Viajaba por el camino que conducía de mi apartamento al consultorio. Era un día soleado, de esos con cielo azul brillante y nubes por doquier. El contraste típico de la sabana de Bogotá. Sucedió en la parte alta de la montaña. La ciudad se mecía abajo, flotando amplia, muy amplia, sin que se alcanzara a divisar de extremo a extremo. De repente, todo se volvió muy luminoso, los contornos se difundieron y entré en una sensación inexplicable. Fue un instante, no duró mucho, pero ha sido uno de tantos momentos en que por segundos se siente algo grandioso. Fue la común unión con el universo, ni siquiera el planeta. Fue la esencia revelada de Dios. Aunque no lo supe en ese momento, solo lo sentí. Lo sentí en cada una de mis células, lo sentí a profundidad y desapareció tan rápido como llegó, dejando su huella imborrable.
Son aquellos instantes que como estrellas fugaces llegan, iluminan tu vida y siguen. Sientes la comunión con el universo y te llevan a vivir una experiencia de armonía y paz total y plena. Momentos que te impulsan a compartir lo que sientes con otros, por medio de un abrazo, un gesto, una palabra o simplemente en el silencio. Esos momentos son los que te muestran la espiritualidad en pleno. Son la vida de verdad, son la vida pura, sin adjetivos, sin calificativos. Simplemente son. Y son sanadores, más allá de cualquier comprensión.
Suceden donde y cuando menos lo esperas. Especialmente cuando no los esperas. Y suceden dentro de lo absolutamente cotidiano de la vida, conduciendo un automóvil, en la angustia plena o en el acercamiento a un ser que como tú sufre en un momento dado. Suceden sin estar en retiros, ni con prácticas especiales. Suceden en lo más común y corriente. La espiritualidad necesita solo tu conexión y que estés dispuesto a reconocerla cuando llega. Más aún, siempre esta ahí. Solo necesita que le abras la puerta del corazón y la mires de frente.
Una vez suceden, son indelebles, como la buena tinta. Pueden diluirse, no distinguirse claramente, hasta que otra memoria los renueva en toda su intensidad. Y te percatas de que la vida ha sido compuesta por esos momentos, por esos momentos concatenados, uno tras otro. Cada vez más “frecuentes”, cada vez los reconoces más en tus actos día a día. Al principio parecen separados por años. Luego, son continuos.
En la medicina ha sido impactante. Simplemente el solo hecho de estar presentes dos personas, médico y paciente, ambos en busca de ayuda, y abiertos de corazón, hace que entren en un estado de sincronía para sanar. Sanan los dos al unísono, paciente y médico. Esto sucede en medicina y en toda actividad en que los seres humanos de verdad se busquen el uno al otro. Esto es espiritualidad, el encuentro con otro ser humano. Cada cual lo busca en su cotidiano quehacer. Y es salud.
Momentos de espiritualidad. Así es la vida. Solo momentos. Solo espiritualidad. Cuando abres tu corazón, los reconoces a diario, pues así suceden. Suceden mientras lees estas palabras, o mientras giras tu cabeza y prestas atención a quien te está llamando, a quien reclama tu atención. Aparecen cuando sueltas tus pensamientos y te permites sentir a plenitud las sensaciones que te llegan ya sea del exterior o de tu interior. La clave es Sentir.
Llega entonces un momento en la vida en el cual te percatas y experimentas en lo más profundo de tu ser que eres, vives, sientes y te manifiestas como un ser espiritual. De este momento en adelante tu vida será regida por esta convicción y caminarás en pos de su realización.