Liborina, el pequeño municipio antioqueño ubicado a casi 90 kilómetros de distancia de Medellín, es un punto geográfico neurálgico para la cultura colombiana. Y no solamente lo digo porque en este lugar nacieron plumas sentidas como las de Margarita Mesa y Gilma Ríos, o porque allí se formaron los conceptos de arte de pintores como José Fernando García, Consuelo Velásquez y Henry Roldan. Afirmo esto porque es impresionante que un pueblito, que en la actualidad no cuenta con más de 10 mil habitantes, haya parido a tantos hijos pródigos, en el campo artístico nacional.
Sin embargo, y con el respeto que se merecen todos los artistas liborinos, el título de “el más grande” se lo lleva un señor que nació en ese lugar el 19 de enero de 1955, cuando Colombia ya era el caos que es hoy en día, más allá de que el presidente de turno era un dictador que violó el derecho a la libertad de prensa en nuestro país, casi de la misma forma en que lo hizo Hugo Chávez en Venezuela recientemente. Pero, ¿cuáles son los nombres de los personajes en cuestión? ¡Ah, sí! El del genio supremo: Víctor Manuel Gaviria González; y el del tirano: Gustavo Rojas Pinilla.
Víctor Gaviria debe estar, sin lugar a dudas, en la lista de los 10 personajes culturales más importantes de la historia de Colombia. O, tal vez, en la de los cinco más grandes pensadores que han visto la luz en el país de la infamia. Porque este caballero, a través del cine, le mostró al mundo la realidad de una nación en la que los niños de 8 años son adictos a drogas inhalantes –boxer-, la violencia urbana es un detonador de homicidios entres los más jóvenes, y cualquier profesional de clase media-alta puede involucrarse con un narcotraficante porque la ambición no diferencia estratos sociales. Por eso él, indudablemente, es el maestro por excelencia de nuestro cine. Pues, antes de don Víctor, lo mejor que se había producido en Colombia, en términos de largometrajes, no eran producto de una mente nuestra -Raíces de Piedra y Pasado el Meridiano-, pues estas obras eran del español José María Arzuaga
El valor de la obra de Gaviria en Colombia es inconmensurable. Su cine realista y producido fuera de la capital de la República, las temáticas de sus películas y la conformación de sus elencos –con actores no profesionales–, son la marca imborrable que dejó en la historia del cine colombiano el paisa que estrenó en 1990 su primer largometraje, Rodrigo D No Futuro, con el que logró hacer que la crítica cinematográfica se cansara de elogiarlo. Esa película muestra la historia de unos jóvenes que viven en la periferia de Medellín por y para la violencia, el punk y el consumo de drogas. Algo que no había hecho nunca antes nadie en Colombia, probablemente por ser un país en el que hablar del basuco era un tabú. En suma, la obra de Gaviria que participó de la selección oficial del Festival de Cannes, expone el entorno de una generación sin futuro. Una de las tantas que nacieron, nace y nacerán en mi país, y que votarán, en unos años y de manera impúdica, por miserables como Gustavo Petro o Germán Vargas Lleras, para que ocupen el cargo de presidente de la república.
No obstante, Gaviria se estaba guardando algo que iba a hacer sonrojar a un país que vive pálido. Porque les mostró la miseria en la que vive la infancia marginal en las calle de las ciudades colombianas. En 1998, Víctor Gaviria, presentó su obra cumbre. La Vendedora de Rosas expone la desgracia en la que viven las niñas abandonadas, pobres y adictas a una droga maldita que les queda incrustada en sus pequeños y vulnerables cerebros, estómagos y pulmones, llevándolas a estar día tras días más cerca de la muerte. Un largometraje fuerte, porque la realidad no es suave, que, nuevamente, hace que Gaviria participe en Cannes. Conclusión: el mundo del cine de vanguardia por poco le hace un monumento a don Víctor.
En el 2004 elcineasta antioqueño hizo el lanzamiento oficial de su película Sumas y Restas, que no es más que una obra sublime que presenta la historia de un joven profesional de Medellín que se involucra en el negocio del tráfico de drogas, tras conocer a un personaje que es la representación perfecta de lo que es un verdadero narco colombiano. Porque, la verdad sea dicha, un capo de las drogas no es igual a los que presentan las series, telenovelas y películas de los últimos años que muestran a esos delincuentes como unos galanes parisienses, dotados de astucia e inteligencia profunda. ¡Nada más alejado del contexto verdadero! Un narcotraficante real es vulgar, necio, irracional, inculto, molesto e ignorante.
Gaviria es, entonces, un auténtico héroe para los colombianos. Un tipo que puso el dedo con sal en la herida, e hizo atragantar con su pobreza a sus paisanos, no merece otro calificativo. Sus crónicas y poemas, además, son obras de magnifica calidad. El psicólogo egresado de la Universidad de Antioquia, por lo demás, le dejó a Colombia un puñado de documentales y cortometrajes que, claramente, son una lección para los futuros cineastas colombianos que ojalá sigan exponiendo la realidad social de un país anclado a la miseria. Porque Gaviria es, probablemente, uno de los más notables investigadores de la historia de Colombia. Hay que recordar que, en el caso de La Vendedora de Rosas y Rodrigo D No Futuro, los filmes son el producto de una extensa convivencia del director con los personajes a quienes él quería llevar a la pantalla grande.
A don Víctor, por desgracia, lo tenemos muy olvidados los colombianos. Por eso, y aunque es algo netamente simbólico, los invito a que reveamos las tres películas que Gaviria hizo para que nosotros –los ciudadanos de la nación más feliz del mundo- seamos conscientes de nuestro contexto social, pero que por desgracia nos entró por un oído y nos salió por el otro.
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