Pintaba mal el día para Colombia hasta que apareció Ceiber Ávila. A los 20 segundos del combate por segunda ronda en el torneo olímpico la ceja se le abrió al antioqueño. La sangre hacía temer lo peor. Podían parar la pelea el cualquier momento. Pero el mundo no sabe de qué está hecho Ávila.
Cuando tenía 6 años en Turbo la vida no valía nada. Los paracos mataban a quienes querían. Por sí o por no asesinaban. El sonido de una motocicleta era el batir de las alas del ángel de la muerte. Ceiber jugaba con sus amigos fútbol en una de las canchas del pueblo y esa destreza para librar rivales le servía para salir corriendo hasta su casa y escaparse de una muerte segura. Al ir al colegio solía encontrarse en el camino con seis, siete cuerpos. No era fácil ser un niño en Turbo en los años noventa.
Ahora tiene 32 años y un deseo fijo: subirse al podio. Ojo, está a una pelea no más. Hoy, después de reponerse a la impresión de tener su ceja rota y de ganar de manera heroica, tiene toda la confianza de lograr la segunda medalla para Colombia. Ceiber quiere ser, además, el primer boxeador campeón olímpico que ha nacido en este país.
Ceiber pasó a cuartos de final y está a una sola victoria de conseguir medalla olímpica.