En los recientes días, con los acontecimientos del coronavirus y todo lo que ello derivó, he escuchado a muchas personas hablar de un cisne negro para la economía. Para los que no están relacionados con la expresión, se le denomina cisne negro a un evento —negativo— de muy rara aparición, similar al peor escenario posible. Pues bien, yo no estoy de acuerdo con esa afirmación y en este post les voy a explicar por qué.
La principal objeción que tengo a considerar el COVID-19 como un cisne negro para la economía es estimarlo como un evento único. Es decir, pensar que el contexto estaba andando en normalidad hasta que llegó el virus. Y nada más alejado de la realidad. Como lo publiqué en mi cuenta de Twitter, creo que lo que estamos viviendo se asemeja más a una tormenta perfecta.
Todo contexto puede ampliarse, pero voy a elegir la burbuja de internet para iniciar. En general la industria (que es la que da el valor agregado) ya no estaba centralizada en los países ricos, sino que paulatinamente comenzó a localizarse en los países emergentes (China, India, Vietnam, etc.). Las economías centrales entonces pasaron a enfocarse en los servicios, y sobre todo los servicios financieros y de capital (más adelante llamaremos a esto financiarización). En este contexto sucedió la revolución tecnológica del internet.
En nuestra historia ya habíamos pasado por la burbuja inmobiliaria japonesa (1990s) y la crisis financiera asiática (1997); las tasas de referencia de los bancos centrales venían reduciéndose lento pero seguro. Entonces las empresas tecnológicas como Altavista, Ebay, AOL, Yahoo, Qualcomm, Netscape, entre muchas otras, atrajeron grandes compras que se reflejaron en el NASDAQ. Esos precios estaban lejos de ser sostenibles y se agravaron cuando Alan Greenspan anunció una subida de las tasas de interés de la reserva federal. Rápidamente algunas de estas empresas se quedaron sin liquidez y cayeron en bancarrota, llevándose a todo el sector punto com. Otro evento importante de este tiempo fue el atentado contra las torres gemelas.
La economía recibió un gran golpe, pero se repuso. Sin embargo, de la mano del desmonte de regulaciones para la bolsa de valores y el sistema bancario, comenzaron a crecer unas prácticas que, aunque parecían ser muy lucrativas resultaron siendo un completo desastre, los llamados derivados. Solo este tema da para libros enteros, pero déjenme darles unos ejemplos para explicarlo: si comprar las acciones de una empresa es equivalente a apostar a tu equipo favorito, los derivados es apostar a quién meterá el primer gol, cuántos tiros de esquina habrán, cuántos goles anotará un jugador, etc. Otro ejemplo sería tomar muchos resultados, agruparlos en un paquete y volver a apostarle, y volver a empaquetarlo y apostarle. Esas apuestas estaban consideradas “ganadas” (triple A), por creer que los paquetes estaban lo suficientemente diversificados. En la película The big short lo explican mejor.
El problema fue que los bancos se volvieron locos entregando préstamos a clientes “no tan buenos” a quienes bautizaron subprime. Ahora lo traducen como hipotecas de alto riesgo, pero literalmente significa “por debajo de óptimo”. Y los bancos no hicieron esto para ganar haciendo prestamos, sino para poder armar derivados; es decir, para poder comerciar con los paquetes que formaron de esas hipotecas. Paquetes que se reempacaban y se revendían a través del sistema financiero. Esto causó la burbuja inmobiliaria estadounidense y lo que hoy se conoce como la Gran Recesión.
El problema no se solucionó con que los precios de las casas se corrigieran, sino que causó estragos por todo el sistema financiero que estaba contaminado con derivados. Muchas instituciones financieras se quedaron sin liquidez y no tenían como pagar sus obligaciones, lo que desató un dominó de impagos. El pánico llevo no solo a los precios de las acciones a mínimos, sino que los bancos cerraron todo el crédito. El problema de iliquidez se extendió por el mundo entero causando daños en todo tipo de instituciones financieras. Las autoridades fiscales y monetarias intentaron hacer lo correcto y dejar que los que se habían lucrado de apuestas riesgosas pagaran por sus malos manejos, y por eso permitieron la quiebra de Lehman Brothers.
Pero el impulso les duró hasta que AIG (American International Group) les anuncio que se había quedado sin liquidez (too big to fail). AIG es la aseguradora más grande del mundo, quien había recibido cientos y miles de contratos asegurando los pagos del mercado de derivados (supuestamente AAA), que ahora venían a cobrar. Si no actuaban rápido la economía entera iba a colapsar. La solución que encontró Ben Bernanke fue inundar el mercado financiero con liquidez, y así darles espacio a los bancos para que limpiaran sus portafolios de los activos tóxicos (estas operaciones son más complejas, las estoy simplificando para efectos explicativos). Primero, imprimió 600 billones de dólares en tesoros, mientras bajaba las tasas hasta cero, y más tarde otros 1.25 trillones de dólares (QE1). De esta manera rescató a Wall Street, mientras los efectos de la burbuja dejaban a millones de estadounidenses expulsados de sus casas y perdidos sus ahorros, en medio de una economía jadeante.
Llegamos entonces a una FED (dólar) con tasas de 0% y un BCE (euro) de -0.25 (esta locura monetaria también merece libros completos, pero significa que el prestamista paga interés por prestar). Enseguida el mundo se empieza a recuperar muy lentamente, y la inequidad empieza a empeorar. Pero algunos se estarán preguntando, si Estados Unidos imprimió el 12% del PIB… ¿por qué no hay inflación? Basados en la teoría económica ortodoxa, está prohibido que el banco central imprima moneda, porque al hacerlo la inflación (siendo un fenómeno monetario) iba a escalar al infinito y más allá. Cosa que no pasó. Lo que llevó no solo a los académicos sino a los traders y a los gobernantes a cuestionar la teoría económica, y abrió una discusión muy interesante que sigue abierta hoy.
Desde la crisis del 2008 hasta el presente las tasas se han mantenido bajas. Con la consecuencia que no solo los gobiernos se han endeudado más, sino que los hogares están a tope de endeudamiento, y las corporaciones mundiales están al límite del apalancamiento (convencidas que siempre tendrían espacio de refinanciar). Esto contribuyó a otra mala práctica similar a la de los derivados, que consiste en tomar préstamos para comprar acciones de la propia compañía y extinguirlas, elevando así el precio de las acciones sobrevivientes (buybacks). Yo sé que muchos consideran que la deuda pública es la más peligrosa, ya que siempre hay que pagarla y se hace exprimiendo al ciudadano. Esto aplica para los países emergentes (que siguen la teoría ortodoxa), pero no para los países centrales. Lo único que tienen que hacer ellos es imprimir billetes y así pagar su deuda. Luego vinieron más inyecciones de liquidez QE2 y QE3, hasta los 4.5 trillones de Dólares. Ahora estamos en una encrucijada donde cualquier subida de tasas nos llevaría a una crisis económica.
En este contexto económico, llega la elección de Trump y la guerra comercial que inició con China agitó a los mercados y poco más. Luego el presidente Trump elige a Jerome Powel como cabeza de la FED, quien trajo consigo “not QE”, un programa que inyecta millones de dólares de liquidez al día en el mercado interbancario (Repos). ¿A dónde fue ese dinero? Microsoft, Amazon, Google y Apple (MAGA) superaron —cada una— el trillón de dólares en capitalización bursátil. En diciembre pasado sólo la suma entre Microsoft y Apple sobrepasó a toda la bolsa de valores de Alemania (DAX) combinada. Argentina decide por enésima vez que no es capaz de pagar su deuda pública. También tuvimos el asomo de guerra con Irán, algunos terremotos y plagas de langostas en África (¿suena familiar?).
Este es el panorama donde aparece el coronavirus. Justo en China, que es central para las cadenas globales de suministro. Las medidas que tomó el gobierno causan una parada en su economía, no solo en las fábricas, sino en el consumo interno, que se reflejó sobre todo en los combustibles. A medida que el virus de extiende por el mundo va interrumpiendo las economías,y la demanda de petróleo cae fuertemente. Los mercados se asustan y acuden a sus refugios (Oro, tesoros). Las empresas de energía pierden su valor rápidamente, y el acuerdo de la OPEP con Rusia se cae, entre otros porque Putin reconoce una oportunidad para quebrar a las petroleras estadounidenses que extraen usando fracking, quienes necesitan precios altos para ser rentables. Caen también la actividad aérea, hotelera y de cruceros, poniendo en riesgo empresas globales ya demasiado endeudadas. Los consumidores no quieren gastar sino guardan el poco dinero que tienen para salvar la crisis. en el mundo entero los empresarios no solo se quedan sin implementos para producir, sino que se disminuyen sus ventas, y con las nóminas esperándolos a fin de mes. En cualquier momento se desatará una cadena de impagos y bancarrotas.
Los gobiernos deberían tomar acciones contracíclicas y aumentar su gasto para evitar la congelación de la economía, pero ya están demasiado endeudados (regla fiscal). Los bancos centrales están tentados a bajar sus tasas, pero con el peligro de perder el control sobre la inflación. El Líbano es el primer país en anunciar el no pago de su deuda pública. El déficit fiscal estadounidense ya es el más alto de la historia y uno de los más altos del mundo, y algunos expertos señalan si el gobierno quiere financiar un plan para rescatar a los trabajadores enfermos, y al tiempo uno para rescatar a las petroleras y otras empresas… probablemente causen una inflación imposible de conjurar.
Ese sería el peor escenario, ya que si el dólar empieza a devaluarse va a perder la confianza mundial como moneda de intercambio y como refugio de valor. Entonces, todas las reservas internacionales en dólares saldrían de sus depósitos, pero sin confianza nadie las aceptaría… y terminarían encontrando su camino al único lugar donde tienen la obligación de aceptarlos por ley. Lo que sería desastroso para los Estados Unidos.
En resumen, estábamos caminando por la cuerda floja repitiendo que “todo estaba bajo control”. Sin embargo, fuimos perdiendo poco a poco las herramientas para balancearnos y puede que el coronavirus nos haya dado el último empujón cuando estábamos totalmente indefensos. No nos digamos mentiras, no es un cisne negro: es una tormenta perfecta. Estamos ad portas de un evento crediticio mundial como nunca lo hemos visto en la historia de la humanidad. Y sin posibilidad de salir imprimiendo moneda (como en 2008).