Puede que usted no lo crea pero es muy difícil escribir sobre la corrupción porque mientras los moralistas se quedan en la repetición de frases comunes cada vez que una nueva olla podrida se destapa, los “abudines” avanzan a una velocidad increíble con sus nuevas estrategias, destrozando nuestras esperanzas de construir un mundo mejor. ¿Será que la innovadora avaricia forma parte de la esencia de la humanidad y estamos condenados a vivir así hasta la eternidad?
Como yo lo veo, el problema que hay en esta laguna fangosa no es por culpa de “ellos”, los corruptos, sino de nosotros que hemos venido construyendo esta nación. Aquí estamos, unos con más culpa o responsabilidad que otros, pero todos juntos. Mientras miles de lagartos se revuelcan en el lodo de las pequeñas mentiras, la informalidad o la trampa ilegal hasta ascender a los altos cargos del Estado, los otros participan del espectáculo a pequeña escala en sus pequeñas parcelas del barro, ya como discretos actores o como simples espectadores.
Por eso podemos decir que el éxito de la corrupción está ahí, en la hipocresía de la mayoría de las personas que observando lo que pasa en laguna, callan esperando pacientemente su turno para actuar o simplemente se acomodan en su madriguera familiar bajo el lema de: “coma callado papito, no se meta en problemas” o “haga de cuenta que no pasa nada, viva su vida y conserve su puesto”.
Nadie más que los colombianos fuimos los que construimos este pantano pestilente. Con el voto de millones de personas fue que se estructuró el negocio de la salud para beneficio de los “emprendedores” y que funciona sobre la base de inventarse tretas para no entregar los medicamentos o negarles el servicio a aquellos ingenuos electores.
Con los sistemas masivos de transporte pasa lo mismo, los montaron como monopolios para el lucro particular donde impera la lógica de: “entre más se llenen los buses, mejor”. Pero eso no es todo, contrario a lo que sucede en Europa, aquí, crearon las estaciones para repartirse nuevos tipos de contratos.
Fueron los colombianos los que elaboraron y votaron por una constitución que hizo de la charca fangosa el reino propicio para que los dragones del mercado, hicieran del derecho a la educación un negocio privado que funciona pagándole a los profesores bajos salarios. Negocio perverso donde tienen cabida la venta de títulos falsos, tráfico de tesis y las marrullerías ministeriales para poner rectores funcionales a la politiquería nacional.
Esas áreas que he mencionado solo muestran una pequeñísima parte del problema porque toda la estructura del Estado con sus sistemas de elección, designación, contratación, “vigilancia” y “control” está ruinosamente llena de moho y si reuniéramos todas las historias que cada uno de nosotros conoce sobre lo que sucede a nuestro alrededor, evidenciaríamos que estamos ante una sociedad engangrenada y por lo tanto no debemos sorprendernos por lo que sucede, pues simplemente vamos nadando como peces de estas aguas turbias, con toda naturalidad.
La cuestión es que tenemos que superar la mirada del moralista que siempre está listo a decirnos lo que otros hacen mal, para volver al tema esencial: la ética. No se trata de quedarnos en la censura hacia las conductas reprochables sino de reflexionar sobre qué podemos hacer para que todos tengamos una vida que valga la pena ser vivida. Estoy hablando de un TODOS que elimine la división por “estratos socioeconómicos”, que reúna en el respeto, a los arios, los extranjeros, las mujeres, los paticorticos, a los ñatos etc.
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo entender que mi felicidad puede y tiene que ir de la mano con el bienestar de los demás? Pero como ahora nos dicen que de los “emprendedores” será el reino de los cielos y a los de más que se los lleve el patas…. Así es como difícil.
Desde esta humilde posición en la charca yo, como buen desempleado sí les digo: esto va mal y tiene que cambiar por mi bien y por el suyo.