Muchas veces, sobretodo en la adolescencia, prediqué el discurso de “no como de la gente”, “no me importa lo que digan los demás”, y sandeces por el estilo; pero por supuesto, jamás lo apliqué porque sencillamente es imposible.
Freud decía que uno no es lo que quiere ser, sino lo que la sociedad quiere que uno sea. Cuánta razón. Uno vive para la gente, no para uno. O bueno, muy poco para uno y mucho para la gente; un 40/60 más o menos. Uno compra lo que compra, en la mayoría de las veces, por la gente, porque ella lo demanda, y no necesariamente diciendo “compre esto”.
Muchas veces dejamos la ropa más fea, pero curiosamente la más cómoda y fresca, para estar en la casa; y la más hermosa, que requiere más cuidado y que nos quitamos apenas llegamos a la casa, para la calle o para salir. “No veo la hora de llegar a la casa y quitarme estos tacones”, dicen algunas mujeres después de ir a unos quinces o a un matrimonio. Es apenas lógico: se pusieron eso para que la gente las admire, no por ellas, si por ellas fuera irían en baletas o en chanclas, pero habría censura (estúpida muchas veces, sí, pero la habría). Es que qué dirá la gente si salimos con los tenis ya rotos pero muy cómodos, y con la camisa ya rota pero muy fresca. Tenemos que salir pulcros a la calle, o más que a la calle, a matrimonios y eventos similares.
Ahora, cuántas veces no quisiéramos tumbar, desnudar y violar a alguien(y no me vengan de puritanos), y hasta en el peor de los casos, matarle, pero esas benditas pulsiones se reprimen porque sabemos que no podemos hacer eso, o sí podemos, pero no debemos de, porque hay una sociedad a la que le tenemos que rendir cuentas y la cual funciona como censor.
En este orden de ideas, no es “primero yo, segundo yo, y tercero yo”, como muchos arguyen, sino más bien “primero la gente, después yo, y tercero yo”. Cuando alguien compra una gorra Oklay, dando otro ejemplo, la compra más para la gente que para él o ella, es más, nunca se la ven puesta (a menos que se peguen a un espejo todo el día); es la gente la que va a ver esa gorra. También hay quienes compran relojes y ven la hora en el celular, pero es que claro, el reloj no es para ellos, es para la gente. Cuando yo estaba en el colegio, me gustaba vivir con mis tenis sucios porque eran cómodos (no eran tiesos, como cuando eran recién lavados) pero en ocasiones tenía que lavarlos porque la escuela me lo demandaba, mi familia y la sociedad.
Hace un tiempo Mockus decía en una charla sobre “ciudadanía para la paz”, que actuamos con ley, cultura y moral. Sabemos que no podemos hacer lo que queramos porque hay leyes que nos lo prohíben, y así no lo prohíba la ley, hay una cultura que censura determinados actos aunque nos sintamos bien haciendo eso. Esto también se acerca a eso que menciona Freud en el Malestar en la cultura, cuando dice, palabras más palabras menos, que nosotros nunca estamos contentos en una cultura porque no podemos hacer lo que queramos.
Yendo a un ejemplo un poco más próximo, el alumbrado navideño exterior del hogar la gente lo pone para la gente, no para ellos mismos; de ser así, lo pondrían adentro en la sala. Y resulta bastante curioso, porque quienes más hermoso adornan afuera (estrafalario muchas veces) son quienes más “viven de la gente”, quienes hacen, esos sí, todo por la gente, y poco por ellos.
Entonces empecemos a cambiar ese discurso tan fantasioso de “yo no vivo para la gente”. Nadie lo hace, y no quisiera vivir cerca de alguien que lo hiciera.
Cuña: Recuerdo cuando las FARC raptaron al Gobernador del Caquetá, Luis Francisco Cuéllar, en diciembre del 2009, y casi que de inmediato lo asesinaron. En esos tiempos no había diálogo que valiera porque la política era arreciar, asesinar, y no perdonarle la vida al guerrillero (que es otro colombiano, queramos o no); seguridad democrática que llamaban. Si hoy no hubiera diálogos, el Gral Alzate hace rato hubiera estado muerto, y si en el 2009 los hubiera habido, seguramente Cuéllar estaría vivo. Para que después digan que los diálogos no son necesarios en la humanidad.
Twitter: @TiiagoMolina