Quienes ejercen la profesión de opinar en los distintos medios saben que existe un método infalible de captar la atención del público. Es tan simple como despotricar y acusar, sintonizarse con las amarguras y los resentimientos que muchos llevan dentro. Esa manera de expresarse se llama panfleto o estilo panfletario, y tiene en la comunicación de carácter político un equivalente que es la demagogia.
El candidato Gustavo Petro conoce bien aquel efectismo comunicacional, y ha tenido tiempo de bucear en las pasiones más bajas de sus compatriotas. Sabe frente a cada auditorio cual es el botón de las palabras que se debe hundir para generar rechazo, ira, emociones desbordadas.
En procura de su interés electoral y sin que lo preocupe el país que está creando, el personaje se ha propuesto desmantelar aquel entendimiento tácito que cohesionaba a la sociedad colombiana y consistía en buscar salidas a los problemas estructurales pero sin renunciar al espíritu de diálogo ni los valores de la libertad y la democracia. Su método, por el contrario, es el de la confrontación y la lucha de clases.
A la estrategia anterior Petro agrega otro elemento. Este consiste en declararse víctima, victimizarse, de manera constante. La práctica no la inventó él. Ha sido empleada a fondo por muchos de los movimientos izquierdistas en América Latina en sus campañas electorales.
La autovictimización implica que quien la usa jamás pierde: si se obtienen los resultados pretendidos el triunfo se ve como un justo merecimiento. Si se fracasa la responsabilidad la tendrá otro: el Estado corrompido, la plutocracia codiciosa, los empresarios asesinos que hicieron sus patrimonios a base de violencia. En este caso los relatos inventados y las pasiones exacerbadas servirán de combustible para reforzar la idea de que en el futuro hay que jugarse el todo por el todo, acudiendo si es del caso a la destrucción de las instituciones y al uso de la fuerza.
Si se obtienen los resultados pretendidos el triunfo es un justo merecimiento.
Si se fracasa la responsabilidad es de otro:
el Estado corrompido, la plutocracia codiciosa, los empresarios asesinos
Pero Petro no tiene la culpa de que ciertas circunstancias lo favorezcan. Sus arengas y sus hipérboles caen sobre una población que carece de criterios porque desconoce la historia, y es proclive a tragar entero. Mientras tanto la actitud de ciertos sectores ciudadanos empresariales o rurales, desconcierta. Permanecen callados frente a lo que se está gestando. Según parece tienen la idea de que enfrentar la situación es un problema exclusivo de los demás candidatos.
Como están las cosas cada expresión distorsionada o inexacta vertida en la plaza pública por el candidato de Ciénaga de Oro, tendría que examinarse cuidadosamente y encontrar respuesta inmediata de quienes creen en la propiedad e iniciativa privadas. Debe ser así porque el silencio de los ciudadanos es el caldo de cultivo donde despliega sus garras el totalitarismo.
No se trata de impulsar una visión retrógrada de la sociedad. Es cierto que exhibimos niveles de corrupción inaceptables y registros de pobreza que claman al cielo. Pero esa realidad debe abordarse desde los instrumentos que dan las instituciones, reformando a fondo la justicia y generando inclusión productiva. En ese orden de ideas al Estado le corresponde propiciar condiciones para que los colombianos en general puedan crear riqueza, devengar lo necesario para el sustento y llevar una vida digna. Eso no se hace con el reparto a la brava, con expropiaciones disfrazadas de compra y según el criterio caprichoso del gobernante de turno. Un procedimiento que obliga a los habitantes a renunciar a sus convicciones y a su voluntad, para quedar sometidos como en Venezuela a los designios y a la magnanimidad interesada de un sátrapa.
La peor parte de la estrategia Petro es lo que nos dejará como herencia para el próximo cuatrienio. Sea que obtenga la Presidencia o que lo haga Iván Duque su contendor más fuerte, el país quedará en la polarización total, partido en dos facciones irreconciliables, sumido en el un ambiente de pugnacidad sin precedentes.
Y es que si el exalcalde gana en los comicios habremos dado un salto al vacío de incalculables consecuencias, pero si pierde dirá que la oligarquía le robó. las elecciones para aniquilar las esperanzas del pueblo. Siendo esta la situación, no ha de sorprender que desconozca la legitimidad del nuevo gobierno, movilice medio país y denuncie el supuesto atropello ante los organismos internacionales. De nuevo es el uso calculado de la victimización, estrategia que como dijimos no tiene pierde.
Al que aún tenga dudas sobre lo que nos espera en caso de que pierda le sugiero escuchar las ultimas intervenciones del candidato de Colombia Humana en las plazas públicas. Proclama sin que nadie se atreva a contradecirlo que él puntea en las encuestas, y que esa circunstancia es perversamente ocultada por los medios corrompidos al servicio del capital. Es una aseveración contraria a la evidencia, pero eso no le importa. Con su estilo típico y desde ya, prepara el tinglado para arremeter de nuevo.