Vivimos bajo el pánico

Vivimos bajo el pánico

Los colombianos no terminan de enfrentar una cosa cuando ya están padeciendo la siguiente. Pan y Fobos nos tienen al borde del colapso. Una perspectiva

Por: Orlando Solano Bárcenas
septiembre 15, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Vivimos bajo el pánico
H. Fuseli, La Pesadilla, 1781.

Las pestes asustan. Las pandemias producen terror-pánico. Desde las diversas mitologías los dioses castigan con ellas y los hombres buscan aplacarlos con oraciones, ritos y sacrificios en espera de que a cambio del don las retiren. El don exige el contra don. En la función de castigar mediante el pánico nadie mejor que el dios Pan porque en las operaciones mentales entre los dioses y los hombres se mezcla lo racional con lo irracional, lo religioso con lo mágico, lo natural con lo sobrenatural. Ocurre igual con Fobos. Colombia y el resto del mundo por obra del COVID-19 ha visto aparecer acciones racionales e irracionales tendientes a tratar de explicar, superar y salir no solo del confinamiento sino también del virus. A Colombia se le ha sumado otro motivo de temor, las marchas violentas de ciertos encapuchados de quienes no se sabe al servicio de quién actúan. Pan y Fobos, ayudados por la peste, nos tienen “panicados”.

 Pan, un semidios que castiga con el pánico 

Pan era venerado en la mitología griega por los pastores de rebaños. Fauno, en Roma. A Pan se le rendía culto como dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina, campo en el que era muy activo acosando en los bosques a ninfas y muchachas en flor. Era voyeur y compinche de Dioniso. Podía adivinar, cazar, curar y hacer música con la siringa o Flauta de Pan. Solía ser apacible pero también irascible (nunca lo despiertes mientras hace la siesta). Espantaba a los que penetraban en sus terrenos. Era Demonium Meridianum o Demonio del Mediodía, la hora del azote bíblico. Personificaba la naturaleza salvaje y bravía que genera miedo enloquecedor y “pánico” entre las manadas entradas en estampida ante el tronar y la caída del rayo. Pan, sobre todo, enviaba entre los hombres el miedo masivo e incontrolable.

Como Pan era feo —mitad hombre, mitad macho cabrío, cuernos, barba de chivo y profundas arrugas—, al ser llevado al Olimpo fue la diversión, el hazmerreír de todos. Por su fealdad ha sido asociado con Satán y los aquelarres. Se decía que era hijo de múltiples infidelidades de Penélope durante la ausencia de Odiseo y de allí que la crueldad humana lo llamara Pan o “el hijo de todos”. Otros decían que era hijo —el colmo— del travieso Hermes. Por su lubricidad con la ninfa Pitis hizo que Bóreas la arrojase sobre una roca teniendo Gea que convertirla en pino, el árbol que “gime” con el viento. Los más crueles afirmaban que era hijo de Zeus con nada menos que Hybris, la diosa de la Desmesura y el ansia insaciable de poder. Con tantas discriminaciones, origen y desajustes emocionales ¿cómo no esperar de Pan el envío del pánico? Narra Heródoto que los persas al momento de enfrentar a los griegos en Maratón sufrieron de manera intempestiva e incontrolable un “súbito pánico” que los hizo huir. Pan, antes que Adolph o Benito fue elevado a deidad estatal. ¡Quién lo creyera!

Pan intervenía en la vida de los hombres (teolepsia). Unas veces de manera positiva y otras negativas. La primera forma era la posesión divina o “Panolepsia” -modalidad de la epilepsia-, o de otras “enfermedades divinas” individuales que eran enviadas directamente por el dios para regir los destinos (advocaciones) de los “tocados”. La forma negativa se presentaba como el “Pánico” o miedo colectivo incontrolable que Pan desataba durante la batalla entre los soldados sin que él apareciera conectado directamente con los afectados por su perversa intervención.

Los poseídos individualmente eran los panoleptos o “locos divinos”, hombres que tenían accesos repentinos de locura y furor sin pertenecerse a sí mismos, puesto que era el dios el que los ponía bajo su control. El poseso, perdía la voluntad ante el capricho del dios. Pan asustaba, atemorizaba, turbaba. Era ser de contrarios: de lo humano y lo animal, de la paz y la ferocidad, del amor tierno y la lujuria sin frenos, de la sensibilidad estética y la obscenidad, de la creatividad y el ánimo incontrolable de destrucción. Era dios de la Arcadia feliz pero también de la bestialidad divinizada, agreste y montaraz.

La música del caramillo de Pan era delirante, desenfrenada, más sexual que sensual, violenta en demasía —no en vano era jefe del coro de las ninfas, de las que disponía a discreción y con furia—; era un ritmo que desataba la risa incontrolable y contagiosa. El desenfreno sexual de Pan era deseo violento, ilimitado y polifacético: onanismo, zoofilia, homosexualidad, pederastia y heterosexualidad sin límites.

Pan juega a su antojo con los seres humanos y puede darles el caos o el desastre, también el regocijo y la exaltación. Pan tiene el poder de provocar en los hombres atrocidades sin control alguno, histerias, disociaciones de la personalidad, alucinaciones, epilepsia o paz celestial. Pan es semidios de “los límites” establecidos entre la civilización y la barbarie, entre lo bestial y lo humano, entre lo terrenal y lo divino, entre todo lo que caracteriza a los estados irracionales del hombre. Los mismos estados de miedo y odio irracional que vemos agitar contra el personal de los servicios de salud en diferentes lugares de Colombia y resto del mundo.

Las posesiones colectivas que envía Pan son fruto del “pánico” que desata el miedo incontrolable. Del miedo que ata y afecta los sentidos, enajena la lógica, hace retornar al primitivismo y trae confusión entre las tropas. Lo enviado por Pan es terror-pánico, estado de horribles temores entre humanos que batallan y entran en un estado de terror y pérdida del raciocinio que los hace correr espantados sin rumbo definido rompiendo el orden, el plan y la estrategia de guerra. Sin embargo, Pan favorece al ejército que escoge y desfavorece al otro (que seguramente lo ha ofendido), haciéndole entrar en estado de “posesión” de manera repentina, arbitraria y catastrófica que obliga a los soldados enemigos a correr despavoridos. No es sino el espanto súbito, el terror-pánico. Pan no participa directamente de las batallas pese a su acendrado sentido de la caza. Siempre desde lejos envía el pánico al ejército al que le ha tomado ojeriza. Divinidad cazadora, desata el pánico entre los contendientes. “Dios de los límites”, suelta el pánico cuando algún ejército de su malquerencia invade sus fronteras. Frontera y conflicto hacen pareja.

Ejércitos y soldados para ganarse el favor de Pan y para que no les envíe el pánico, le ofrecen exvotos. Pero si les incumplía, le arrojaban escilas. Dios arcadio, los compatriotas de Pan son los mercenarios a quienes defiende enviando el pánico a sus rivales en pleno combate. Las funciones de Pan las complementa Fobos, dios que panica y vuelve fóbico.

Fobos, dios que panica y trae la fobia 

Fobos (o Timor), traduce “miedo” y personifica igualmente el temor y el horror. Hijo de Ares el dios olímpico de la guerra y de Afrodita la diosa del amor, es el hijo de Guerra y Amor, Temor y Paz. Deimos, su hermano gemelo, y la diosa Enio (la diosa destructora de ciudades) iban juntos a la guerra acompañando a Ares. Alejandro Magno les rendía culto antes del combate.

Fobos aparecía antes de la batalla para infundir miedo pánico a los combatientes. Ya paralizados por el terror, llegaba Deimos a completar la obra de terror. Fobos-Deimos siguiendo las órdenes de su padre Ares —plaga de los hombres—, tenían la misión de destruir al género humano. Pero un día Fobos decidió no cumplir la orden paterna, salvando a la raza humana. Una de las hermanas de Fobos es Harmonía, la diosa de la concordia y la paz entre los dioses y los hermanos.

En el centro del escudo de Heracles figura Fobos con aires de furia atemorizante. Ojos enrojecidos y brillo de fuego, boca con dientes de lobo y sobre la frente la terrible Enio, la diosa que culmina la tarea de poner en estampida a los guerreros. Al lado de la figura de Fobos está siempre la terrible compañía de la Persecución, la Fuga, el Tumulto, la Masacre, la Discordia, el Alboroto y la Muerte violenta.

En psiquiatría Fobos representa el trastorno de identidad disociativo y las fobias, algo muy genético en él, como quiera que su hermana Adestría es la diosa que dirige las revueltas populares que procuran una justa retribución, así como el establecimiento de un equilibrio entre el bien y el mal. Al representar Fobos el pánico, se alude al sentimiento básico y muy humano de huida sin control. Para el logro de la fuga, Fobos hace entrar en pánico a los combatientes metiéndose entre ellos y dejándole a Deimos terminar la labor de paralizarlos.

Miedo, pánico, terror, fobia y huida Pan y Fobos los mantienen en latencia y hoy en día en acción. La peste y la pandemia están a la orden del día. ¿Han desatado ellos el pánico que nos aterra?

El miedo a la peste, el terror a la pandemia 

La peste y sobre todo la pandemia afectan la facultad de pensar, reflexionar, guardar la coherencia. La razón se perturba, se obnubila y comienza a magnificar monstruos (como en Goya). El razonamiento sufre y el proceder de la persona se perturba, perdiendo en gran parte la coherencia y —entrando en contradicción— pasa a las conjeturas de lo catastrófico y al error sobre las causas supuestas. Empero, sin buscar la verdad sobre su realidad y entorno.

Otras propiedades del espíritu y de los sentimientos parecieran asumir el control arrastrando a la mente hacia un mundo de miedos, temores y pánico que le distorsionan la realidad de las cosas. La sensibilidad se superpone a la razón y el entendimiento se ve perturbado por las noticias de ciertos medios de comunicación dados al escándalo en pobre y triste imitación de la nunca superada hazaña de Orson Welles.

Los tiempos de pandemia exacerban lo irracional. Afectan la capacidad de razonar siendo frecuentes las posiciones ilógicas, insensatas, absurdas, disparatadas, incoherentes o dictadas por el miedo y la angustia a causa de riesgos o daños reales o imaginarios que producen recelo y aprensión, que anulan o afectan la facultad de decisión y raciocino llevando a cometer exabruptos.

El temor a la peste es el miedo a la muerte que hace huir —como huyeron los jóvenes del Decamerón— o a rehusar la búsqueda racional de las causas o la simple ilustración sobre el tema. Entonces, la sensación de peligro resulta magnificada y trae consigo la sospecha, el recelo de todo o sobre los demás, vistos como potenciales o reales portadores del “mal”. Los tiempos y las sociedades en estado de pandemia se dan bajo el modo “sospecha”. La emoción primaria provocada por la sensación de peligro real o supuesto, presente o futuro y hasta pasado se hace incontrolable.

Del miedo se puede pasar fácilmente al terror y a un estado individual de ansiedad colectiva. Es decir, al miedo neurótico profundo —y no resuelto— que paraliza al individuo y/o al grupo por el “miedo al miedo”, el miedo a la muerte, el miedo al vecino, al pariente, al personal sanitario, al que tose, al que estornuda y así hasta convertirse en miedo cerval. Pan y Fobos saben hacer su labor.

El cerebro reptiliano y el sistema límbico desatan el miedo como mecanismo de supervivencia mediante la huida y la evitación de un dolor ya real-inmediato o mediato, percibido como inminente. La amígdala cerebral pierde su control sobre el miedo enfocando de manera difusa y ansiosa la fuente del peligro casi siempre para huir o para quedar paralizados frente a un daño que es hasta ahora más psicológico que físico. Bajo el ataque de pánico la amenaza se fija en la atención consciente del peligro, dándose desde ese momento una constante retroalimentación del miedo que obnubila la evaluación real del riesgo. De esta manera se ha llegado al estado fóbico que magnifica el peligro. Fobos va haciéndose cada vez más dueño de la mente del asustado.

El miedo que trae la peste resta autonomía decisoria en los individuos según el grado de su intensidad que va del temor, la aprensión, el espanto, el pavor, el terror, el horror, la fobia, el susto, la alarma o el peligro al Pánico. Bajo este se desatan el riesgo, las sensaciones de peligro y temor que son resultado de un conocimiento previo de situaciones de peste o de simples conjeturas. Es como un retorno al milenarismo y al apocaliptismo, fenómenos de irracionalidad.

Pan y Fobos al servicio de la concentración del poder 

Pan y Fobos —desencadenados y ayudados por la pandemia— son luego utilizados como armas de dominación política y control social por gobiernos autoritarios que han hecho a un lado el control político parlamentario, el judicial, el fiscal, el disciplinario y el ciudadano. El resultado ha sido una concentración del poder en manos de los poderes ejecutivos. Así lo estamos analizando en la academia en jornadas de estudio riguroso.

La globalización en general ha traído un aumento del riesgo y gran incertidumbre laboral. La pandemia del COVID-19 ha golpeado a todo el mundo y en especial a la juventud. Frente a este aumento del riesgo la sociedad pareciera ser menos reflexiva frente a la incertidumbre, la inseguridad, la peligrosidad y los riesgos. Frente al miedo la racionalidad retrocede y es sustituida en la gran masa por la irracionalidad estimulada por los “medios-del-miedo”, que terminan siendo responsables del aumento del control social por el poder vía la profusión de noticias sobre catástrofes reales o magnificadas.

En individuos hoy sin familia extensa la incertidumbre hace estragos y las pandemias de terror-pánico desencadenan la angustia de buscar hoy sí, familiares campesinos que brinden refugio ante el horror a la peste. Consecuencias de este horror son, entre otras, el desencantamiento, movimientismo de desesperación ante lo impredecible, frente a la invisibilidad del mal y el sentimiento de abandono de responsables del poder que no suscitan confianza.

Los inicios de la pandemia del COVID-19 trajeron verdaderos ataques de pánico colectivo y hasta de violencia social. La crisis de ansiedad social e individual desatada surgió de manera súbita como manifestación de temor y sensación de no-escape y extrañeza del yo. También de percepción de irrealidad: el COVID-19 es de “otros”. No reconocimiento del entorno y un peligro que nunca va a terminar. De una vacuna que jamás va a llegar. Agorafobia y claustrofobia se baten por el dominio de la mente del insomne “confinado” (palabra como para Foucault). Desrealización del mundo. Despersonalización del yo, separado del uno mismo. Atrapado sin salida. Miedo a perder la razón. Ansiedad anticipatoria (“ya tengo el virus”). Divorcios. Suicidios. Violencia intrafamiliar. Temor a una inhumación sin los deudos.

Todo esto es la típica “trampa de pánico” de Pan-Fobos. Claro que hay peligro, pero no en la cantidad e intensidad vivida. Es la evitación comportamental que termina haciendo caer en supersticiones y rituales que supuestamente pueden evitar los ataques de pánico y ofrecer una autoprotección que no resuelve nada, sino que, por el contrario, perpetúan el miedo-pánico que vuelve invalidante y limitante en el plano personal y contagioso del entorno social. La panolepsia era individual y el pánico colectivo. Hoy la conjunción de Pan y Fobos nos tiene bajo el pánico del cordero pascual previo al sacrificio.

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