Vivir en las ciudades
Opinión

Vivir en las ciudades

El gran desafío es rectificar tendencias históricas y recuperar la integración desde las regiones en procesos de convergencia que afronten la dura realidad

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enero 19, 2024
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Desde hace rato Colombia es una sociedad urbana. Hoy de cien habitantes, setenta y seis aproximadamente viven en ciudades. ¿Cómo llegó a ocurrir este fenómeno?, primero digamos que es un rasgo del continente y del planeta, pero también reconozcamos que las situaciones de desigualdad, exclusión, despojo de tierras y violencia en el ámbito rural del país fue haciendo crecer de forma desordenada nuestras cabeceras municipales, centros poblados de más de cien mil habitantes y grandes urbes que aglomeran la población en modos de vida citadina.

Recordemos que nuestra geografía está gobernada por el eje de las tres cordilleras en las que se bifurca al llegar a nuestros territorios la cadena montañosa de los Andes, y que la red de sabanas y valles interandinos ligados a estos se conectan de forma precaria con nuestros dos litorales, el Pacífico y el Atlántico, y mucho más distantes con las zonas bajas de la Orinoquia y la Amazonía. Somos una nación llena de atributos y riquezas ecosistémicas, de diversidades sociales y culturales que desde mediados del siglo XX comenzó a ser un tejido urbano que en este tiempo demanda salidas a fenómenos de metropolitanización de facto y más capacidad de adaptación a la urbanización dispersa que crece con pocos acuerdos y sin planeaciones adecuadas.

Dos son los relatos en la formación de ciudades y uno el resultado: en primer lugar, se menciona la presión demográfica producto de la migración campo ciudad por razones de las violencias o búsqueda de oportunidades sociales o económicas; en segundo lugar, se ha promocionado mucho el relato de la emergencia de un triángulo de oro o del desarrollo en la región andina que involucra a Bogotá, Cali y Medellín como grandes centros de concentración de población y de actividad económica. Se supone que a partir de esa triada emergió un sistema de ciudades modernas que llegaron al umbral del siglo XXI, configurando nuevos horizontes de integración urbana-regional del país, incorporando a Barranquilla y Cartagena en el Caribe, al eje cafetero con Armenia, Pereira y Manizales, a Cúcuta y Bucaramanga en el Oriente, entre otros centros emergentes.

Mas allá de esa proyección, es menester reconocer el resultado de un proceso histórico de poblamiento acelerado: tenemos un tejido de país muy desequilibrado entre el campo y la ciudad; hay aun mayor desequilibrio en la conformación de las pequeñas, medianas o intermedias y las grandes ciudades, especialmente en sus márgenes o sus periferias, en las cuales podemos encontrar los peores indicadores de realización de derechos y de condiciones de vida, lo cual termina afectando transversalmente la sobrevivencia en el andén urbano colombiano.


A unos veinte millones de colombianos en las ciudades les ronda la pobreza monetaria y multidimensional, la exclusión, la precarización y la violencia


Hoy sabemos que, de cincuenta y dos millones aproximados de colombianos, unos cuarenta millones viven en entornos urbanos, entendemos que esa población ha tenido una desaceleración en el crecimiento de la tasa poblacional, con un descenso en la fecundidad grande: pasamos de seis hijos en los sesenta a uno punto siete por hogar en el 2022. También es conocido que, entre los aproximadamente trece millones trescientos treinta mil hogares urbanos, han crecido los tipos de hogares unipersonales y que en el 2022 el promedio de personas por hogar era de 2,092 personas. Observamos también que en la última década la migración del hermano país de Venezuela ha llegado a un millón quinientos ochenta y cinco mil personas con permisos de permanencia por protección temporal, sin contar con los que están sin proceso de legalización; migrantes que se han asentado especialmente en las zonas citadinas de condiciones más vulnerables.

Conocemos por la vida en las ciudades que los indicadores de desempleo se mantienen altos, que el trabajo sobreexplotado e informal ha crecido y que a instancias de las ultimas recesiones económicas de la década estamos llenos de brechas en los derechos sociales y en general respecto al emergente derecho a la ciudad y al territorio. Lo que no sabemos aún de forma muy precisa es cómo lograremos detener el deterioro ambiental, recuperar y cuidar las fuentes de agua, mejorar el acceso a la vivienda y el hábitat, a la movilidad sostenible, a concretar la estancia en las metrópolis de facto, afrontando los problemas de oportunidades sociales y económicas para el cincuenta por ciento de la población urbana, unos veinte millones de colombianos a los cuales les ronda la pobreza monetaria y multidimensional, la exclusión, la precarización y la violencia.

Tenemos pues la tarea cotidiana de sobrevivir en las ciudades, pero tenemos una gesta más grande por concretar relacionada con diseñar y aplicar estrategias de sostenibilidad urbana que permitan rectificar las tendencias históricas y recuperar la integración del país desde las regiones, en procesos de convergencia que afronten tan dura realidad que aquí escasamente se alcanza a dibujar. Toca avanzar en el dibujo de las respuestas y las soluciones con mayor sensatez.  

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