Entre Putin y Trump, así se encuentra Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría

Entre Putin y Trump, así se encuentra Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría

Él sabe moverse en el ajedrez de la geopolítica y si logra, como los demás populistas, obtener la victoria en las elecciones del 26 mayo, Europa lo tendrá que escuchar

Por: Francisco Henao
mayo 24, 2019
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Entre Putin y Trump, así se encuentra Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría
Foto: Flickr

Los dos miedos de la Europa, y más concretamente de la Unión Europea, son el proyecto chino —la nueva ruta de la seda— y el proyecto americano —America First—, que la podría dejar fuera de la modernidad y alejarla de ser uno de los focos del poder político mundial, en los próximos cien años, si no evoluciona con los bríos que la situación requiere. La crisis que hoy vive Europa es de reacomodo. Quien se siente fuerte busca ponerse en el pelotón delantero. Como es el caso de los países del norte de Europa, de ideologías liberales. Los países mediterráneos, de ideologías populistas, buscan desesperadamente al menos ir en el vagón de cola. Por eso se habla de la Europa a dos velocidades. Pero la angustia existencial se insinúa, cuando los propios países europeos que van delante observan que se quedan del pelotón mundial: Estados Unidos, China, Japón, India, Canadá, Australia, los cuatro dragones asiáticos. ¿Qué pasó contigo, Brasil? Rusia que después de la perestroika no se quedó de brazos cruzados e impulsa la unión euroasiática.

Esos miedos agitan las aguas con vientos contrarios. Ahí surge la figura de Viktor Orbán en Hungría, que hasta 1989 estuvo en los radares de la Unión Soviética y el comunismo. Precisamente en ese año, el joven Orbán se hizo famoso por un discurso que dio en la Plaza de los Héroes, en Budapest, exigiendo la retirada de las tropas soviética del país. Fue un gesto valiente, como el de ‘Dany el Rojo’ en París en 1968, que los hizo escalar esa larga y empinada escalera que lleva al poder.

Mientras Orbán discurseaba en Budapest, Vladimir Putin oficiaba de espía de la KGB en la Alemania de Honecker. Sí el Putin majestuoso de hoy era un espía. Parecía salido de las novelas de John le Carré. Allí, en las oficinas de la Stasi en Dresde, fue madurando su idea del zarismo. Tuvo que haber leído y estudiado a Pedro I el Grande, el hombre que quiso occidentalizar a Rusia (véase mi artículo en las2ORILLAS, “Vladimir Putin en las reminiscencias zaristas”).

El destino, que mueve al mundo, puso a Putin y a Orbán frente a frente. Había un Orbán de pelo largo y lleno de pasión por expresar sus ideas anticomunistas en voz alta —en época de Stalin le cortan la cabeza en un minuto—. Un Putin, más bien parco, pero asestando golpes contundentes: anexión de Crimea, golpe en Ucrania y bombardeos en Siria; todo esto hecho en las narices de la OTAN y la Unión Europea, que impone sanciones económicas a Rusia.

Viktor Orbán recupera el poder en 2010, desde entonces se propuso transformar a su país, a su manera. O parece que mirando por un ojo a Vladimir Putin que llegó al poder en 2000. Defiende un régimen de libertades recortadas, controla la prensa, se rodea de oligarcas leales alrededor de su partido conservador Fidesz. Que recuerda al régimen de Putin. Por cierto, siendo Hungría un miembro activo de la Unión Europea, Orbán crítica, sin perder la compostura, a la UE por imponer las sanciones a Rusia. Va más lejos, en varias entrevistas con periódicos occidentales, expresa su admiración por la reconstrucción que adelanta el líder ruso con los antiguos países del Pacto de Varsovia. No se queda en palabras, pasa a los hechos y recibe en Budapest a Putin, después de que este se tomara Crimea en 2014. Jean-Claude Juncker se tira de los pelos.

A los dos hombres los une su fuerza nacionalista con una aversión por el liberalismo occidental. En el diario italiano La Repubblica, elogia a Rusia como sociedad exitosa “no liberal”. De aquí desgajó su teoría de la “democracia iliberal” en 2014; que Emmanuel Macron combate con saña. En esta teoría Orbán coloca los valores tradicionales “cristianos” (como Salvini o Le Pen) que se oponen al liberalismo moderno y pone énfasis en restaurar el orgullo nacional de su país (como el Partido Ley y Justicia en Polonia). Otro hito de Orbán es su plan de “Apertura Oriental” buscando mercados para sus productos en Rusia, China, Kazajistán, Turquía. Es un hombre ambicioso, emprendedor. La pega sería: ¿Su trabajo es para todos o para su grupete de acólitos?

No es que sea amigo de Putin. Este es inclasificable. François Hollande lo define como un "hombre de hielo" y Orbán dice que no tiene "sentimientos personales". “¿Alguien conoce la personalidad de Putin?”, dice.

Tampoco es amigo de Trump; sin embargo, fue recibido en el Despacho Oval de la Casa Blanca el pasado 13 de mayo. Parece que con el otro ojo mira a Donald Trump, y esto le da alas. El Congreso de Estados Unidos se opuso a esa visita porque el líder nacionalista coarta las libertades en su nación. Pero la ‘diplomacia de choque’ de Trump funciona de otra manera. No se mordió la lengua, Trump expresó admiración por Orban. “Sé que es un hombre duro, pero es un hombre respetado y ha hecho lo correcto, según muchas personas, en materia de inmigración”. Aquí está el punto de contacto de los dos hombres. Y del populismo europeo de derecha —(basta de islam, decía el holandés Geert Wilders, el sábado 19 en Milán, en la reunión de Matteo Salvini)—. Según fuentes americanas, lo que a Trump le interesa es alejar a Hungría de la órbita rusa y comprometer a Orban con la Otán para que aumente sus compromisos de defensa. Que ha sido una petición de Trump a la OTAN: aumenten su presupuesto o podría haber ruptura.

No se podría decir que Orban esté jugando a las escondidas, con Putin, con Trump, o con la UE. Su partido Fidesz, miembro del Partido Popular Europeo —que agrupa a los partidos de centroderecha de la Unión Europea— le suspendió su membresía porque se ríe de los valores europeos: respeto derechos humanos, órganos judiciales independientes, su deriva autoritaria va contra las normas básicas de la convivencia democrática. “Si me suspenden me retiro”, amenazó. No, Orban no se puede reír de nadie. Reírse de los demás es el peor negocio del mundo. Más bien lo que hace es vender los encantos de Hungría. Su situación geopolítica es envidiable. Ya no hay guerra fría, pero los pulsos por el poder siguen vigentes. China avanza como una manada de búfalos. Los tigres asiáticos quieren comerse el mundo. Putin, como excelente ajedrecista, sabe mover sus alfiles y caballos disponiéndolos en la ruta centroasiática. Hay que saber manejar la geoestrategia con inteligencia.

Una de las cualidades del jugador de póker es la empatía. Que Orban maneja diestro. Si no existe, él la crea. Se adapta a ese mundo cambiante. Involucionar es quedar rezagado. Si el domingo 26 aumenta su poder en las elecciones al Parlamento Europeo, él y sus cofrades tendrán mucho que decir, y los demás, Merkel, Macron, Rutte mucho que callar.

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