Mi papá me dijo una vez, con su seriedad inquieta, que la solución para Colombia era declararle la guerra a Estados Unidos.
Me miró con sus ojos azules y ante mi silencio, concluyó su máxima.
—Mira Manuel, antes de lanzar Colombia la primera piedra, ya los gringos nos han invadido con diez corbetas y cincuenta portaviones.
Yo, atembado, me limité a mirarlo.
—Y nos convertimos en el estado 51 y aprendemos inglés a la misma velocidad con la que Jesse Owens demostró a los nazis que el negro es más rápido que el blanco.
Por varios días pensé seriamente en las ideas de mi padre, intentando sacarle el jugo necesario a aquella suculenta sugerencia de aprender inglés en tres segundos, y lo único que conseguí fue replantearme mil cosas de la historia y sus verdades y mentiras categóricas.
Desde entonces dudo si fue bueno o malo eso de separarnos de España o si fue pésima o nefasta la tal alternancia de poderes y favores durante el Frente Nacional y todo aquello de chupar del erario todos,liberales y godos, en una inquieta perpetuidad y sin peleas pendejas. O peor aún, si habrá sido benéfico o pecaminoso eso de ir a la luna. Y hablando de lunas, ¿si será verdad que alunizaron, o más bien Armstrong y su Apolo hacen parte de la ficción?
La historia solo genera dudas, y por ello hoy, viendo la payasada del alcalde de Cartagena que ordena retirar y destruir la placa que pocos días antes había inaugurado con himnos tristes y ante lágrimas patriotas en las mismas murallas de Cartagena, donde se rendía justo o injusto recuerdo a no sé cuántos muertos que llevó una batalla naval por allá en mil setecientos algo, es que llego a pensar que todo este asunto de la historia y las verdades tiene mucho de cínico y mentiroso.
Y, viendo las cosas a día de hoy y recordando aquellas insinuaciones de mi padre, ¿qué pasaría hoy en Locombia si el almirante Vernon hubiera ganado la batalla?
De un lado, que la plaquita del alcalde ahí seguiría.
Y conste que es una pregunta inocente, jamás retórica, la cual lleva a que cualquier ingenuo puede responder que hoy seríamos una gran y bella colonia del Imperio británico, sabríamos inglés del de verdad y manejaríamos nuestra economía con la fuerte libra y no con los endebles pesos o euros. Además, y parodiando a la tesis paterna, hoy tendríamos reina por siglos y siglos y no pésimos presidentes cada cuatro años. Manejaríamos por la derecha, tal como lo hacemos. Y aprenderíamos a bajar la cabeza y a hacer esas simpáticas maromas cada vez que saludemos a alguien de la jai. Esto, obvio, si no nos da por la pendejada de independizarnos.
De ahí, entonces, mi aplauso al alcalde de Cartagena, aunque yo hubiera tomado a la Parker condesa o duquesa de Cornualles y de Rothesay de los hombros y le hubiera soltado un efusivo Colombia loves you. Con un pasivo piquito en el cachete izquierdo, como mandan las normas.
Y ya, volviendo ala seriedad y jugando al juego de la inteligencia, va una pregunta responsable: ¿a quién carambas se le pasó por la cabeza eso de invitar al príncipe Carlos y su aburrida esposa a estos fríos sitios andinos y no invitar más bien a Maduro para reírnos un poco?
… y hablando de…
Y ya que estamos de felicidades y aplausos, pues grandes van a blablablá Santos. Ya consiguió un crédito por cien millones para nuestro posconflicto, eso es un viaje al viejo continente fructífero y altamente productivo. Además que lo graduaron de la Camilo José Cela y todos vimos las fotos, divinas.
Y el mundo sigue y sigue dando vueltas y desaparecen a 43 estudiantes de un centro estudiantil en Iguala, México, y uno sigue hablando de la magnífica y única e inolvidable visita de los príncipes aquellos que vinieron y ya se han ido.