Violencia en Quibdó: ¿Hasta cuándo ese cómplice silencio?

Violencia en Quibdó: ¿Hasta cuándo ese cómplice silencio?

118 vidas han sido apagadas al 9 de septiembre de 2024, en una ciudad que parece no tener fin para esta lista macabra. Y contando...

Por: Jackson Eustaquio Chaverra Mena
septiembre 18, 2024
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Violencia en Quibdó: ¿Hasta cuándo ese cómplice silencio?

Despierta, Quibdó, pero esta vez no para celebrar. Levántate para contar tus muertos. 118 vidas han sido apagadas al día de hoy, 9 de septiembre de 2024, en una ciudad que parece no tener fin para esta lista macabra. Una ciudad donde la sangre fluye con la misma facilidad que el agua del Atrato. 118 muertos, y la cifra ya supera las 110 víctimas de todo el año pasado, mientras el calendario aún no llega a su fin. Con menos de 145.000 habitantes, Quibdó se erige como una de las ciudades con los índices más altos de homicidios en Colombia. Y lo peor es que parece que ya nos estamos acostumbrado.

Las cifras de la Policía Nacional y la Veeduría Ciudadana confirman lo que sentimos en nuestras calles: en 2023 cerramos con una tasa de 77,7 homicidios por cada 100.000 habitantes, 51 puntos por encima del total nacional, pero hoy, a 9 de septiembre, hemos alcanzado una preocupante tasa de 81,6. No hay señales de freno, ni planes concretos que ataquen la raíz de este problema. Para colmo, las armas de fuego, que representan el 89,17% de los homicidios, siguen siendo el instrumento de muerte predominante. Quibdó se desangra y, aunque la cifra crece, las soluciones no llegan.

Corre, Quibdó, no salgas de tu casa sin pensar en las fronteras invisibles que delimitan los barrios. Todos las conocemos, todos las respetamos, pero nadie las menciona. Esas líneas trazadas por actores armados que nos dicen dónde podemos caminar, a qué hora debemos estar en casa, y dónde es mejor no mirar. Panfletos circulan como si fueran las nuevas leyes, pero no provienen de la autoridad. Son los mismos que nos imponen el miedo a diario, y todos lo sabemos. El gobierno lo ha confirmado: actores armados han llegado para tomar el control, pero ¿dónde estuvo el gobierno para evitar perderlo? ¿Dónde está ahora para recuperarlo?

La violencia es el telón de fondo en nuestra ciudad, una presencia constante, ineludible, que ha desbordado la capacidad de las autoridades locales y nacionales. Nuestro alcalde de nuevo en Bogotá, repitiendo la misma súplica que hizo su antecesor, Martín Sánchez, en los tiempos de Duque. Hoy Teddy Bolaños se la hace a Petro. Siempre la misma petición: ayuda. Pero los gobiernos pasan, y los ecos de esas súplicas se disipan antes de llegar a las puertas del poder. Los cambios no llegan. Aquí seguimos, Quibdó, esperando una respuesta que parece nunca aflorar.

Y en medio de esta tragedia, San Pacho se asoma como si nada pasara. ¿Una fiesta para qué? Mientras se destinan centenares de millones de pesos para conciertos y organizar desfiles, la inversión en los jóvenes es prácticamente inexistente. Nula. No hay empleo, no hay deporte, no hay salud. ¿Cómo podemos justificar gastar tanto en una fiesta cuando cada vez hay menos jóvenes para disfrutarla? ¿Qué celebramos, Quibdó?

Mientras tanto, los jóvenes intentan alzar la voz. Se organizan velatones, marchan en silencio por las calles, intentando ser escuchados. Hace poco, uno de ellos escribió una carta a la gobernadora, un grito desesperado pidiendo que la violencia pare. Pero las cartas se acumulan y las respuestas nunca llegan. Las palabras no curan, y la fiesta no lo hará tampoco. San Pacho es un bálsamo temporal, una distracción en medio del caos, pero ¿hasta cuándo seguiremos usando la alegría para disfrazar el dolor?

La realidad es que, tras el sonido del último clarinete, lo único que queda es el eco de la violencia, la misma que se lleva a nuestros hijos. A nuestro futuro.

Que no se puede suspender ya que es Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, dirán muchos. Que siga la fiesta, dirán otros. Que San Pacho sea la luz en medio de la oscuridad. Pero, cuando baje el telón, cuando la liturgia franciscana cese, cuando el último tamborilero deje de tocar, ¿qué nos queda? Solo 118 muertos, y contando…

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