Los expresidentes en Colombia son como cálculos renales; lo peor no es cuando están taladrando su entraña, sino cuando una vez expulsados usted es consciente de que de un momento a otro pueden reaparecer.
Aquí los expresidentes se “reencauchan”, es decir, salen, pero pronto vuelven a la cima; nombran, deciden, escarban, eligen, conectan, hacen lobby, imponen, pontifican y, eso sí, cobran, y cobran caro de alguna forma. No basta lo que hicieron o dejaron de hacer; vuelven, simplemente regresan para seguir extrayendo hasta la última gota de aquella vaquita de litros ilimitados que es el estado, la política, el congreso, los beneficios, los puestos públicos, el clientelismo, las autocomplacencias.
Al paso que avanzan las cosas no sería extraño que hasta Iván Duque, enmascarado detrás de su nueva barba para el pasajero anonimato, en pocos meses venga ser premio Nobel de la inteligencia, gran señor de la filosofía o la corrección y toque volverle a oír sus prolongados silencios, aquellos lapsus, la realidad que solo habita en esa marchita imaginación tan suya.
Pero en esta ocasión son Samper y Uribe quienes gozan del privilegio. Samper que fue incapaz de ver un elefante a sus espaldas, aprecia ahora perfectamente la hormiga que corretea en el campo. De manera que buscando halagos del gobierno irrumpe de nuevo, en esta ocasión para reivindicar la memoria de Jesús Santrich, todo en función de que Iván Márquez y su banda de huella sangrienta regresen, y lo hagan por la puerta más grande de la historia.
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Samper que fue incapaz de ver un elefante a sus espaldas, aprecia ahora perfectamente la hormiga que corretea en el campo
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Andando por partes, no hay duda de que el caso de Santrich seguirá siendo un gran misterio, un misterio sórdido en el que, además de él que era un tipo enrevesado y jactancioso, participaron Duque de presidente y Néstor Humberto Martínez como Fiscal de la época, personajes reconocidamente demacrados en su ejercicio público, de poco fiar, e insaciables en su arremetida contra el proceso de paz con las FARC.
Pero de ahí a volver a Santrich una víctima con la recomendación de Samper; de ahí a que en los próximos meses con los recaudos de la reforma tributaria el estado colombiano deba indemnizar a la familia de Santrich, de ahí a que merezca honores, glorias y más estatuas brillantes, hay un trecho que raya en la demencia.
Uribe, por su parte, Uribe con su sonrisita, Uribe con su nadadito funge ahora de lazarillo. Ofrece impensadamente su ayuda al gobierno para sacar adelante una “democracia social”, para evitar “más polarización”.
Sin mezquindades cabe reseñar que cualquier contribución para sacar el país del profundo hoyo por el que transita es trascendental (aunque esto no signifique necesariamente estar de acuerdo con el gobierno en todo, sino hacer cuando quepa una oposición leal), pero cómo o acreditar que en tan poco tiempo Uribe haya modificado su gesto, que tan brevemente haya mudado sus atuendos de batalla para vestirse de activista por un país menos retorcido; que él ya esté por encima de él mismo y ahora vea todo con los ojos de una sociedad sufrida. ¡¡Difícil!!
¿Qué buscan Samper y Uribe, hacia dónde enfocan la mira telescópica de sus intereses? Ya se sabrá, eso casi nunca pasa totalmente desapercibido. Además de lo que parece corresponder por derecho a cada expresidente y a su prole ¿Acaso podría ser que la pregonada paz total los absuelva del todo y para siempre, incluso reconociéndoles para los últimos años gran servicio a la historia?
Por lo pronto y como parece corresponder a la repetición de las historias, sea el momento de recordar Las Almas Muertas, aquella magnífica obra decimonónica irónica del aprovechamiento disfrazado de solidaridad:
“Al primer soplo de viento estamos dispuestos a construir sociedades benéficas, filantrópicas y Dios sabe qué otras. La finalidad es maravillosa, pero no se consigue nada… Por ejemplo, al instituir una sociedad benéfica para ayudar a los pobres, se entregan importantes cantidades de dinero, e inmediatamente para celebrar una acción tan laudable, se les ofrece un banquete a los principales funcionarios de la ciudad, banquete en el que se gasta la mitad del dinero recaudado; con el resto se alquila un espléndido piso, con calefacción y porteros, para instalar el comité; finalmente, no quedan para los pobres más que cinco rublos y medio. Y los miembros de la sociedad no se pondrán de acuerdo sobre el reparto de dicha suma, pues cada uno quiere beneficiar a su ahijado”.