Ucrania, país del que desciende el mismísimo pueblo ruso, según la opinión de algunos historiadores, por estos días no sabe qué hacer con una posible guerra en su territorio. Desde que decidió formar parte de la Unión Europea y de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) se ha ganado la enemistad de su hija y antigua aliada, Rusia. No le perdonan en el Kremlin que se haya puesto a favor de Occidente, siguiendo los pasos del mundo capitalista que tanto condenó la plaga comunista.
Semejante decisión –fundamental para el nacionalismo ucraniano, que siempre fue opacado por la presencia del Imperio ruso y la Unión Soviética– le ha hecho ganar el enojo de Vladimir Putin, que se resiste a creer que el país hermano se convierta en un enemigo, en una guarida de tropas norteamericanas en lo que siempre ha sido su patio trasero. Es por eso que algunos consideran que vivir al lado de Rusia es como caminar con un grillete: siempre va a pesar cualquier determinación si está contraria a sus intereses.
Lo que hay que entender, amigo lector, es que Putin, geopolíticamente hablando, quiere recuperar los antiguos dominios que perdió Rusia con la caída del muro de Berlín, acontecimiento histórico que no ha superado y que, por consiguiente, ha demostrado con creces el fracaso del comunismo en el mundo entero. Sin embargo, el mandatario ruso sigue aferrándose a viejas añoranzas, así tenga que sacar los fusiles, los cohetes y todas las armas que tiene para amenazar a todos sus vecinos. Qué interpretación tan pobre de la realidad, a la que algunos también se aferran en este lado del charco.
Eso explica por qué tiene tanta injerencia en Cuba y en Venezuela, o por qué apoya regímenes que solamente producen pobreza. Simplemente porque de esta forma, patrocinando el socialismo del presente siglo, quiere vivir de unas falsas victorias, las cuales hoy lo llevan a querer una tercera guerra mundial, cuando las necesidades del mundo son otras y se piensa más en el desarrollo de aquellas sociedades que siempre ha vivido en el atraso.
Tanto es así que la revolución cultural china, cuando entendió que es difícil vivir sin occidente, decidió capitalizar su economía y expandirse a los mercados que nunca imaginó que podía conquistar. Hoy todas las industrias del mundo están en su territorio, y se hace difícil pensar un comercio internacional sin su presencia.
Si esto no es suficiente para el que añora el comunismo, tal como lo quiere imponer Putin, a sabiendas de su fracaso, ¿por qué Ucrania busca desligarse de una vez por todas de Rusia? Porque entendió, muy tarde según mi parecer, que no se puede vivir solamente de la protección de una potencia militar; que el apoyo de un país que no genera riqueza, y cuya industria es una de las más atrasadas de Europa, no alcanza para construir un verdadero proyecto de nación.
Entendamos de una vez por todas que Rusia no es Alemania, que tiene una industria de primer nivel, ni mucho menos es Reino Unido que, aunque no hace parte de la Unión Europea, fomenta más riqueza que cualquiera de las naciones mencionadas. Depende únicamente de sus armas nucleares, las cuales generan miedo y obligan a las naciones civilizadas a tratarla como si fuera el vecino malo del barrio. Su riqueza está en el temor que genera, más no en la riqueza que nunca produce.
Por eso es importante que como colombianos pensemos en qué lado de la historia estamos, porque si apoyamos el comunismo vamos a ratificar la pobreza, la improvisación y la falta de iniciativa, esa que lleva a las sociedades a imaginarse el verdadero progreso. Seamos como Ucrania, conscientes de nuestro futuro, estando siempre del lado del capital, ese que rechaza la plaga socialista que quiere llegar a gobernarnos.
Parta tener en cuenta, amigo lector. ¿Por qué Rusia puede estar en Cuba y en Venezuela, sin que Estados Unidos pueda estar en Ucrania? Son cosas que hablan de la nueva Guerra Fría, y que, según mi parecer, no son más que las patadas de ahogado de un Putin, que solo gobierna bajo el régimen de la intimidación.