Una de las grandes herencias que nos dejó Andrés Caicedo fue su universo narrativo. Sin embargo, más allá de esto, nos dio la-lección-de-un-universo-narrativo. En Colombia hay muy pocos escritores con un mundo propio, en Latinoamérica los había, de ahí vino en parte la razón por la que el boom fuera el boom.
Cogés un libro de determinado autor o una película de un cineasta como Fuguet, por ejemplo, y de una ingresás en sus mundos. No te cuesta demasiado porque ya estás familiarizado con sus personajes o con sus Comalas. Muchas veces esos universos se convierten en marcos de referencia para leer a otros autores. A veces te ves diciendo: "personaje cortazariano", "trama garcíamarquiana" u "obsesiones bolañezcas".
Tener un universo narrativo va mucho más allá de tener un estilo o una impronta. No soy cercano cuando dicen que Tomás González es el gran nuevo escritor colombiano del siglo 21. Gustándome muy poco, creo que Héctor Abad Faciolince tiene más microcosmos sellados que Tomas González, Alberto Salcedo y Miguel Rivas juntos. Daniela Abad siendo documentalista, y con dos largometrajes apenas y muy poca edad, tiene más dimensión poética que todo el Festival Internacional de Poesía de Medellín en lo que lleva de historia.
Entrar al mundo de un escritor, cuando lo tiene, significa sentarte a la mesa con unos comensales que siempre te van a resultar familiares, cercanos. Estos personajes los conozco, te dices cuando apenas los empiezas a leer. Cuando un escritor logra un universo personal narrativo, cada vez se tiene que esforzar menos para conectar con sus lectores, pues el trabajo ya está hecho. Lo que le corresponde es disfrutar del placer de escribir sin necesidad de tratar de convencer a nadie porque ya el mundo marcha solo, vive por sí mismo. Las leyes de su naturaleza están establecidas.
Más o menos eso fue lo que me pasó con Santiago Caicedo y su primer largometraje Virus Tropical: una extraña mezcla de familiaridad caicediana. Sin decir, tampoco, que Santiago sea el próximo inaugurador de un boom, cuando vi su película sentí que había ahí un planeta en el que ya había estado. Un planeta tan-lejos-tan-cerca-de-este-planeta, mi planeta personal. Ese planeta de un Andrés Caicedo que ya no soporto revisitar más, pero que está instalado en muchas páginas de nuestra, esa-aquella, enciclopedia de uno mismo.
Pero sobre todo, también, lo que sentí es que estaba ingresando al viaje interior de un amigo, como si lo estuviera visitando todavía en esa Nueva York de cuando vivíamos en la misma cuadra del mismo barrio y que solo bastaba cruzar una calle para visitarnos.
Muchas de las obsesiones de Virus Tropical las había visto en la personalidad de Santiago en aquellos gloriosos días de principios de siglo. El tema de los dibujos animados ya es intrínseco por descontado. Virus es una película de dibujitos y me acordé de que Santiago siempre ha sido monotemático con el animé, por ejemplo. Yo le proponía temas de cine y él siempre los volteaba hacia la animación.
También hablábamos mucho de la jartera que nos daban las rumbas en Colombia a punta de perico, tema que aparece bastante subrayado en Virus Tropical: nuestra protagonista es una niña a la que le toca padecer la rumba pesada de sus novios y toma distancia de ello. Es el mismo Cali de Qué viva la música, pero aquí la protagonista toma un desvío hacia un universo paralelo más constructivo, menos suicida, más Boyhood, al mejor estilo de Richard Linklater. La literatura de Andrés empieza donde termina Virus Tropical, pero aquella hace un giro auto destructivo. La Mona se va hacia la perdición. En Virus, La Mona se va hacia la vida.
Cali es una ciudad rara. Es como Medellín un poco y como todas las ciudades supongo: hay que abrirse de ellas para extrañarlas putamente.
En lo personal, yo nunca pensé que iba a sentir nostalgia por Cali hasta que vi Virus Tropical. Ese acento de las mujeres de allá y que tan fácilmente pierden cuando se van es algo que solo se puede disfrutar estando en Cali. La mujer caleña pierde su perrenque estando en otras ciudades diferentes a Cali, pero una vez vuelve allí, vuelve a su tesitura inigualable. En Virus, por ejemplo, se describe a la perfección ese proceso: nuestra Powerpaola cinematográfica pasa de ser una desarraigada a una arraigada total.
Lo bonito de Virus es que te conecta con ese Cali profundo, ese Cali de Andrés, primo lejano de Santiago, director de Virus. Un Cali pocas veces visto porque es un Cali muy difícil de poner en imágenes. Es un Cali íntimo, personal, como solo lo logró Andrés Caicedo, un Cali sin tiempo y sin espacio, un Cali casi por fuera del lenguaje, del imaginario más no tan imaginario.
Virus Tropical también tiene grandes puntos de contacto con la galardonada Roma de Alfonso Cuarón. De hecho, en lo personal tuve problemas para ingresar a la película porque me pareció de entrada muy melodramática, casi como una telenovela. No lenta, pero sí muy modo culebrón. Y entonces, me acordé también que Santiago decía haber sido amante a las telenovelas como lo fuimos todos en edad escolar. Le tuve que conceder ese tono a la película. ¿Qué somos los latinoamericanos si no melodrama?
Tuve que dejar la película varios días, en remojo, hasta que tuviera energías para seguir viendo un melodrama. Como en Roma, Virus Tropical es sobre muchos asuntos, pero especialmente el tema son las mujeres abandonadas. Las mujeres que deben seguir adelante cuando los hombres de su vida escurren el bulto, le sacan el culo al proyecto compartido.
Luego, tuvo que venir Julia, la protagonista de la canción Ojalá que sea, de Fito Páez, para animarme a proseguir con Virus Tropical. Acompañado, la película fue a otro precio y el melodrama mágicamente desapareció hasta transfigurarse en una potente obra cinematográfica de largo aliento.
Tanto Virus como Roma son películas que se disfrutan mejor acompañado, pues son ese tipo de cine para salir a comentar. No son obras para salir a buscar un restaurante y olvidarse cuanto antes de la película. Roma y Virus Tropical te dejan un largo sabor de boca. Los días pasan y la resonancia de su espíritu te acompaña por varias semanas.
Cine que parece inofensivamente telenovelesco, pero que no te vaya a mostrar sus dientes cineastas, porque te podría morder y arrancarte el pedazo.