Viendo el partido que será

Viendo el partido que será

"Que el equipo fluya hacia James, como nuestra galaxia fluye hacia el Cúmulo de Virgo. Nadie detendría, ni podría adivinar, esa magnitud cosmológica"

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
junio 18, 2018
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Viendo el partido que será
Foto: Vanexa Romero / El Tiempo

El gol de cabeza de Suiza ante Brasil fue prefabricado. El ingreso específico de Gómez en Alemania pudo haber estado buscando un prefabricado gol de cabeza, pero Juan Carlos Osorio se la habría olido y por eso introdujo en su defensa a Rafael Márquez, que es un especialista mexicano en este tipo de situaciones. Aquí está implícito que un partido es de alguna manera una forma de combatir la afortunada incertidumbre y aleatoriedad del juego. En el medio está la increíble voracidad del hombre de racionalizarlo todo. Somos felices pensando que nada se nos escapa. Por lo tanto, hay que seguir practicando y averiguando de dónde nos viene semejante plaga mental.

Otros animales practican deportes aleatorios: piénsese en un guepardo persiguiendo al descampado a una gacela. Un balón puede viajar a una mayor velocidad animal. De allí que un arquero a veces ni siquiera espabile cuando el balón traspasa su arco. En el gol de México a Alemania, Chicharito Hernández coló un balón hacia donde no había nadie hasta cuando aparecieron el defensor y Chucky Lozano. Lozano llega primero y frena en un milímetro. El defensa se traga el amague y queda pagando. Chucky se separa y patea una bola ceñida al paral que aunque al arquero ve venir llega demasiado tarde además de quedarse corto. Este desplante de Chucky lo hacen las gacelas contra guepardos, precisamente para jugarse la vida. A veces una uña es la diferencia.

A gacelas y guepardos les queda muy difícil separar entre trabajo, cultura y entretenimiento.

El fútbol ha establecido una cancha abscisa rigurosamente como un rectángulo dividido por mitades y a cada mitad se le asigna un área chica y sobre su línea de fondo unos metros centrales para el arco, haciendo simetría con la otra mitad donde se dispone el oponente. Para incrementar esa doble simetría todo el campo está a la misma cota. Es un plano cartesiano. Hacía arriba no hay límite. Cualquiera puede patear el balón, si tuviera potencia, un kilómetro de altura, y nada pasaría. Como este volumen superior es mucho más amplio que el área entonces la mayor parte del juego el balón está en el aire donde goza de una menor fricción superficial que al rozarse con el pasto. Así la mayor parte de las trayectorias son parábolas: proyectiles disparados a imagen y semejanza de la fuerza, dirección y velocidad que la potencia humana pudiera imprimirle. Por lo tanto tenemos que a los estándares físicos corresponden unos parámetros racionales, incluido el reglamento de juego. Cada anotación, cuando el balón traspasa la puerta lícitamente, es un gol no importa desde qué distancia pudo haber sido enviado. Un gol puede tener la trayectoria de un milímetro como haber sido de puerta a puerta.

Aunque no lo parezca este fútbol es menos aleatorio que la bola de trapo en la sala, patios o potreros de nuestros pueblos o casas, infantil o juvenilmente.

Nada de raro tiene entonces que el fútbol sea un proceso deliberado de aculturación masiva. Quienes han sugerido que el fútbol sea una religión no están muy lejos de la realidad: hay un sistema de creencias en juego que nos convierten en civilizados. Si el fútbol hubiera estado desarrollado para la época del descubrimiento de América una forma de medir la civilización de los indígenas hubiera podido ser el fútbol. Pero, qué paradoja, aunque el fútbol fue inventado en Europa hubo un tiempo todavía muy cercano en que muchas de sus naciones tomaron el fútbol de Brasil para mirarse. Hoy, parece estar operando un sistema de colonización en línea contraria.

Una forma de leer el fútbol de una manera chévere, que a mí me divierte, es asimilarlo a un fenómeno cosmológico. De entrada podría decirse que ninguna jugada en el fútbol cae afuera del universo. La principal razón para argumentarlo es que el fútbol es una práctica en la que el Universo nos da lecciones magistrales: ningún fútbol va más allá de la generación de espacios discretos. Si las galaxias estuvieran jugando al fútbol, según la ley de Hubble, estarían creando espacio como ya se había creado luego de la explosión del Big Bang, según la hipótesis física de creación del universo más creíble. Nuestra galaxia, la Vía Láctea, se dirige en un pase al vacío hasta encontrarse con el Cúmulo de Virgo. ¿Estará el Chucky Lozano allí, parar la galaxia en un milímetro y meterle un gol galáctico a Alemania? ¿Se estará jugando la vida la Vía Láctea escapando a ese otro guepardo llamado Cúmulo Virgo andando a velocidades de galaxia? Newton demostró que las leyes de la gravedad en la Tierra pueden aplicarse a los fenómenos planetarios. Einstein demostró luego que a la gravitación se le agrega la llamada constante cosmológica que según parece rige también el desplazamiento de los grandes cúmulos de estrellas.

Para colmos de similitud casi toda la investigación cosmológica concluye que el universo es plano.

De alguna manera llevamos algo así como 13.700 millones de años jugando fútbol. Las supernovas podrían ser estallidos de júbilo de las graderías.

A esas territorializaciones y desterritorializaciones, unas más fantasmagóricas que otras, suceden otras tantas derivadas de los sitios en que se juegan los partidos cosmológicamente hablando.

Entonces cómo prefabricar el juego de mañana. Quiero ver a James suelto en tres cuartos de cancha, merced al trabajo de una cohorte, avistando a Falcao. Si James tiene suficiente espacio de maniobra, tanto como una distancia planetaria, podrá decidir colar el balón hacia Falcao o disparar al arco tan rápido como pueda. Es una amenaza real, que genera mucha incertidumbre el contrario, combinar la media distancia letal de James con los milimétricos y fulminantes disparos de Falcao. Este principio tan elemental es de por sí suficiente para enfrentar el mundial pues puede aplicarse en su simpleza una y otra vez tal que parezca una improvisación. Dependemos más de la precisión de James que la de Falcao. O, mejor, si James puede ser preciso pues su zurda mágica se lo permite, Falcao hace el resto aunque esté demasiado vigilado.

Que el equipo fluya hacia James, como nuestra galaxia fluye hacia el Cúmulo de Virgo. Nadie detendría, ni podría adivinar, esa magnitud cosmológica. Qué James cuele balones a un vacío donde esté una milésima de segundos después Falcao. Obviamente no pretendemos que esto sea todo el fútbol. Y es que la cosmología es una ciencia muy difícil.

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