No ha pasado el sacudón de la minga indígena que, desde hace ya varios días tiene en jaque al gobierno de Iván Duque (o Álvaro Uribe, como prefiera el lector), cuando hoy vuelve y le estalla en la cara un problema que había intentado tapar por los laditos, pero que como es evidente, no se va a solucionar con esconderse bajo la mesa y esperar que todo se resuelva como por arte de magia.
La Universidad Nacional de Colombia y la mayoría de universidades públicas en Bogotá están reiniciando labores apenas hasta ahora, cuando el resto de universidades ya van en mitad de semestre, debido a los paros y protestas que se llevaron a cabo a finales del año pasado por recortes en el presupuesto e intentos gubernamentales por privatizar la educación de forma solapada y marrullera.
Contrario a lo que Duque y su gabinete debieron pensar, las vacaciones de fin de año no fueron olas que borraron lo indeseable en la arena de lo público, y hacer lo que hace el avestruz, por sorprendente que le parezca, no hizo que el problema desapareciera.
Por más que Duque y su gobierno intenten reescribir la historia a punta de mentiras para contar la versión que solo les conviene a ellos, moviendo sus fichas en puntos estratégicos como el CNMH o el Archivo General de la Nación o las escuelas públicas, por más que quieran tapar el sol con un dedo, invisibilizando a los “invisibles” o se niegue a atender a los estudiantes o ir al Cauca en persona por miedo o desdén, la voz de los oprimidos seguirá ahí levantándose cada vez más alto hasta que, tal vez, se vuelva ensordecedora.
El problema es que su inoperancia como burgomaestre de un país con unas problemáticas tan estructurales y culturales como las de Colombia puede ser más peligrosa que la maldad misma. Si algo nos demostró Carlo Maria Cipolla, respetado historiador del pensamiento económico, con su Allegro ma non troppo, o Hannah Arendt con su formidable obra, La banalidad del mal, es que la estupidez puede, y de hecho, es mucho más peligrosa que la maldad más macilenta.
Ayer por ejemplo, durante los disturbios en el campus de la Universidad Nacional, este peligro latente que representa Duque se hizo manifiesto cuando unos muchachos encapuchados sacaron de la Facultad de Artes una máquina dispensadora y la rompieron para comenzar a repartir entre los estudiantes que pasaban las golosinas y alimentos que esta portaba.
Un hecho que, de seguro muchos uribistas y demás, catalogarán como vandálico, pero que sin embargo nos deja mucho que reflexionar y analizar. Y para tal efecto, en este punto quiero invitar al lector a que, si no lo ha hecho, reproduzca los videos que anexo con esta columna.
En primer lugar, llama la atención que lo que alegan los “capuchos” es que están defendiendo los intereses de las personas que trabajan en las chazas (puestos de vendedores ambulantes-estudiantes dentro del campus), ante la explotación y opresión de grandes empresas como Postobón y las que surten el contenido de la máquina. Así mismo, llama la atención la juventud de los encapuchados, no hace falta ver sus rostros para adivinar que se trata de personas muy jóvenes que por más que engruesen la voz, no logran disimular su escasez de años.
En segunda instancia, es llamativo cómo los mismos estudiantes (no se sabe si los encapuchados lo son, se supone que sí, pero…) que se percatan inicialmente de lo que está sucediendo intentan impedir que saquen y dañen la máquina diciendo cosas como: “fuera de que no hay recursos y ahora ustedes vienen a dañar lo poco que hay”. A lo cual los encapuchados responden: “aquí no necesitamos gente de bien, sigan peleando por los intereses de Postobón”. Como si reprodujeran el discurso de derecha vs. izquierda tan de moda para las elecciones presidenciales pasadas… Como si hubiéramos dado un brinco hacia atrás en el tiempo y en el espacio, y se tratara de neoliberales, peleando contra comunistas… Ahora, al parecer, no nos basta con importar modelos de desarrollo como minería cuestionable, fracking, arroz, café, y demás, sino que tal parece que ahora hasta importamos guerras. Jóvenes hablándose en una universidad pública como en una película gringa de los 80 en plena Guerra fría, en vez de estar estudiando.
En tercer lugar, el celador del edificio persuade a los estudiantes que intentan disuadir a los “capuchos” de que los dejen y que se alejen porque “esa gente es peligrosa”, y hasta les pregunta con la cortesía más inusitada del mundo si van a necesitar un extintor que quedó tirado en suelo con el trajín de sacar la máquina. ¿Por qué tanto miedo de este vigilante ante unos muchachos desarmados?
¿Será que ese es el ambiente que está generando un gobierno negligente y terrorista como el actual? ¿No será que toda la manipulación mediática con la que intentan tapar su inoperancia vendiendo cortinas de humo a todo momento y exacerbando el miedo de las masas a las guerrillas, a Venezuela, a los estudiantes y hasta a las empanadas, son síntomas evidentes en el vigilante de este video?
¿Esa pelea entre encapuchados y estudiantes no es un claro indicador de la polarización tan tóxica a la que nos ha conducido el discurso belicoso de Uribe en cuerpo de Duque? ¿Eso es lo que queremos? ¿Una sociedad dividida en sus núcleos más fundamentales? ¿Niños peleando con niños?
En una época en la que hasta conceptos como multiculturalidad e interculturalidad ya se quedaron pequeños en otras sociedades más avanzadas, por no ser lo suficientemente incluyentes, con la necesidad de crear conceptos como “el parentesco cultural”, ¿en serio queremos seguir siendo así de obtusos?
¿Por qué no entendemos que por más ajenos que nos parezcamos los unos a los otros, todos somos uno y que la muerte de otra persona, así crea que nada tiene que ver conmigo, me disminuye porque su muerte es mi muerte? Porque, como dijo John Doe, ningún hombre es una isla y si una porción de tierra en Asia se pierde, por insignificante que nos parezca, toda Colombia se mermará.
No sabemos si los “capuchos” del video son estudiantes con discursos trasnochados de igualdad, equidad y revolución, si son elenos disfrazados de estudiantes (como nos ha vendido el estamento, por años, y el vigilante, seguramente, cree), si son héroes de clase trabajadora, o simplemente personas enviadas por las mafias de las chazas (no todas las chazas son manejadas por esas mafias, pero de que las hay, las hay) para aprovechar el desorden y eliminar la competencia… Lo que sí sabemos es que son niños que no superan los 20 y que quienes intentan frenarlos son otros niños… Niños que deberían estar estudiando y no solo ellos, sino todos los colombianos, o de lo contrario no digamos más que la educación en Colombia es un derecho, pues un derecho es gratuito y para todos y no solo para el 0,1 % de Ser pilo paga con el que intentan distraernos y darnos contentillo.
¿Eso es lo que entienden por progreso senador Uribe, presidente Duque? ¿Volver a noticias de disparos y explosiones en las carreteras y ruralidades de Colombia, oprimir a los históricamente oprimidos, como los indígenas y campesinos? ¿Que las universidades públicas se vuelvan campos de batalla donde los niños en vez de estudiar y aprender se maten entre ellos? ¿Divide y reinarás? ¿Esa es la consigna?
Por favor dejen ya de aguzar las brasas casi extintas de un conflicto que tan solo les beneficia a ustedes (y ni siquiera…), dejen ya de querer reactivar la guerra creando enemigos entre hermanos y en vez de gastarse el presupuesto de los colombianos en fusiles y en balas para que, nuestros jóvenes (no los suyos) se maten, inviertan más bien en la educación pública, esa que tanto miedo les da, para que, en vez de reencauches de guerras anquilosadas, sean lo que tienen que ser, nodos de producción y estimulación del pensamiento crítico que no les permita a ustedes seguir con la cabeza enterrada en la tierra esperando a ver si todo esto se resuelve como por arte de magia al mejor estilo Homero Simpson.