Una sola cosa le importa a Santos de estas elecciones: que las gane alguien comprometido a no preguntar.
A no preguntar por la bonanza petrolera, que se esfumó sin dejar rastro. Algo así como treinta mil millones de dólares que hubieran cambiado el ritmo y la suerte de Colombia. Que venga alguien para tapar esa pregunta que nos asfixia.
A no preguntar por el endeudamiento que se convirtió en la mermelada para cubrir toda la tostada. Santos nos endeudó en 8 años, lo que todos los presidentes de Colombia nos habían endeudado en 200 de vida republicana. Que venga alguien que pase la página.
A no preguntar por la manera como se multiplicó por más de cinco el narcotráfico, el combustible que alimenta todas las guerras. Ese paso de 48 a más de 200 000 hectáreas sembradas; de 600 a más de 3 000 toneladas en producción; esa explosión del tráfico aéreo y marítimo para llegar con la maldita mercancía a Europa y mejor que nunca a los Estados Unidos; la aparición de las ollas del microtráfico en todos los pueblos de Colombia, el origen de nuestra tragedia; la impunidad consentida al mayor cartel de la droga en el mundo, las Farc, son preguntas que debe prometer que no hará si aspira a ser el ganador que le guste a Santos.
A no preguntar por las carreteras que se llevan los ríos, los puentes que se caen, los túneles que se tapan, las obras que naufragan en consultas nauseabundas y las que terminan valiendo varias veces su original presupuesto. A no preguntar por Reficar, claro está.
A no preguntar por qué no hay una celda para guardar un preso, pues que en 8 años no se construyó un calabozo, es el compromiso del que quiera ser amigo de este fantoche.
A no preguntar por qué los hospitales se quiebran y los enfermos no encuentran una cita; por qué los niños no tienen más horizonte que las pandillas y la droga, cuando terminan su jornada escolar; por qué la construcción de viviendas se vino al piso, la industria se acabó, los alimentos vienen importados de cualquier parte; por qué el desempleo se multiplicó, enmascarado con aquellos disfraces de la informalidad, el empleo por cuenta propia, el no remunerado o el que brota de improviso en los lugares más apartados del país.
A ese silencio imposible tiene que comprometerse el que le jure lealtad a Santos en estas vísperas. El que quiera favorecerse con la última descarga de ominosa artillería, que se comprometa a sepultar esas preguntas, a desaparecer esas cuestiones.
Santos está listo a disparar sus enmohecidas armas contra Iván Duque.
Y no teniendo ninguna en contra suya,
las descargará contra Álvaro Uribe Vélez
Santos no tiene claros sino los escándalos preparados contra quien sabe que no será la Celestina de su enriquecimiento inaudito, de su ineficacia proverbial, de sus chanchullos vergonzosos. Por eso está listo a disparar sus enmohecidas armas contra Iván Duque. Y no teniendo ninguna en contra suya, las descargará contra Álvaro Uribe Vélez.
Prepárense, queridos lectores, para oír esta semana a “Tasmania”, acuartelado por la policía para vomitar su pestilencia. Y para que se reviva cierta novela de una damita lista a declarar que la violó el presidente Uribe. (A Santos no le queda lejos bajeza alguna). Y para el espectáculo mayor: 19 generales de la República acusados de falsos positivos, todos cometidos en los años de gobierno de Álvaro Uribe.
Queda por ver contra quién se volverá la ira popular que causen estas acusaciones grotescas. Santos no sería el primer sacristán que se descalabre con el incensario. Ni el primer patriarca que deba irse entre la soledad, el abandono y el asco de cuantos lo han padecido.
Estas últimas infamias de Santos pretenden favorecer al segundón en las encuestas, el exconvicto, exsecuestrador, exasesino miembro de la pandilla que se llamó M-19, Gustavo Petro.
Pero no parece tan claro el efecto de la patraña. Lo advierte el exdelincuente que quiere gozar de la complicidad del patriarca que se va, de la falta de memoria de sus compatriotas y del atolondrado ignorar de los jóvenes que lo rodean al grito de Colombia Humana.
Y que las cosas no salen y las cuentas no resultan queda claro cuando Petro llama a la sublevación civil, a la revuelta, al crimen, con fecha y hora precisas: las cuatro y media de la tarde del 27 de mayo, cuando ya se conocerán las primeras noticias de su derrota. Petro ya sabe que perderá y convoca a lo único en lo que es maestro. Al odio, a los asesinatos en masa, a la destrucción y al caos.
Una cosa queda en claro. Que esa no será la hora del miedo, sino de la vindicta popular contra el fanfarrón de Santos y el delincuente que quiere ser Presidente. ¡A las urnas y al coraje, colombianos!
Al silencio imposible sobre su fracaso tiene que comprometerse el que le jure lealtad a Santos en estas vísperas. Foto: Presidencia