Si le dicen a una persona que no puede hacerse cargo de otra no solo le niegan un derecho, le amputan algo más radical: el resorte mismo de su humanidad cuyo sentido más alto es el cuidado de un otro y de los otros (que es el mismísimo cuidado de sí). El referendo de Viviane Morales es, solo por esa razón, de una inmoralidad como no se ha visto en años en la política colombiana. Nos humilla, degrada a las personas solteras, las madres cabeza de familia, los homosexuales o los viudos, condenándonos a una subvida. Con un desprecio que avergonzaría hasta al último de los discípulos de Jesús, nos dice -copiando a pie juntillas al célebre ideólogo nazi- que nuestras vidas no son dignas de ser vividas, nos condena a ser desechos y nos siembra en la neurosis y la vergüenza. Para salvarse ella misma, o para sumar un capital político, la infame senadora nos quiere reducidos a cucarachas. Y más grave que eso -pues al fin y al cabo ese nosotros del que hablo es de personas adultas y con herramientas simbólicas para resistir- somete al escarnio a millones de niños que hoy crecen en hogares que no son de Papá y Mamá, los margina y los convierte en monstruos.
II.
No me entusiasma y más aún, me parece regresivo, el matrimonio igualitario, precisamente por su capacidad de investir con el halo de la nostalgia y del deseo, a una institución social tan deteriorada como la familia. Es un triunfo del conformismo y la uniformidad. La adopción, por el contrario, es una de las conquistas jurídicas más elevadas de la humanidad. Rara vez el matrimonio tiene esa belleza ética de base. Pero esa adopción, para que cumpla su designio, tiene que ser universal y sin límites. Allá donde haya asimetrías, vulnerabilidad manifiesta, carencias constitutivas, la adopción repara y se erige como esperanza para la infinidad de vidas maltratadas. Quien cuida a otro, se cuida a sí mismo.
III.
En agosto de 2013, Nicolás me regaló un gatico de dos meses que ya presentaba indicios de un comportamiento alterado: excitación permanente, dependencia afectiva, bruscos cambios de carácter, agresividad súbita. Por eso, y por su gusto por Olvido Alaska, Nicolás la llamó Escándalo: pensaba que era una hembra. La recibí no porque me gustaran los gatos, ni las mascotas en general, sino para probarme a mí mismo que podía cuidar algo vivo. Sin embargo, la gata me ofuscaba sin parar. Una noche en El Retiro (Antioquia) una hermosa luna de Octubre rebautizó a ese gato, que ya era un macho. En diciembre de ese mismo año, Octubre se lanzó de un séptimo piso y se rompió una de sus patas delanteras. Cuando volvió de la cirugía entró en una inexplicable depresión. Y regresó al hospital. El día que Octubre volvió a comer -y a saltar- no solo él se había salvado.