La prueba reina de que la violencia contra la mujer asusta tanto a sus víctimas que no se atreven a denunciar al violador, son las recientes acusaciones contra un poderoso de Hollywood, Harvey Weinstein el productor de múltiples películas ganadoras de premios y hermano de otro poderoso. Tuvieron que pasar muchos años para que alguna mujer, de las más de cien que lo acusan ahora, se atreviera a hablar de los acosos y abusos que acostumbraba realizar este hombre.
Una vez se abrió la puerta, como si se tratara de una esclusa que retuviera un reservorio de agua, brotaron las denuncias hasta inundar de lodo a ese ídolo ciertamente con pies de barro. Después el escándalo fue inevitable con graves consecuencias para el violador. Ya ninguna mujer tuvo miedo de hablar, de ser ridiculizada por los defensores del productor, o cuestionada en su honra, como usualmente pasa con quienes se atreven a enfrentar esa infamia que se llama violación.
El escándalo de Weinstein dio alas para otras acusaciones como las que están apareciendo contra el actor de House of Cards Kevin Spacey, Dustin Hoffman, Charlie Sheen o Bill Cosby y para recordar la violación de otro famoso que ha escapado a la justicia por años, el director Roman Polanski o el cantante Michael Jackson que se murió si que se esclarecieran por completo las muchas denuncias de abuso de menores que habían aparecido en su contra.
Esto que ahora se está conociendo parece una epidemia con todos los ingredientes de lo que constituye la violencia basada en género, es decir la violencia que se apoya en la superioridad de una persona contra otra para someterla a abusos de tipo sexual o para maltratarla. Todos los acusados, y en esta lista por supuesto hay que incluir a Donald Trump, son hombres poderosos, famosos, riquísimos que podrían haber conseguido el amor o la compañía por sus propios méritos. Pero no, prefirieron usar su poder para someter a una mujer o a un niño.
Además, presumían que sus actos quedarían impunes porque, en quien es sometido al abuso, se genera miedo y mucha inseguridad. Subidos en sus pedestales, estos hombres, no lo hicieron una vez, ni dos, sino que convirtieron la violencia contra la mujer en un modo de vida, en una satisfacción cotidiana de sus egos, enfermos de machismo.
Allí está Donald en el trono de la presidencia de los Estados Unidos
que ganó a pesar de que muchas mujeres se atrevieron
en plena campaña a contar como habían sido acosadas por ese macho
Como dije al principio se necesitaron años y el refuerzo de saberse acompañadas en la desgracia para que muchas mujeres salieran con valor a contar lo que les había pasado. Esto puede ser el comienzo de un movimiento mundial que se atreva a contrarrestar la violencia patriarcal, con el apoyo de un sistema judicial que hoy s{i le cree a las mujeres y sí se atreve a tocar a los poderosos. Bueno, no a todos… Allí está Donald en el trono de la presidencia de los Estados Unidos que ganó a pesar de que muchas mujeres se atrevieron en plena campaña a contar como habían sido acosadas por ese macho, ensoberbecido, que está al frente de la nación más poderosa del planeta.
Esperemos que a él también algún día le llegue la justicia y le haga pagar sus abusos. Por lo pronto los que ya están pagando son los intocables de la industria cinematográfica. Ojalá esa punta del iceberg vaya dejando ver que bajo las aguas hay muchos otros abusadores, seguramente escondidos en su fama, como pasó con O. J. Simpson, que asesinó a su exmujer a puñaladas y salió con una pena mínima por un delito menor, cuando a través de un juicio mediático, jurados de conciencia fueron inducidos a pensar que se trataba de una persecución contra el jugador de futbol, por ser rico y por ser negro, cuando todas las evidencias lo señalaban.
Que esto no se repita o se aplaquen las denuncias con pagos como en el caso de Michael Jackson, porque volveríamos a caer en la impunidad y el temor de miles de mujeres a denunciar sería justificado.
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