La primera vez que Viviane Morales y Carlos Alonso Lucio celebraron su matrimonio, el 15 de julio del 2000, no hubo luna de miel. Fue en la iglesia Casa sobre la Roca donde los bendijo el pastor Darío Silva y Lucio pudo asistir con un permiso de salida de la cárcel La Picota, lugar donde pagaba una condena por estafa y falsa denuncia. Se habían conocido dos años atrás en el Senado, al que llegó por el Partido Liberal en alianza con el Frente Esperanza que reunía 300 iglesias cristianas entre las que estaba la que dirigía el pastor Luis Alfonso Gutiérrez a quien había conocido por sus convicciones cristianas desde los 17 años, con quien se casó y tuvo tres hijos. Combinaba su vida familiar con la academia siendo abogada de la Universidad del Rosario de donde logró el mayor reconocimiento al haber sido elegida colegial y ahora hacia oír su voz en la Cámara.
Carlos Alonso Lucio había llegado al Senado en 1998 por el Movimiento Bolivariano, después de una intensa actividad política que comenzó con su militancia en el M-19 recién graduado del Liceo Francés de Bogota. Su tío Ramiro Lucio lo inició en las lides de la revolución armada. Escogió como nombre de guerra José Antonio pero todos en el M-19 lo llamaban El Sardino. Y tenían razones para hacerlo no solo por su juventud sino también por su arrojo que lo llevó a estar al lado de Rosemberg Pabón en la toma de Yumbo, de Antonio Navarro el día que perdió la pierna y parte de sus cuerdas vocales por un petardo que estalló en el estadero en el que se encontraban en Cali; estaba también junto a Carlos Pizarro cuando de regreso de Santo Domingo, Cauca, en una emboscada a la camioneta que él conducía casi acaban con la vida del comandante del Eme que recién había firmado la paz con el gobierno de Virgilio Barco.
En esa época, cuando se conocieron, eran muy diferentes. Él era ateo y ella creyente. A finales de la década del 90, Lucio creía en la despenalización de las drogas, y ella se la había jugado por la libertad de culto. Él había pasado por dos matrimonios, uno con Maria Lía Restrepo del cual tenía una hija y luego con una compañera militante del M-19 La Negra, con quien tuvo otro hijo. Ella había tenido un par de relaciones con un argelino y un palestino cuando realizaba una maestría en Derecho en la Universidad de Paris y llevaba más de quince años casada con el Pastor Gutiérrez.
Lucio dejó abruptamente la curul cuando supo que la Corte Suprema de Justicia había ordenado su captura por los delitos de estafa y falsa denuncia. Ya Viviane Morales tenía claro que su vida había dado un vuelco total y que Carlos Alonso Lucio estaba en el centro de ella.
Lucio viaja a Cuba donde permaneció dos años prófugo, hasta que tomó el vuelo de regreso a Colombia pero a la clandestinidad. Ha conocido la guerrilla por dentro y de sus años de militancia le han quedado contactos como el de Gabino, uno de los miembros de la dirección del ELN. Su destino, entonces, son las selvas del Sur de Bolívar a donde llegó a buscar avanzar en un proceso de paz cocinado desde La Habana. Un propósito que duró poco porque después de un mes dejó el campamento en medio de la noche, sin saber la prueba que tendría por delante.
La pugna por el control del Magdalena Medio había llevado a Carlos Castaño, la cabeza de los paramilitares de las AUC, a pisarle los talones al Eln en su territorio. Pronto supo de la presencia de Lucio en el campamento del Sur de Bolívar y le tendió una celada. Lo esperó. Lucio viajaba acompañado de su amigo Jaime Moreno, un abogado de la Nacional, cuando los hombres de Castaño lo detuvieron. Debía viajar a Córdoba al comando central de las AUC en la finca Las Tangas a rendirle cuentas al jefe. Castaño lo esperaba con rudeza. Durante cuatro días fue sometido a presiones y torturas para que delatara su relación con el Eln. Lo ocasional de su visita al Sur de Bolivar no resultaba explicación suficiente para un Castaño irascible, inestable y furioso, obsesionado en derrotar a la guerrilla en su avanzada hacia el Magdalena medio. El computador que cargaba Lucio se convirtió en otro blanco de la obsesión de Castaño por descifrar un contenido encriptado.
Al cuarto día apareció Castaño. Un radio transistor se escuchaba a lo lejos con una noticia que parecía salida del mundo de la ficción que daba por muerto al propio Lucio. El comandante paramilitar lo trasladó al salón principal de la hacienda y le ofreció un trago de su whisky preferido: Chivas 21 años. Le advirtió, con su frialdad conocida, del Consejo de guerra programado para el día siguiente: seria fusilado. Su suerte estaba jugada. Lucio se relajó, saboreó su trago y hasta habló de música con Castaño; el Paramilitar paradójicamente disfrutaba las canciones protesta del argentino Gian Franco Pagliaro, mientras que Lucio se iba por los boleros de Agustín Lara o Tito Rodriguez.
Las noticias de RCN interrumpieron la charla fluida. Daban como un hecho la muerte de Lucio. Puso su imaginación a volar y se trasladó a la casa paterna donde estarían sus papás llorándolo. Tenía el raro privilegio de ser testigo de su propio entierro. Descontrolado Carlos Castaño llamó al noticiero: “Todavía no lo he matado, mañana comienzo un consejo de paz de guerra y ahí decidimos”. No había recuperado la calma cuando entró un muchacho que le susurro algo al oído. El rostro de Castaño cambió sin que Lucio lograra descifrarlo. Había decidido perdonarle la vida. Lucio nunca entendió de donde salió ese extraño mensajero. “Usted ha sido el único hombre que lo he intentado matar diez veces y no he podido”. Para Lucio solo había una explicación: se trataba de una señal divina. Siempre ha citado esta dramática escena como una revelación que le abrió la ruta hacia su conversión definitiva a la fe cristina. Pensó en Viviane.
En Bogotá ella vivía su propio viacrucis. El matrimonio con el pastor Gutiérrez estaba prácticamente destruido y le angustiaba no saber nada de Carlos Antonio. La noticia de su muerte la había recibido en el apartamento de Fernando Rincón un compañero del Rosario al que la unían muchos intereses. Leyeron juntos la biblia y los poemas que tanto le gustaban a Rincón. Un verso le sirvió de bálsamo “Amantes fuimos de llanto, amantes de complacencia, amantes porque te di todo lo que tú me dieras; la vida tuya fue mía: la mía, tú te la llevas”.
El feliz desenlace para Viviane fue la señal de que su vida estaría unida para siempre a la de Carlos Antonio Lucio.
La decisión de Castaño estaba atada a la entrega de Lucio a las autoridades para que cumpliera la orden de detención de la Corte Suprema de justicia. Lo recibió, a la orilla del río Sinú, la defensora del pueblo en Córdoba Maria Milena Andrade quien se lo entregó luego al Defensor nacional José Fernando Castro Caicedo. A Lucio lo esperaba la cárcel La Picota en Bogotá.
Allá llegó la senadora Viviane Morales y no dejó de visitarlo durante los tres años en que estuvo detenido. El corto receso que tuvo para el matrimonio en la Iglesia Casa sobre la Roca terminó en celebración en el restaurante Andrés Carne de Res.
Vivió sola el que ella considera “El momento más difícil de su vida”. Una infección la llevó a perder su ojo en una decisión dolorosa para salvar su vida. Afrontó la prueba llevando un parche que después cambió por una prótesis. Pensó en dejar a Lucio pero la fuerza que los ataba superó el momento oscuro de sus vidas.
La libertad de Lucio en el 2003 llegó con la decisión de reafirmar su compromiso con Viviane que formalizó en un nuevo matrimonio, por lo civil ante un notario.
Las horas de pavor e intensidad merodeando la muerte en el bunker del Sinu con Carlos Castaño terminaron acercándolo al líder paramilitar. Tres meses antes de su liberación habían comenzado los diálogos del gobierno de Uribe con la cúpula de las AUC en Santa Fe de Ralito y Lucio fue contactado como asesor. Los cuestionamientos no faltaron y Viviane decidió tomar distancia. Rompieron en el 2008 y la ex senadora buscó un nuevo rumbo para su vida. Se dio una tregua en Estados Unidos de donde regresó para ser profesora de derecho constitucional en su alma mater y su elocuencia y probado conocimiento la llevaron a la cabina de Caracol Radio como comentarista en 6 am-9am con Darío Arismendi.
A finales de 2010 Viviane Morales se convirtió en la primera mujer elegida por el congreso para ser Fiscal de la Nación escogida de una terna presentada por el recién posesionado Juan Manuel Santos en la que compitió con juristas de renombre como Juan Carlos Esguerra y Carlos Gustavo Arrieta
Carlos Alonso Lucio había regresado a su vida y con él las críticas. De nuevo la pareja se convirtió en blanco de cuestionamientos confundiendo el peso profesional de la Fiscal con su opción personal. A pesar de la discreción que mantuvo Carlos Alonso Lucio, quien desapareció de la vida pública, la vulnerabilidad de Viviane tomó forma cuando el Consejo de Estado fallò en su contra al encontrar que Corte violó su reglamento al elegir a Morales con 14 y no con los 16 votos requeridos, a pesar de que la ponencia inicial -elaborada por el magistrado Alberto Yepes- la favorecía.
En plena renuncia Lucio reapareció ante las cámaras al lado de la Fiscal quien leyó una impactante carta de renuncia en medio de los aplausos de una sentida despedida de cientos de funcionarios que reconocían sus dos años de gestión.
La adversidad fue la prueba para el recomenzar en pareja decidida a enfrentar causas comunes como la última por el Referendo de Papa y mamá que los llevó lejos.