“Es toda una experiencia vivir con miedo ¿verdad? Eso es lo que significa ser un esclavo” (Blade Runner, 1982).
A eso nos han llevado los tecnócratas y supuestos líderes mundiales. Mientras los grandes potentados de la ciencia y la tecnología y los caudillos políticos de toda catadura disfrutan de privilegios groseramente ostentosos un gran porcentaje de la población mundial vive en la angustia extrema que inicia al amanecer y no cesa, ni siquiera, durante los breves periodos de descanso.
Pero a los izquierdosos que propugnan el cielo en la tierra desde las consignas dialécticas de su todopoderoso Marx les digo que este no es un escrito apoyando sus políticas llenas de vacíos lógicos y de desprecio por la naturaleza humana; este no es un texto a favor de sus criminales jefes de partido o de sus irresponsables intentos de implantar un sistema empobrecedor y denigrante. De paso, a esos señores de izquierda que promueven la pobreza mientras saborean un delicioso vino francés o degustan una tostada cubierta de delicioso caviar ruso o a los intelectuales que se regodean de ser superiores a la media proletaria que está por debajo de sus mentes superiores también les va esta crítica.
A los ultraderechistas que se alegraron al leer el párrafo anterior les aclaro que esto tampoco va con ustedes y por sus consignas de desprecio hacia aquellos que honradamente intentan salir adelante con el esfuerzo y el tesón del trabajo diario y honesto mientras, algunas corporaciones, pisotean al pequeño empresario y hacen lobby en las antesalas de los “líderes” políticos de turno para seguir obteniendo prebendas y beneficios, claro está, apoyados en sus multimillonarios apoyos a los demagogos de izquierda y derecha que asientan sus despreciables posaderas en las sillas presidenciales de muchas naciones que se hunden en la miseria moral y espiritual todos los días, en jornadas de 24 horas por 7 días, los 365 días del año.
Este escrito es un llamado de atención a todos aquellos que se subyugan ante un Estado que cada vez, con mayor frecuencia, conculca a los seres humanos su derecho a vivir en libertad y que, sobre cualquier cosa, habilita a los funcionarios públicos para que usufructúen la riqueza de las naciones en beneficio propio; disfrutando de groseros privilegios e ingentes ingresos que no se corresponden con los resultados operativos que de ellos se espera.
Mientras los parásitos del poder público despilfarran y se apropian de la riqueza generada por el trabajo y sacrificio de una mayoría silenciosa de personas que trabajan honestamente en diversos campos y áreas de la economía; otros tratan de sobrevivir acosados por normas y regulaciones que (por cientos y miles) intentan controlar groseramente la libertad de los individuos.
Por otra parte, tenemos la manipulación mediática, los fake news, las multimillonarias campañas desde la visión de youtubers o influencers para mantener a las personas en constante angustia, sobrecargadas de información y expuestas a medias verdades y mentiras de todo calibre. Un sobresalto sigue al otro, una “pandemia” nos recluye y nos obliga a renunciar al contacto humano, además de destruir la economía y de presionar a los individuos a vivir en una semirealidad virtual que ha transformado a una herramienta al servicio del ser humano, como lo es la informática, en una nueva forma de esclavitud.
Se ha establecido una sociedad, por lo menos en nuestro ejemplo más cercano que es Latinoamérica, donde se han concentrado los poderes en unas pocas manos, donde la iniciativa privada se golpea solapadamente desde la regulación y los impuestos; una sociedad poco creativa porque su educación pública premia la memorización textual o la ideologización grosera, frente al pensamiento libre e innovador. Mientras los maestros abierta o disimuladamente envenenan a niños y jóvenes con las perniciosas ideas del marxismo, en el otro extremo se nos venden las panaceas universales para la “alegría y la felicidad” con figuras ideales que, viéndolas muy de cerca, son pesadillas vivientes como esos rastreros ídolos del reagueton o los escatológicos comediantes que apelan a la vulgaridad y la imagen coprológica para hacer reír a una masa que se refugia frente a sus televisores o se esconde en la realidad virtual impuesta por el miedo a un virus o el pánico frente a una bacteria.
Y allí, el miedo, el temor, el pavor hacen mella y nos mantiene en una angustia permanente. Ese miedo que no se expresa, que se oculta tras las cortesías del “estoy bien, gracias, ¿y tú?” o de las risas nerviosas frente a la tragedia política y moral que nos rodea frente al meme de turno o al intelectual progresista que parodia (con intereses muy claros desde lo político) al caudillo de moda con la pretensión de imponer a su propio mamotreto presidencial para así obtener sus jugosas ganancias gubernamentales.
Mientras tanto el miedo y la angustia atenazan el corazón de millones de personas que tan solo anhelan un trabajo estable, un buen sistema de salud y la seguridad de poder salir a las calles a disfrutar un poco de su vida. Pero debemos hacer el mea culpa, pues somos responsables de los despreciables seres que ocupan el poder político y de seguir apoyando a empresas que, irresponsablemente, van minando el derecho de muchos a lograr sus sueños mientras los cabilderos siguen impulsando agendas ocultas en lo económico y lo humano.
Seguimos siendo el amorfo espectro de la masa que denominan pueblo los politicastros de turno; seguimos ahogados en el estado del bienestar (paternalismo, clientelismo y demagogia) que nos limita y nos ahoga; permanecemos callados frente a un estado mastodóntico que chupa ávidamente cual despreciables sanguijuelas los recursos generados por los empresarios y personas honestas de cualquier nación de nuestra pobre Latinoamérica; nos siguen bombardeando con música mediocre, televisión paupérrima, cultura desechable y dosis incontenibles de manipulación mediática porque es más fácil seguir en nuestro miedo y angustia promovidos por un estatus quo de zona de confort que unirnos para buscar un cambio real; no para colocar a un líder de derecha o de izquierda, sino para aprender a liderarnos a nosotros mismos.
Hemos olvidado cómo vivir, cómo sentir, cómo expresar nuestras ideas y opiniones; no leemos o reflexionamos respecto a lo que nos rodea y, te garantizo, que si llegaste al final de este escrito eres parte de una minoría; pues es más sencillo compartir un meme o escuchar al youtuber de moda, que leer este reclamo a la vida de quien, aun no conociéndote, te agradece que hayas llegado al cierre de esta reflexión.