Antonio Bolívar, uno de los últimos sobrevivientes de la etnia ocaina uitoto, fue la estrella que Ciro Guerra creó como protagonista de El abrazo de la serpiente. En el 2015, cuando el elenco recorrió junto al cineasta la alfombra roja reservada a los mejores del cine en la noche de los Óscar, él, que le había dado el alma a Karamakate, estaba a la cabeza esperando el veredicto de la estatuilla para mejor película extranjera.

Nació en La Chorrera, Amazonas, pero vivió gran parte de su vida en Leticia. El abuelo Antonio, como lo llamaban los miembros del elenco de la película, ofició de traductor porque hablaba, además de uitoto, español, portugués, algo de inglés, y como él mismo decía ‘algunas cositas’ de los tikunas.

Enviudó muy joven y después se casó con la que fue la mamá de sus cuatro hijos. El mayor, de cincuenta años, tuvo un pequeño papel al principio de El abrazo de la serpiente, y otro fue asesinado hace unos años en Bogotá.

Cultivaba la tierra con productos propios de la región como chontaduro, ají, plátano y yuca en comunión con la naturaleza, protegiéndola, cuidándola, y con total respeto hacia el dios de la selva. Su etnia habita desde tiempos inmemoriales los cerros de Mavecure en Guainía, está en peligro de extinción.

Su hijo Christian lo acompañó en los momentos finales cuando se manifestaron los síntomas de coronavirus, buscando atención hospitalaria en una región donde para esa fecha el Instituto Nacional de Salud (INS) señalaba 104 personas contagiadas y cuatro fallecidos en el Amazonas.

El hospital San Rafael de Leticia, informó que Antonio Bolívar ingresó a los servicios de urgencias el miércoles 29 de abril y falleció en la noche del día siguiente. Tenía 75 años. Tres años antes se había convertido en estrella.