Esta semana coincidió la conmemoración del nacimiento de Martin Luther King, un gran líder afroamericano, premio nobel de paz, con el lanzamiento de la serie sobre la vida de Jaime Garzón y no pude evitar relacionar estos dos hombres, tan distantes y tan distintos en nacionalidad y carácter, pero tan similares en su lucha por los derechos humanos y la paz.
Martin Luther King, un pastor protestante, negro, académico, fue asesinado en 1968. Su lucha, a pesar de quedar trunca, dio paso a una mayor capacidad de respuesta de la población afro frente a la segregación que se vivía en esos años en Estados Unidos. Garzón, un líder de opinión indiscutible que logró con su humor desnudar la corrupción y connivencia entre la clase política y las mafias, fue asesinado en 1999 por orden de los paramilitares.
Uno blanco, otro negro, uno religioso y trascendental en sus discursos, el otro un mamagallista consumado, no se tomaba en serio a nadie, ni a nada. Uno norteamericano, el otro colombiano. Uno famoso mundialmente y Garzón apenas cosechando sus éxitos en Colombia. Pero ambos sacrificados por la intolerancia y el poder. Ambos una gran pérdida para la democracia.
En la historia de la humanidad el asesinato político ha sido un arma recurrente para callar los liderazgos y derrotar la protesta. Asesinatos que en muchos casos han sido tolerados o encubiertos por la dirigencia política y fomentados por el odio ideológico y el miedo a nuevas ideas o a la inclusión de sectores excluidos.
Colombia sabe muy bien lo que significa este odio, lo hemos sufrido muchas veces sacrificando vidas valiosas en manos de criminales primarios, manipulados por fuerzas oscuras. Casi nunca estos crímenes se aclaran totalmente así cojan algún chivo expiatorio para exhibirlo como el culpable individual. En el caso de Luther King un joven condenado a 99 años, murió en prisión por ese asesinato y en el de Garzón, se le atribuyó la responsabilidad a Carlos Castaño. En ambos casos cabe la pregunta obvia ¿A quién beneficiaba la desaparición de esos dos líderes honestos? Y eso es lo que no se ha podido contestar todavía y tal vez nunca se responda.
Ahora, la violencia, como único argumento, vuelve a hacer de las suyas en medio de una campaña electoral en la que tendremos nuevamente que escoger entre la guerra y la paz. Una cantidad dolorosa de muertes de líderes sociales, que el gobierno no se ha dignado reconocer como sistemáticas, hace palpable el clima hostil hacia quienes en los territorios proclaman su posición por la paz o luchan por la recuperación de tierras.
Aparecen de nuevo los paramilitares o narcos
con su apetito insaciable de poder,
lanzando amenazas contra exintegrantes de las Farc
incontrolable, aparecen de nuevo los paramilitares o narcos con su apetito insaciable de poder, lanzando amenazas contra exintegrantes de la guerrilla de las Farc. Nos notifican que van a volar las sedes del nuevo partido político creado a partir de los acuerdos de La Habana, lo que enturbiaría aún más las aguas turbulentas que no han dejado asentar el barro del conflicto armado.
¡Qué mala hora para un gobierno tan debilitado como el de Juan Manuel Santos!. No se le ven ganas, ni capacidad para frenar estos crímenes. No hay una voluntad clara de enfrentar a los violentos por miedo a perder lo poco que le queda de popularidad. Pero la verdad es que algo tiene que hacer, así sea lo único que haga en los escasos siete meses que le quedan de mandato: controlar la violencia política y proteger tanto a los desmovilizados de la guerrilla, como a los líderes sociales, así los estén matando por múltiples razones, incluidos los líos de faldas, como dijo el ministro de defensa Luis Carlos Villegas.
Peor que no aprueben las firmas de uno u otro candidato o que no se hagan coaliciones en la derecha, el centro o la izquierda es tener de nuevo mártires políticos, asesinados por el delito de apostarle a la paz.
http://blogs.elespectador.com/sisifus