Edificios con columnas e hileras interminables de humanos encerrados y adormecidos que fungían simplemente como baterías para que las máquinas se alimentaran de su energía para luego ser desechados al drenaje de la colmena cuando ya no servían más.
Esta imagen de ficción que nos presentaban las hermanas Wachowski en su película Matrix por allá en 1999 aterró a más de uno y muchos otros dijimos con resignación algo así como, “no falta mucho para eso”. Ahora que veo el edificio en el que vivo, atestado de gente encerrada y adormecida, trabajando sin bañarse ni salir de la cama en el más completo aislamiento que hayamos experimentado como humanidad al unísono, por primera vez en la historia (que siempre es humana), pienso, al fin sucedió.
Nos hemos convertido en ganado de engorde para mantener alimentada a la gran máquina y cuando ya no servimos más, somos arrojados a su mega licuadora para engrasar los engranajes con la sanguaza que se desprende de lo que alguna vez creímos ser.
¿Pero quién es ella? ¿A quién nos referimos cuando hablamos de la gran máquina o la maquinaria que alimentamos con nuestras vidas, con nuestra sangre? Si vamos a desperdiciar el tiempo, lo único que tenemos realmente, sirviendo de baterías para un monstruo, ¿no convendría al menos saber quién es ese monstruo?, ¿pero cómo?
Por ambiguo e imposible que parezca de identificar un fenómeno o hecho social, basta con preguntarse quién se beneficia con esto y tal vez así, comencemos a aproximarnos a las respuestas que tanto anhelamos y que nadie parece tener o, al menos, querer darnos.
Para empezar, recordemos cómo estaba el mundo antes de que todo esto estallara. Al menos en mi país, Colombia, la sociedad al fin parecía estar despertando, luego de que por siglos, una clase privilegiada se hubiera dedicado a explotarla y exterminarla sistemáticamente. Al fin nos estábamos rebelando contra la corrupción y opresión de un Estado mafioso, parásito y asesino. Las marchas del 21N y muchas otras comenzaban a estallar multitudinariamente en las calles y asustaban más al Gobierno que cualquier granada guerrillera.
Lo mejor de todo, es que, hasta donde entiendo, esto no fue un fenómeno que se estuviera dando tan solo en mi país; Bolivia, Chile, Haití (América), Praga, Francia, Cataluña (Europa), Argelia, Egipto, Irak, Líbano (Medio Oriente), Indonesia, India, Rusia y, cómo no, China (Asia) fueron otros países que durante el 2019 dieron lugar a movimientos populares de gran escala, al punto de pensar lo impensable, que esta vez, a lo mejor, los pobres estaban, por fin, poniendo a temblar a los ricos y poderosos.
Poco duró la ilusión, cuando oh sorpresa, coincidencialmente estalla una crisis sanitaria que nos obliga a encerrarnos a todos y confinarnos en las casas como en prisiones, pues causalmente, el único antídoto contra este tal Covid-19, que nadie parecía tener en el radar, hasta entonces, resultó ser el aislamiento.
Con una campaña masiva de medios de comunicación a escala global se inoculó el arma predilecta de los gobiernos en los ciudadanos, el miedo. Ahora todo el mundo estaba aterrorizado por lo que veían en la televisión y en las cadenas de WhatsApp y, por supuesto, ya nadie salía a las calles y mucho menos a protestar. ¿Casualidad?
Pero como si fuera poco, las empresas descubrieron que no necesitaban pagar el alquiler de sus oficinas, ya que sus empleados ahora podían pagar la luz, el agua, y demás servicios públicos, así como los gastos de locación que antes implicaba tenerlo empleado en un trabajo esclavizante con un sueldo paupérrimo.
Así que compañías y empresas de todo tipo, decidieron dejar de gastar su humilde dinero en gastos de infraestructura y enviaron a los trabajadores a sus hogares para que, en adelante, hicieran su trabajo desde allá.
Sin embargo, este gran hallazgo del s.XXI, el teletrabajo, no fue el único aprendizaje que le trajo la pandemia a los nobles y sensibles empresarios, ávidos de nuevos conocimientos y sabiduría.
También se dieron cuenta de que el miedo por el virus no vino solo. Como toda crisis, llegó acompañado por el miedo al desempleo y el hambre. Maridaje perfecto para que ahora los, antes revolucionarios que marchaban en las calles masivamente contra la opresión y la esclavitud, aceptaran trabajos híper explotadores por salarios aun más paupérrimos que los de antes. Ah, y con muchas más horas laborales no remuneradas, porque, como todos ahora sabemos, en la casa se trabaja más.
Y si te parece una mierda y no quieres, pues hazte a un lado y deja pasar que allá afuera hay toda una fila de zombis que dejó la pandemia en el desempleo más abyecto y seguro se mueren de ganas por hacer tu trabajo y por la mitad de tu sueldo.
¿Y quiénes son esos nuevos desempleados que engrosan cada vez más el precariado? ¿Los ministros? ¿Los amigos agrarios de Uribe? ¿Los Santo Domingo o Ardila Lule? Por su puesto que no, somos tú y yo, amigo. Los de siempre, los empleados, los comerciantes, los de abajo, pero también los del medio. Los del subempleo, los que inflan las cifras de Iván Duque cuando dice que el empleo en Colombia aumentó porque alguien se subió a un bus a vender dulces.
Y si te comiste el cuento y piensas que por montar tu propio emprendimiento ya te salvaste y te saliste de esta clase mugrosa a la que siempre despreciaste, la tuya… Te tengo noticias, no lograste una mierda. Salvo partirte el lomo más duro que cualquiera y terminar peor de jodido. En el mismo baile, en el baile de los que sobran.
Pues como con cualquier otro virus de tipo mundial, de eso se trata todo esto. De eliminar a la escoria, a las vidas desperdiciadas como nos llama Bauman o el precariado al que se refiere Guy Standing.
“Los nadie no valemos ni la bala que nos mata”. Y justo esto somos para ellos, nadie, nada. Como con el VIH-Sida (otro virus global para impulsar y preservar las buenas costumbres), seguramente, es mucho lo que ya se hubiera podido haber hecho, como no haberlo lanzado al mundo para empezar, pero seguramente a alguien le convenía que pasara, piensa, ¿quién se beneficia con esto? ¿a quién beneficia tu desgracia?
Espero, querido lector, que al menos el encierro te haya permitido llegar hasta este nivel de lectura. O puedes seguir en tu cama esperando a que la televisión o una cadena de WhatsApp te diga qué hacer o quiénes son los buenos y quiénes los malos. Sin darte cuenta de que la cuarentena para lo único que sirve es para quebrar restaurantes y bares y, claro, para que los policías contra los que antes marchabas, ahora puedan obtener sus sobornos más fácil amedrantando a los pocos que se atreven a salir.
¿Qué vas a hacer? ¿Píldora azul o roja?