Violencia feminista: la incómoda verdad se abre paso

Turno de hablar sobre la violencia ejercida por las mujeres: la incómoda verdad en un mundo "feminista"

He crecido viendo cómo las matronas (suegras, vecinas, amigas, feministas) eran más violentas que sus propios maridos. Todo eso en medio de aplausos

Por: Juanita Uribe
mayo 17, 2024
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Turno de hablar sobre la violencia ejercida por las mujeres: la incómoda verdad en un mundo

He crecido viendo cómo las "matronas" (suegras, vecinas, amigas, feministas) eran más violentas que sus propios maridos. Todo eso en medio de aplausos...

“El mundo reía y ríe cuando don Ramón es golpeado por doña Florinda” (...). 

Comienzo con algo que quizás nada o poco importa, pero en mi vida he recibido igual violencia por parte de mujeres que de los propios hombres. Así entre susurros: en ocasiones más. 

A menudo se aborda la violencia de género desde la perspectiva de las mujeres como víctimas, pero hay un aspecto igualmente alarmante que tiende a ser soslayado: la violencia de las mujeres hacia otras personas.

Cifras perturbadoras. Según informes recientes, una cantidad significativa de casos de violencia física y psicológica son perpetrados por mujeres hacia otras personas, incluyendo a sus parejas, hijos, familiares y extraños.

Un ejemplo de estos estudios es el de Karen Arbach - investigadora del Conicet en 2015 – sobre la violencia física en el noviazgo.  

Se evidenciaba que un 34% de mujeres y 22% de varones agredían físicamente en el último año de noviazgo en Argentina (Arbach, 2015); y pongo este país como referencia de estudio, pues es uno de los más influenciados por el feminismo radical.

O casos infames en España como el de Angela Rodríguez “Pam”, diputada y miembro del ministerio de Igualdad de dicho país, quien era presidenta de “infancia libre” y feminista que tuvo en situación de secuestro a su hijo, sin tenerlo en escolaridad, difamando el nombre de sus exmaridos, donde se dedicaba en dicha asociación a asesorar mujeres para presentar denuncias falsas de abuso infantil contra sus exparejas. 

En mi caso lo he vivido y lo hablo abiertamente: por examigas y exnovias de mi compañero de vida, por compañeras de universidad, de trabajo, de colegio, amistades y hasta familiares. 

La violencia de las mujeres es más silenciosa, va de manera pasivo-agresiva, constante, hipócrita, envidiosa, celosa, sutil, perversa, hasta cuando lo que se reprime se delata, entonces esa pasividad no se puede contener más y terminan agrediendo de la manera más grosera, agresiva y ultraviolenta. Algunas sienten -y así lo he sentido yo– que están en una competencia.

Violencia entre comentarios, violencia ahora con minimizar al “macho”, violencia contra las que no nos queremos empelotar por likes, violencia contra las que no queremos mostrar de más, violencia contra las que hemos decidido conformar un hogar, violencia contra la que no trabaja con una cámara de webcam. Violencia contra las que ellas consideran “morrongas”, porque no queremos mostrar el culo y las tetas en una red social. 

Violencia contra la nueva pareja de tu ex, acosándola con cuentas falsas e imitándola sin conocer que esto no es más que un juego tonto de: “yo también puedo verme, o ser, o pretender” cuando ahí está en juego la construcción de una identidad. 

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Violencia porque ella es flaca y yo soy gorda, o viceversa. 

Violencia contra la que tiene logros, con la que está preparada, contra la que tampoco ha logrado nada. 

Contra la que obtiene más miradas que yo, contra la que vive de bajo perfil, violencia inesperada e inevitable para de ella poderme reír. 

Bien animales malpensantes que somos. 

Violencia contra los hombres porque sí, porque son hombres y merecen estar en el paredón, porque se han apoderado desde el patriarcado como institución.

El problema radica en que países como el nuestro no está ejercido por ningún patriarcado al que estas feministas ven desde llamar con amor “leoncito” a cualquier niño, porque ¡ajá!, eso de León es soberano como un patriarcado.

Así de jodidos estamos ya; según ellas, el patriarcado que se vive en países musulmanes es el mismo de acá. Y es que con todo este movimiento #metoo hay que creer que cualquier hombre es agresor sin abrir investigación, sin veracidad de los hechos, solo por ser hombre hay que creer; pero si fuera al contrario, ¿la violencia ejercida por una mujer? Como madre de un varón, ¿qué más puedo pensar? ¿No es mi deber como madre preocuparme por esta problemática social? 

La violencia está entre nosotras; con esas matronas que la gente aplaude porque nos han enseñado que la mujer mandona y que no se deja es toda una reina sin corona y que su trayectoria de “tú eres la que decide en esta casa” es el ejemplo a seguir, pero la verdad es que es narcisista y que no puede pensar sino en sí misma y su empatía es toda una simulación para su beneficio conseguir. 

Muy niña tuve que ver a mi bisabuela paterna -una matrona de 1.90 de estatura, de ojos azules y cabello cano- pegarles a las empleadas de su casa con su bastón a sus noventa y pico de años. La empleada que sumisa le cocinaba todos los días y la empleada que se encargaba del oficio y mantenía su hogar impecable. Ojalá las pudiera encontrar y pedirles perdón. 

Luego me preguntan por qué decidí alejarme, aunque también he sido en ocasiones muy hija de puta, la malparidez no me llega hasta esos alcances.  

Así crecí, viendo como las matronas, como otras muchas que conocí en mi vida, (suegras, vecinas, conocidas) eran más violentas que sus propios maridos mientras estos callaban o las aplaudían y otros familiares las admiraban. 

Histerias, trastornos, hormonas, ciclos menstruales, dispositivos de cobre, represión, traumatologías: la lista es larga. Pero si no somos conscientes que nuestra violencia puede incluso propasarse y propagarse sin consideración, pues acá no somos ningunas oseznas. 

Indefensas, inocentes, ingenuas, desamparadas, acá atacamos con toda nuestra ferocidad, las garras bien afiladas, mostramos los dientes de la maldad, porque la violencia está intrínseca en nuestro ADN y de género nada sabe y nos consume sino le sabemos dominar. 

Es que la violencia no es solo de un golpe, sino también de las palabras, sus actos y todo lo que trae maltratar psicológicamente.

En la historia, las mujeres han asesinado sigilosamente envenenando a sus pares, no es en vano que somos las que más cerca estamos de la cocina, no es en vano que se sepa de preparaciones y brebajes. 

Lanzarnos al oso cuando nosotras mismas rozamos en ocasiones en la locura, destrozando el raciocinio, con nuestra violenta emoción, sin consideración. 

Las mujeres también pegan, violentan, violan, queman, destruyen, rompen, maltratan y matan, aunque sea más silencioso su horror. 

El macho devorador y depredador también puede ser usted, también puedo ser yo.

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