Carlos Nieto fue el único rebelde de la familia. A diferencia de su padre, su abuelo, sus tíos y sus primos, él no quería surcar los cielos como aviador, quería salvar vidas en un hospital. Así lo entendió antes de concluir su bachillerato en el Colegio departamental de La Esperanza en Villavicencio, gracias a una prueba psicológico-vocacional. Tan pronto como se graduó, Nieto ya tenía asegurado su ingreso a la Universidad Cooperativa.

Cada semestre Nieto se apasionaba más y fue desplazando las madrugadas de fiesta en Los Capachos, la discoteca más famosa del Meta, por montañas de libros de medicina. Después de hacer sus prácticas en la Clínica Cooperativa, Carlos Nieto descubrió que lo suyo era atender pacientes en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), al borde de la muerte donde cada decisión es crucial.

Esa pasión lo llevó a hacer su año rural en San José del Guaviare, como médico y auxiliar de UCI. Allí conoció además a la bacterióloga Paola Cruz, quien sería la madre de sus hijos y su último amor. De su noviazgo llegó a los meses la primera hija Samantha en 2017 y a los dos años, el pequeño Nicolás. Ambos, además de llamarlo papá, lo apodaron Pepito. En búsqueda de un mejor futuro los Nieto Cruz se mudaron a Bogotá.

Mientras el doctor Nieto hacía su especialización en Medicina Interna, consiguió trabajo en el Hospital Universitario Méderi y en urgencias de la Clínica Colombia. En esta última asumió con valentía atender la COVID-19. Tenía 33 años, ninguna enfermedad respiratoria grave pero tan pronto como contrajo el virus, su cuerpo empezó un apresurado deterioro. Casi una semana de iniciado el dolor de cabeza, Nieto terminó con ventilador en la UCI,

A Nieto lo despidieron con honores de la Clínica Colombia. Sus padres, esposa e hijos no lograron darle el último adiós.

Murió el 11 de abril.