Cuando se apagó el Festival Petronio Álvarez de Música Folclórica del Pacífico hubo un estand donde, seguramente, cerró “a sabiendas” de haber cumplido una misión muy valiosa: ayudar a dar a conocer los violines caucanos “a la usanza de antes”, elaborados en guadua.
Mientras la tienda cumplía sumisión, en tarima el triunfo en la Modalidad Violines Caucanos lo conquistó la agrupación “El folclor de mi pueblo”, proveniente de la vereda San Nicolás, en el municipio de Caloto. Fue dura la competencia con “Tumbafro”, de Santander de Quilichao, y “Remolino Ovejas”, del corregimiento La Toma, en el municipio de Suárez. Todos enclaves negros.
En el estand, el ofrecimiento de los violines artesanales se convirtió en recorridos por la historia de estos instrumentos que tienen mayor presencia en los municipios con mayor presencia afro, especialmente en el norte del Cauca, como Santander Quilichao, Suárez, Caloto, Villarrica y Buenos Aires, además del Valle del Patía.
También se les conoce como “violines negros” y sus orígenes se remontan a aquellos tiempos, del siglo XVII, cuando los hacendados traían violines de Europa para amenizar sus fiestas o para entretenerse en los días calurosos. Esclavos admirados y atraídos por el sonido terminaron fabricándolos “con hacha y machete”, como escriben historiadores.
Se elaboraban en guadua, pues favorece hacer “la caja de resonancia” y las cuerdas de aquel entonces eran crines de caballo, hilos y hasta bejucos… El arco una vara bien pulida.
Volvamos al estand se advierte que “fabricarlos en guadua aún es tratar de ser más auténticos” …y el apunte es válido, porque poco a poco se dio el salto a los violines de madera, aunque se conservan prácticas y costumbres que los hacen especiales y los inscriben como “Violines caucanos”.
Fue en el 2008, luego de una investigación académica y en terreno, cuando se le abrió las puertas a la Modalidad Violines Caucanos. Se llegó a pensar que podría ser algo pasajero, sin embargo, al poco tiempo se descubrió que los violines caucanos se mantenían y que habían sabido adaptarse a los tiempos sin perder su esencia.
Vioiines, lejos de salones y salas de conciertos, se escuchan en las tardes luego de exigente faenas en el campo, entre sembrados de yuca, caña de azúcar, cañabrava, café y las tareas propias de las pequeñas fincas. Sus intérpretes lo aprendieron de “oídas” y “viendo a otros”, sin olvidar “a mayores que sirven de profesores”.
Y llegaron a la tarima
Recuerdo que recién llegaron a la tarima del Petronio, hubo que enseñar a escucharlos, pues eran grandes desconocidos para la mayoría de los asistentes, pues en el Litoral Pacífico no tienen presencia. Igualmente, muchos del propio Cauca no sabían de su existencia.
Entonces se decía que eran “violines destemplados”, sin afinar, cuando en realidad están afinados de acuerdo al gusto de sus intérpretes y cuyos sonidos escapan en las tardes desde los patios, aleros y salas de casas campesinas. En las veredas es común verlos pasar con su violín bajo el brazo a encontrarse con vecinos y amigos bajo un árbol de mango a ensayar, aprender y, sobre todo, a aprender y a seguir sembrando raíces para esta tradición que se ha conservado con el paso de los siglos.
Los violines caucanos suenan en fiestas de cumpleaños, bautizos, celebraciones varias y en especial en “El nacimiento del Niño Dios”, que, en la mayoría de las poblaciones, pero que en otras es en febrero, pues en tiempos idos los hacendados celebraban mientras los esclavos se dedicaban a las cosechas y después le daban tiempo libre para su celebración.
Con su presencia en el Petronio también se posibilitó que, poco a poco, se haya ido conociendo y circulando de esta tradición que se tenia guardada y que ya ha atraído a investigadores académicos cuyos textos son de obligada consulta.
Un legado bien vivo
Desde aquellas primeras convocatorias se comenzaron a mostrar grupos de altísima calidad, la misma que ha ido en ascenso sin perder la esencia propia de violines interpretados lejos de la academia, pero cosidos al sentimiento, a la tradición y a los ancestros.
Por eso es fácil imaginar las dificultades y las disertaciones y concertaciones a las que tuvieron que llegar los miembros del jurado en este 2023 para decidir que “El folclor de mi pueblo# fuera el primer lugar. La responsabilidad correspondió a los Jurado del Petronio, Salomé Gómez Burbano. Héctor Sánchez Castillo, Jarlinson Castrillón, Julián Andrés Quijano Castillo y Yonnier Yungaki Jordán.
La calidad demostrada por los tres grupos finalistas nos llevó a recordar a otros grupos que también han puesto muy en alto esta modalidad, como son “Palmeras”, que triunfó en tres oportunidades, de la vereda El Palmar, de Santander de Quilichao; “Brisas de Mandivá”, “Aires de Dominguillo”, “Sabor ancestral”, “Huella africana”, entre otros.
La conquista de espacio se refleja en las muestras y en los expendios de violines caucanos en guadua, hechos por artesanos a los que se puede llamar Luthiers, recordando a músicos que imponen instrumentos artesanales para expresar sus sentimientos y calidades musicales.
Por eso me encantó ver el estand de violines caucanos junto a otros donde se ofrecían sombreros de Guapi, marimbas, conunos, instrumentos varios, atuendos, accesorios, vestuarios y muchos otros elementos extraídos del folclor del Pacífico.
El espacio y la tarima están ganados desde el Festival Petronio Álvarez, por eso en las veredas del Cauca afro se escuchará sonidos obtenidos desde violines tocados de manera diferente a la tradicional, lejos de la alta escuela, pero con el alma ancestral.
El estand donde se ofrecían violines caucanos por momentos se convertía en un centro de reato de la historia de estos instrumentos que primero fueron hechos de guadua. Hoy artesanos, a lo Luthiers, los siguen haciendo.