Cuando faltaban dos minutos para acabarse el tiempo suplementario que coronaría al América de Cali como el primer campeón colombiano de la Libertadores, hubo un apagón en todo el norte de Bogotá. Era el 31 de octubre de 1987 a las cinco de la tarde y los niños, disfrazados, dejaron de pedir dulces para ver los últimos minutos del encuentro. En Bogotá comenzó la celebración ignorando lo que todo el país había constatado: en el último minuto un gol de Diego Aguirre, delantero de Peñarol, confirmaba que eso de la maldición de Garabato no era un cuento de brujas cualquiera.
La forma en que se definió la Copa Libertadores de ese año siempre va a despertar dudas. A última hora la Conmebol ordenó que la Copa no se obtendría por goles de diferencia sino por puntos. América había ganado 2 a 0 en Cali al Peñarol del maestro Oscar Washington Tabares. En Montevideo perdió 2 a 1 y en una decisión de último minuto procedieron a definir la Copa en un tercer partido que se jugaría, 72 horas después en Santiago de Chile. Ni siquiera todo el poder de los Rodriguez Orejuela, dueños del América y capos del Cartel de Cali, logró que el equipo consiguiera un vuelo chárter que los ayudara a cruzar los Andes y llegar a la Chile de Pinochet. Volaron en un avión comercial, apeñuscados. El equipo de ensueño del América, con Falcioni, Battaglia, Gareca y Willington, llegó reventado a Santiago. Por tener mejor gol diferencia América tenía una ventaja: si terminaban el tiempo suplementario empatados no irían a penales sino que América sería directamente campeón. La mechita controló el partido hasta el fatídico minuto 120 cuando, inexplicablemente, el delantero marcó cuando hasta los propios uruguayos habían perdido la fe.
Desde ahí América entró en el top 10 de los equipos con mas mala suerte del mundo. Nadie ha perdido tres finales consecutivas. Ese recuerdo cumplió ayer 30 años. En Colombia lo lloraron hasta los hinchas del Nacional