde viene melancolía). Esas ideas aún viven entre nosotros.  Hablamos por ejemplo de los cuatro temperamentos del hombre: sanguíneo, flemático, colérico y melancólico.

En cualquier sala de cuidado crítico actual se repiten exámenes de laboratorio, todos los días y quizás innecesariamente, para certificar que el paciente se mantiene en “parámetros normales” o “equilibradito” como dicen algunos médicos. No es sino la persistencia de aquella vieja idea: el equilibrio es salud, el desequilibrio enfermedad. Pero esa manera de ver las cosas tiene sus límites. Yo recuerdo a mis estudiantes que hay pacientes que mueren con todas sus medidas de laboratorio “normales” hasta el último momento, la súbita “caída” del equilibrista. Y hay otro problema serio con la incesante búsqueda del equilibrio del paciente en medicina, gastamos muchos recursos y producimos daño iatrogénico con nuestras excesivas acciones compensadoras como equilibristas inquietos.

Primero el costo: el 5 % de los pacientes en EE. UU. es responsable del 50 % del gasto en salud (Forbes, 1/10/2013). Además, un tercio de esta enorme cantidad de dinero se consume en el último mes de vida de los pacientes de hospitales y unidades de cuidado intensivo.  Se han dado distintas explicaciones a estas cifras: queremos vivir mucho tiempo y no nos gusta morir, confundimos duración de la vida con calidad de vida, existe una “industria del cuidado” que tiene grandes ganancias por esta situación, ni los gobiernos gastan mucho ni los ciudadanos sacrifican mucho (fumar, beber, comer, estilos de vida) en prevención de enfermedades, etc. Pero una explicación más profunda sería reconocer que algunas veces al arte médico, no siempre una ciencia predictiva y predecible, le “sale el tiro por la culata” y lo que hacemos produce un resultado contrario o no deseado.

Este es el segundo punto: algunos heterodoxos sospechamos que esa terca búsqueda del equilibrio, la “salud” a todo costo, es iatrogénica en ocasiones.  El pensador, no médico, Nassim Taleb discute este peligro de la medicina actual en su libro Antifragile: things that gain from disorder(“Antifrágil: cosas que prosperan en el desorden”, Random House, 2012).  Su posición resumida es que las intervenciones terapéuticas (quirúrgicas y farmacológicas) son beneficiosas cuando el paciente está en el extremo de una curva cóncava (bien, bien enfermo en otras palabras) y son peligrosas o iatrogénicas cuando el paciente está hacia el centro de la misma curva (apenas enfermo). Por ejemplo, si una mamá suministra antibióticos a toda gripa con moquitos de su hijo sobrevendrá una infección con gérmenes resistentes en el niño y la comunidad. En otras palabras, no toda fiebre merece antibióticos, hay que dejar de pensar como “fragilista” y recordar que muchos sobrevivimos al desorden (la fiebre con sus malestares) pues nuestro organismo es un buen equilibrista.

Taleb llega a proponer que la substracción de intervenciones terapéuticas añade años a la vida y vida a los años (Cap. 22 “Vivir más, pero no mucho más”). Un estudio estadístico cuidadoso demuestra que limitar el gasto médico a condiciones especialmente graves evitando muchas cirugías electivas, las “estéticas” caprichosas y sus complicaciones por ejemplo, aumentaría el promedio de vida de la población.  Tendríamos más recursos, horas de quirófano por ejemplo, para enfermedades verdaderamente peligrosas y menos problemas por tratamientos excesivos. Él llama a esta posición, casi estoica y ascética, la vía negativa en medicina: “Siempre que sea posible remplace acudir al médico con el recuerdo de la antifragilidad humana”. No todo malestar o ansiedad es enfermedad, añado yo.

 

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