Colombia, sin avergonzarme de mi nacionalidad, es uno de esos países en donde todo puede pasar. Aquí cuando se cree avanzar es porque realmente se está retrocediendo, así el que esté generando el cambio pertenezca a la izquierda o a la de derecha. No se trata de juzgar ideologías, ni mucho menos a quien gobierna, simplemente de analizar por qué nos contradecimos.
Realmente, debemos reconocerlo, este es el país de las contrariedades. Estas van desde desmovilizar a unos paramilitares que siguieron matando, o hacer la paz total con unas guerrillas a las que no les interesa la paz. Hace parte de nuestro ADN que nadie nos comprenda, precisamente por nuestro espíritu contradictorio. Al menos eso pienso cuando me imagino lo que podrían pensar de nosotros los europeos o los norteamericanos que con sus propios problemas tienen muy claro lo que representa el verdadero cambio.
Expliquemos esto con otros ejemplos, empezando por lo que se vivió durante la Violencia. Una vez que los partidos de antaño motivaron la guerra que desangró nuestros campos, la manera más sencilla de salir del paso era decir que el campesinado sectarista o fanático no midió las consecuencias de su filiación política. Sin embargo, todos sabemos que es falsa semejante apreciación: los dirigentes políticos, desde Bogotá, motivaron la confrontación que dio origen a la lucha guerrillera.
Como no se podía contrarrestar el sectarismo político, tanto liberales como conservadores estuvieron de acuerdo que un general tomará las riendas del país. Bajo el gobierno de Rojas Pinilla se conoció por primera vez la televisión, algo totalmente novedoso en un país dominado por la radio; se abrieron restaurantes escolares, guarderías, entre otras entidades, y se tuvo en cuenta, por primera vez, la asistencia social a los más pobres. La mujer, completamente inexistente hasta esa fecha, contó con su apoyo para participar de la política nacional.
A pesar de sus logros, Rojas fue tildado de ser un dictador, algo que no está muy claro. ¿Por qué digo esto? Porque luego de alejarse del poder se lanza como candidato presidencial, contando con el beneplácito del pueblo colombiano, que se sentía a gusto con su propuesta política al vincular a todos los sectores de la sociedad. Perdió la presidencia porque se la robaron, sino el dictador, según algunos, hubiese llegado a la Casa de Nariño.
Se combate el narcotráfico, para seguir con las contrariedades, pero López Michelsen inventa la ventanilla siniestra. Toda la plata mal habida la legalizó en esa época el Banco de la República, permitiendo así que los narcos lleguen a la política y participen activamente de la vida nacional. No nos olvidemos que Pablo Escobar fue senador, y que los Rodríguez patrocinaron la campaña de Samper.
Un grupo guerrillero, con el apoyo del narcotráfico, asesina a unos magistrados, pero se les da estatus político en lugar de ser catalogados como terroristas. Para colmo de males, amigo lector, se elige presidente a un hombre con vínculos mafiosos y promotor de grupos paramilitares. Entonces, ¿con qué lógica escogemos a nuestros líderes? Con la lógica de ser hijos de una nación de contrariedades, no hay otra explicación.
El que roba, mata y corrompe siempre tiene espacio para vivir del Estado. ¿Será que eso podría pasar en el mundo civilizado? ¿No? Pero recuerde que usted ha nacido en Colombia, el segundo país más “feliz” del mundo.
