La evolución de las protestas va en aumento en todos los rincones del planeta: las calles de Hong Kong viven a diario acciones de manifestantes que desafían a las autoridades chinas; en Barcelona, el gobierno español reprime con violencia a quienes reclaman por los procesos judiciales a líderes catalanes que alientan la escisión; hace pocos meses los chalecos amarillos tuvieron sitiada París, obligando a Macron a revisar su política económica; en la plaza Tahrir, en el Cairo, miles de egipcios se pronunciaron contra la descarada corrupción de los militares que gobiernan la nación; motivos similares han propiciado multitudinarias marchas en Beirut, exigiendo cambio de gobierno dada la precaria situación económica de la mayoría de la población. Al mismo tiempo América Latina vive uno de los momentos más agitados de su historia reciente con movimientos sociales revitalizados en Venezuela, Ecuador y Chile; aunque el denominador común es la pérdida de derechos sociales y económicos, adobados por la corrupción rampante, el origen del problema no siempre es el mismo.
Algo se está descomponiendo muy rápido en el andamiaje que soporta la economía mundial y su desplome va a sentirse con mayor fuerza que en las coyunturas anteriores como la del 2008, las gargantas de los millones de manifestantes, a pesar de emitir sus fonemas en idiomas diferentes, anuncian lo mismo: ya no toleran más inequidad, los privilegios de unos pocos no pueden continuar significando la desdicha de millones que apenas logran sobrevivir; las chocantes imágenes de infantes desnutridos en contraste con banquetes de desperdicio en los clubes de los poderosos deben terminar; no es aceptable ver familias enteras a la intemperie, mientras acaudalados propietarios habitan sólidas y enormes mansiones en exclusivos lugares dispuestos únicamente para gente bien.
Sin embargo, y a pesar de la evidencia, los dueños del planeta se rehúsan a perderlo y para ello apelan a lo más atrasado de la sociedad, a sus bajos instintos, exacerban el odio por razones religiosas, sexuales, étnicas o por cualquier otra diferencia con tal de descalificar a quienes se resisten, pero la historia, aunque no se mueve hacia adelante de forma lineal, siempre ha terminado por dar el paso al frente, en un zigzag permanente.
No se trata de una premonición, como titulara Stiglitz en su último artículo para el grupo Project Syndicate: se viene el fin del neoliberalismo y el renacimiento de la historia; esta última se escribirá con sangre, como siempre, pero nos permitirá ver un futuro más brillante.