El sentimiento que sus promotores predican de la autonomía costeña si es apenas una ocurrencia semántica insolvente, carente de objetividad y precaria demostración en el vasto universo del pueblo costeño.
Igual que no existe una conciencia colectiva capaz de asumir la autonomía como un logro político y no como “audacia” populista, es de colegir que el destino de tan entusiasta convocatoria no pasa de ser otra “gesta” efímera de campaña electoral que escoge a la Costa como teatro de operaciones de la batalla final por la Presidencia de Colombia.
Y es que causas como las autonomistas, secesionistas, los hervores revolucionarios, las transformaciones radicales que convocan las dinámicas de la sociedad, tanto en lo político como en lo social, económico y territorial, deben también tener una valoración en la identidad de alma, en los sentimientos y las emociones de quienes van a ser sujetos activos de los cambios que tales sacudimientos prometen.
De ninguna manera un pueblo que no sienta palpitar en su alma uno de aquellos impulsos identitorios, la emoción de la causa que lo convoca, el sentimiento de ser arte y parte de su historia colectiva, obrero de su destino de grandeza, difícilmente va a engranar en las convocatorias que, bajo el señuelo de incluirlo, cuanto buscan es subordinarlo a un interés particular.
Y por eso, por la falta de ese catalizador básico para producir la reacción en cadena, cuanto se diga, haga y pregone sobre la autonomía costeña, no va a pasar del embeleco populista, del oportunismo electorero característico de pasados arrebatos, de la republica aérea del Caribe del mismo promotor que hoy enarbola la bandera raída de la unidad regional.
Porque no vengan a creer los costeños de La Guajira, Sucre, Córdoba, Cesar, San Andrés Islas, de cuya pertenencia a Colombia no está seguro el senador Cepeda Sarabia, que las autonomías en materia de un modelo propio de desarrollo, de políticas administrativas, presupuestales, rentísticas, que hoy celebran con vallenatos, porros pelayeros y chicha maya, va a ser la entrada a la tierra prometida de la equidad, la igualdad y las oportunidades para todos; sin miramientos distintos que el desbordado caudal de sus necesidades insatisfechas, carencias, exclusiones y frustraciones ancestrales.
Todo será en y se hará para Atlántico
y Barranquilla, su capital,
y si queda, para Bolívar y Magdalena
Todo será en y se hará para Atlántico y Barranquilla, su capital, y si queda, para Bolívar y Magdalena, por aquello del lustre virreinal de Cartagena y Santa Marta, sus respectivas, respetables y turisticas capitales.
De ahí, de ese dintorno, no pasará la autonomía en sus representaciones y expresiones: el desarrollo, la participación a prorrata en las rentas nacionales, las regalías, el presupuesto, el situado fiscal, las sedes administrativas de las burocracias regionales y nacionales, la nueva nomenklatura, y cuanta instancia de en parir la novedosa figura.
Y Barranquilla, por supuesto, será la nueva, la imperial Bogotá de clima caliente.
Y la Guajira será más lejana, menos presente por lo remota y distante de la metrópoli. Y Sucre, apenas un voto más para elegir un barranquillero como el supremo gobernador de la Costa emancipada. Y Córdoba y Cesar, para sumar sus rentas mineras al nuevo centralismo. Y Magdalena y Bolívar, para aportar sus dos perlas al collar de Barranquilla.
Y, bueno, el centralismo cachaco ha muerto… Viva el centralismo costeño.
Viva Barranquilla.
Poeta
@CristoGarciaTap