I
¿Qué sería de nuestro país sin la alimaña de la ignorancia suelta por todo el territorio nacional? Lo contrario de cuanto somos. Así de simple. No necesitamos derramar mucha inteligencia para una conclusión de estas.
Ahora, ¿y qué sería todo lo contrario de cuanto somos? Aquí sí se exige considerable conocimiento, no para responder la teoría de la pregunta, si no al llevar a la práctica el desenredo de esta encerrona, la cual nos tiene intricados desde hace más de dos centurias.
Colombia, país boquiabierto, chorrea babas en toda su superficie. Estado bobalicón. Ni siquiera tartamudea, porque si lo concibiera vacilaría y no se quedaría en el peor desarraigo del mutismo, frente al atropello petardista de los gobernantes.
Aparte de ser una caterva jingoísta. Los ciudadanos aman los signos patrios, se enternecen y dormitan en la sensiblería, síntoma infalible de lo obtuso de nuestros coterráneos. Amarillo, azul y rojo, hierven en la sangre de los artificiosos cuando se da la estocada final con el himno nacional, a este pueblo infectado de llagas inmarcesibles con tonalidades tétricas de la miseria. Es urgente bajar la bandera despreciable de amor a un país, donde los sinvergüenzas de la economía gozan de privilegios absolutos, del asta del pensamiento hipócrita de unos cafres indolentes, expertos en desangrar la existencia de los pobladores.
Lo anterior no quiere decir odio a Colombia, por el contrario, es ser objetivo, es descristalizar el afecto hacia el país que ya no nos pertenece porque ha sido expropiado por el jerarca mayor del capitalismo, porque las macroempresas extranjeras son propietarias de nuestros recursos naturales o por lo menos en alto porcentaje, porque los legisladores nacionales son maquinadores de la barbarie económica, política y existencial, cometida a diario contra el ciudadano del común. En fin, es desempolvar en contexto los artífices circundantes, revitalizar la posición subjetiva, evidenciar el corroído mundo nuestro como algo amorfo, es exigir un justo y excelente manejo de las arcas públicas, de los lineamientos en todo ministerio estatal, en la estructura global del gobierno. No nos engañemos, esa clase de país, manipulado por el deshonesto, no vale una lágrima. Nuestro estado hipócrita es un cocodrilo con fauces de mansa paloma… da vergüenza.
Por lo anterior, el tricolor del pabellón sería un pañuelo glorioso para secar llantos de quienes se desviven por un reality, por programas televisivos cursis, ante el gol hecho por un equipo capaz de desarrollar un fútbol contundente, con amagues parecidos a sonatas clásicas, mientras el colombiano insulso baila champeta y canta arrabaleras por un saque de banda de parte del conjunto nacional. Deliran, se sumergen en aflicciones desgarradas cuando no decretan fiestas, por la carencia de licor o si suspenden reinados populares u otras manifestaciones de igual ordinariez. Entre tanto se tornan inconmovibles frente a la miseria. Y digo son indiferentes, porque cada tres o cuatro años olvidan el pasado y vuelven a elegir los mismos autócratas, los cuales galopan en cerebros vasallos como burro bíblico y con esta actitud omisa o a “conciencia” manoseada, ya sea por intereses propios o fanatismo político de los votantes, siguen insensibles ante la verdad absoluta, de un país con todas las contumacias de permanecer en el excremento político actual.
Colombia es uno de los pueblos más ignorantes del mundo, debido al conservadurismo desaforado, desde el punto de vista etimológico, el cual conlleva a ejercer el dogmatismo enfermizo en todo sentido. “Un estudio conocido como Perils of Perception (peligros de la percepción), realizado por la firma Ipsos Mori, en el que también hace parte la encuesta Index of Ignorance 2015 (índice de ignorancia) estableció que Colombia es el sexto país más ignorante del mundo”. Aquí lo irrazonable se vertebra como pragmatismo sistemático, dinámica perfecta de la malicia, para levantar los cascos a la idiotez e impulsar cabriolas de títere desgonzado.
El problema radica en una Colombia incapaz de reaccionar. Se encuentra hipnotizada hasta postrarse en el más apabullante conformismo. Sucede porque es consecuencia de la deplorable educación, la cual propaga fanatismo, acontecer rutinario del engranaje de una maquinaria oficial tétrica, hasta la envergadura de generar apatía e indolencia, tanto del gobernante como del representado, porque muchos sectores de la población astuta o ingenua, se fusionan, se camufla la llaga en la piel, mientras la úlcera se incuba, día a día con más poderío, se compenetran hasta multiplicar hecatombes jurídicas, políticas, económicas y sociales. Por eso el maremágnum constante en nuestra mostrenca patria.
II
…¿y qué sería todo lo contrario de cuanto somos? Un país no alineado, postrado en la pobreza extrema con más de cinco millones de indigentes y quince millones adicionales de pobres, tendríamos una Colombia espléndida debido a la distribución equitativa de sus riquezas, seriamos una región capaz de implantar diversidad de cultivos, no estancada en el monocultivo, atenuante de la ruina del campesino, surgiríamos como un importante abastecedor de petróleo a nivel mundial y por ende grandes generadores de gasolina barata a nuestra población, componente fundamental para impulsar el motor de la economía, sin paralizar su rodaje por culpa de precios excesivos, la minería a través del fracking de ningún modo se pondría en uso, existiría una población no perteneciente al deshonroso sexto lugar más ignorante del mundo, no estaríamos en el escalafón de ser el tercer país más desigual del globo terráqueo, todos los ciudadanos tendrían discernimientos bien cimentados, en lo económico, político y social, con una traza mental capaz de descifrar el dudoso embrague del artilugio pluripartidista. Esta mínima parte sería realidad antípoda, silogismo de cuanto no somos.
III
¡Viva la ignorancia de Colombia! Suena como expresión insociable, sin embargo la sustancialidad de intereses creados la disfrutan, la impulsan y la blindan con lealtades delusorias, quienes tienen como único fin alienar a sus súbditos, así el país permanezca estrellado en el taller de la inconsciencia.
Todo gira en un círculo vicioso, el oscurantismo extremo y la sabiduría fosforescente —parodiando a Borges— convertidas en una ideología auspiciada por los avisados, de esta forma manipulan y fomentan el desarraigo de la asnada colombiana, guadrapean la política con el único fin de atropellar la verdad, hasta dejarla en añicos de politiquería maléfica, inhumana, pueril y esquizofrénica.
Adolf Hitler, en su autobiografía, recomienda repetir cualquier mensaje, con convicción, sin importar si es mentira, lo relevante es expresarla como una verdad suprema. “Nadie se preocupa por su lógica o su racionalidad. ¿Cuántas personas hay en el mundo que comprenden qué es la lógica, qué es la racionalidad? Simplemente sigue repitiéndolo con fuerza, con énfasis. Esas personas andan en busca de la convicción, no en busca de la verdad”, explica Osho. Y esto ha venido sucediendo, desde el origen de nuestra falsa democracia. Con la gravedad de ser urgente su continuidad, porque si no se devela la estructura perversa de quienes vienen manoseando las riquezas naturales, los réditos con los cuales se direcciona el funcionamiento de un Estado social de derecho.
Para un microscópico grupo de explotadores de esta sociedad capitalista, ya con el apéndice de la escuela mercantil de Milton Friedman, el perverso neoliberalismo, es necesario perpetuar la ignorancia de millones de colombianos, el analfabetismo político, el desgarre psicosocial y patológico de los creyentes de superfluas reflexiones de tarima.
Un país pensante, capaz de inquirir cuanto le dicen los aspirantes a una curul cualquiera, a la presidencia de la república, a las alcaldías o incluso a un dignatario de una Junta de Acción Comunal, no elige bandidos, no se deja comprar con ninguna artimaña suculenta. Vota y elige con pundonor, con conciencia, con amor a la verdad, se revierte en héroe de la patria justa y de sí mismo.
Es una ganga monumental, para la clase regente de nuestra nación, mantener sujeta a la plebe en el más profundo analfabetismo, porque no hay necesidad de preocuparse por un posible razonamiento crítico, el cual traería una rebelión civil, o no se dejaría embaucar, y actuaría con determinación en contra de las artimañas administrativas.
De pronto soy un hereje del palpitar vital de esta comarca suramericana, no obstante me encuentro consciente de permanecer respirando sangre pútrida de la economía nacional, de parte de quienes se convierten en vampiros para desangrar a cada ciudadano trabajador de clase media y pobre. Debido a estos desafueros observo con tristeza y desesperanza a mis compatriotas con raciocinio cantinflesco, quienes siempre celebran sin vergüenza el triunfo del esclavista, de ese maquiavélico deleitándose con whisky al festejar su actitud oportunista, cuando desde sus introspecciones, fatídicas y concluyentes, eructa con instinto hábil un ¡viva la ignorancia de Colombia!