Viviendo un sueño, "el sueño mundialista"

Viviendo un sueño, "el sueño mundialista"

Por: Manuel Andrés Lázaro Quintero
julio 07, 2014
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Viviendo un sueño,
Imagen Nota Ciudadana

Asistimos en estos días a la celebración del mundial y desde luego a la límpida participación de la selección Colombia que logró llegar a cuartos de final, una posición jamás alcanzada en mundiales anteriores.

Debo admitir que no me gusta el fútbol y no soy fanático del balón pié, no obstante, no puedo negar que este mundial tuvo un efecto distinto. Es necesario reconocer que Colombia pasa por momentos oscuros y de desazón a nivel económico, político, social. Las últimas elecciones demostraron la muerte de la utopía política donde se votó más por odio que por convicción, donde las campañas se vieron empañadas por deshonestidad y malicia. Sin embargo y como para salvarnos del suicidio de la sin-razón aparece un grupo de hombres jóvenes, con cuerpos forjados en canchas internacionales, con la cultura propia de los hombres que viajan y con la gracia del balón a rescatar a la nación del sinsentido. La selección Colombia.

Por espacio de casi un mes permitieron volver a la utopía. Por este tiempo soñamos un mundo diferente lejos de Juanpa y Furibe, lejos de Zurriaga y Cabal; más allá de la crisis económica, del desempleo se abrió la fiesta donde el pueblo se vistió con los colores de la bandera, uniéndose en sus comarcas, barrios, bares, abrazándose ante el goce del gol y asistiendo con la devoción propia de la misa dominical a la pantalla del televisor. Porque es innegable que el fútbol supera el simple sentido de lo lúdico convirtiéndose en fiesta que a la manera dionisiaca permite la catarsis eleva los espíritus de un pueblo que ha estado sumido en la pobreza, la desigualdad y el conflicto, deseoso de nuevos sentidos.

El fútbol de estos días se convirtió en la nueva religión. Los nuevos feligreses, acompañados con una cerveza como cáliz trasformado, ferviente, recitando las alabanzas y oblaciones del Goool Hp. Gol, Gol, Gol; saltando, abrazando, tal vez con el ósculo de la paz. Contemplando la catedral verde de la cancha, la figura sacerdotal del árbitro, los nuevos santos del santoral de la selección Colombia. A lo lejos como un obispo incólume observa (por qué eso significa obispo, observador) el purpurado y carismático Pékerman, a quienes han nombrado presidente de Colombia y le han dado más amor que a los decepcionantes mandatarios de este tiempo.

Sobresalió la figura hermosa de James Rodríguez, grácil, varonil, quien enterneció a medio mundo con sus lágrimas en ese 4 de julio que este país amnésico jamás olvidará por que hasta ese día llegó el sueño, la fantasía de ganar un mundial e imaginar otros mundos posibles, enseñándonos que los hombres también lloran. La estética del juego, la belleza de un hombre joven y el encanto de sus lágrimas para un país que necesita de la ternura y la belleza en contra de tanto machismo, hembrismo y violencia.

Por primera vez un relato nos unió como nación, un relato común, porque ya desde los tiempos de la colonia Bolívar en su carta a Jamaica lo había vaticinado: “porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América”. Mucho más en el caso de la nación colombiana dividida en 5 regiones geográficas, con un sistema incipiente de vías que desde el siglo XIX no se han podido conectar con eficiencia ocasionando un sinnúmero de relatos y regionalismos que nos dividen y no nos han dado un relato único de identidad.

A ello se debe el triunfo de políticas guerreristas de años atrás, al hecho de encontrar un relato que unificara las regiones como nación: La seguridad democrática que buscaba la aniquilación de los grupos al margen de la ley, pero que atacó y tildó de terrorista toda forma de oposición. Tal vez el único relato diferente a las políticas de guerra que nos unen en un abrazo fraterno es el Fútbol. Por estos días asistimos a la esperanza y al entusiasmo. Y aunque Colombia ya no está en el mundial se encuentra hoy en el alma de todos los colombianos, en el día a día, en las imágenes de Facebook, instagram, Twitter, en los miles de memes que comunican todos los sentimientos vividos en estos días.

Queda una tarea delicada y de gran responsabilidad: convertir este relato en un medio e instrumento de comunidad, de unión nacional e identidad, la educación, las políticas deben apuntar a rescatar en este arte del fútbol la belleza que convoca y provoca la unidad de una nación.

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