Joaquín Villalobos, el político salvadoreño, que fue fundador y máximo dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) durante 13 años, una de cinco organizaciones que conformaron en 1980, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional durante la Guerra Civil de El Salvador, y firmo el acuerdo de paz con el gobierno en enero de 1992, escribió en su última columna de El País de España:
…Paradójicamente en la Habana las FARC hacen propuestas desproporcionadas a su fuerza y a una realidad en la cual la violencia que practican ya no da poder, sino que lo elimina… Están negociando como si tuvieran un apoyo multitudinario y cincuenta mil combatientes a las puertas de Bogotá, cuando en realidad su única opción es desarmarse rápidamente y hacer política….Una negociación de paz es, en última instancia, igual que cualquier operación comercial. Sólo puedes exigir lo que puedes pagar y con el tiempo los precios de lo que se demanda tienden a subir. Hace treinta años las constituyentes y los perdones estaban baratos, pero las FARC perdieron esa oportunidad. En Colombia no hay empate militar ni la negociación es entre partes iguales. Las FARC tienen una dirigencia que está en la tercera edad; son considerados terroristas por la comunidad internacional mientras Venezuela, Ecuador y Cuba ya no apoyan la lucha armada, sino la paz. Han pasado de tener 25,000 hombres a tener 8000; su actividad militar es esporádica, irrelevante y alejada de los centros vitales; han perdido sus bastiones territoriales; sufren numerosas deserciones que reponen reclutando niños; tienen ahora más combatientes desmovilizados que alzados; sus jefes estratégicos han sido eliminados y los que le quedan dentro de Colombia están bajo asedio y en peligro de morir en combate.
Las FARC tienen el tiempo en su contra, pero negocian con lentitud y se quejan de que el gobierno tiene prisa. Sin embargo, la correlación de fuerzas a favor del Estado seguirá mejorando y la situación de la insurgencia empeorando. Prolongar las negociaciones en esas condiciones sólo servirá para desmoralizar a los combatientes. No es casual que con las conversaciones hayan aumentado las deserciones. En una guerra nadie quiere ser el último muerto. Para los combatientes de las FARC los más de treinta dirigentes que componen la delegación de paz están exiliados viviendo cómodamente y sin riesgos en la Habana, mientras ellos pueden ser los últimos muertos de una guerra que ya está condenada a terminar.
