Por décadas el pequeño municipio de Caicedo, poblado incrustado en las montañas del occidente antioqueño, se convirtió en uno de los principales escenarios del conflicto armado en el país. En medio del asedio de las Farc-EP y ante la expansión del paramilitarismo, los caicedeños vivieron sometidos a la violencia, el miedo y el estigma. Sus pobladores no olvidan cómo el conflicto se ensañó con su economía cafetera y sus símbolos (la iglesia y la Casa Campesina fueron destruidas en tomas guerrilleras). Situación que hacia 2002 conmovió profundamente al gobernador Guillermo Gaviria y a su asesor de paz, el exministro Gilberto Echeverri.
Motivado por su firme convicción en la no violencia, el gobernador decidió liderar la marcha por la paz de Caicedo. El 17 de abril de 2002 los marchantes salieron desde Medellín. Lo hicieron con el acompañamiento de la fuerza pública y arropados bajo una bandera: la no violencia. Por esos días, el país atravesaba por una espiral de violencia, y ante el fracaso del Caguán, enarbolar la bandera de la paz no resultaba muy taquillero.
Sin embargo, Guillermo Gaviria no obró sobre cálculos políticos y se movió guiado por su humanismo. Así lo ratificó aquel 17 de abril en una sentida carta que le envió al Secretariado de las Farc-EP. Carta que no encontró respuesta.
Sin comprender la dimensión social y humanista de la no violencia, a cinco días de iniciada la marcha y a tan solo 5 kilómetros de llegar a Caicedo, el gobernador y su asesor de paz fueron secuestrados por el frente 34 de las Farc-EP. El 5 de mayo de 2003 serían asesinados y así se escribió una de las páginas más infames de la historia del conflicto armado.
El reconocimiento
El pasado 7 de agosto Caicedo volvió a los titulares porque fue epicentro de un histórico acto de reconocimiento de verdad y responsabilidad. A las siete de la mañana, desde el puente El Vaho de Anocozca, un grupo de firmantes de paz, encabezados por Pastor Alape, Rodrigo Londoño, Ómar Restrepo, Fancy Orrego y Luis Carlos Úsuga, continuaron la marcha iniciada dos décadas atrás. Acompañados por colectivos de víctimas, organizaciones de la sociedad civil, la Comisión de la Verdad y medios de comunicación, los excombatientes caminaron los 5 kilómetros que no pudieron transitar Guillermo y Gilberto. Simbólicamente concluyeron aquella marcha iniciada el 17 de abril de 2002.
El acto de reconocimiento, organizado por la Comisión de la Verdad, organizaciones sociales y la Alcaldía, continuó en el coliseo municipal. Durante seis horas se vivió un intenso cara a cara entre las víctimas y sus victimarios. Fue un evento impresionante con múltiples descargas emocionales; peticiones de verdad; cuestionamientos a la exdirigencia fariana y un llamado para concertar un genuino reconocimiento de verdad y responsabilidad. También fue una oportunidad para homenajear el victimizado movimiento por la no violencia y honrar el perdurable legado de Guillermo y Gilberto.
El momento de las víctimas
Tras los saludos de los voceros de la Comisión de la Verdad y las principales autoridades políticas del departamento, las víctimas tuvieron la oportunidad de reconstruir sus recuerdos y cuestionar a los excomandantes guerrilleros. Con convicción y firmeza les pidieron esclarecer y reconocer el profundo dolor y sufrimiento que sus acciones indiscriminadas generaron en la vida social y economía del pueblo. Preguntas como: ¿por qué destruyeron la iglesia y la Casa Campesina?, ¿por qué confiscaban las cargas de café?, ¿por qué minaban los campos?, ¿por qué nos hicieron tanto daño? Orbitaron en las intervenciones de tres valientes mujeres que, entre el nerviosismo y la expectativa, alzaron la voz por las víctimas de Caicedo.
También alzaron la voz Yolanda Pinto e Irene Gaviria. Yolanda revisitó sus recuerdos y exaltó el humanismo que caracterizó a Guillermo Gaviria. Con vehemencia exigió verdad sobre su secuestro y abogó por la necesidad de retomar los ideales del Plan Congruente de Paz. Con Irene, el acto llegó al momento de mayor complejidad emocional. Con voz entrecortada, la hermana menor del gobernador pidió a los firmantes que subieran a la tarima y se ubicaran a su costado. Fue un momento de una intensa descarga emocional. La digna expresión de una víctima en un paredón “fuera del protocolo”.
La intervención de Irene, quien siempre estuvo acompañada por Daniel Gaviria, no concluyó con un gesto hacia los excombatientes.
El momento de los firmantes
Al cierre de la intervención de las víctimas, Rodrigo Londoño tomó la palabra. Al último comandante de las Farc-EP se le sintió dubitativo y algo confundido. Destacó la importancia del encuentro y bastante compungido, leyó la carta que Guillermo Gaviria le envió al Secretariado aquel 17 de abril de 2002. Londoño reconoció que, ante el ruido ensordecedor de la guerra, la guerrilla no comprendió la dimensión social y humana de la no violencia. También reconoció el sufrimiento que su accionar generó en muchas comunidades, concluyendo que no había lugar a justificación alguna, pues tanta devastación solo podía ser el resultado de la degradación y la deshumanización del conflicto armado.
Las respuestas a las víctimas llegarían con la intervención de Fancy Orrego y Luis Carlos Úsuga. Los antiguos excomandantes del extinto frente 34, visiblemente afectados, pidieron perdón a las víctimas y respondieron a sus preguntas. Sobre las tomas armadas que destruyeron la iglesia y la Casa Campesina, afirmaron que fueron daños colaterales resultado de operaciones contra posiciones de la fuerza pública (especialmente estaciones de policía); sobre la confiscación de la producción de café, expresaron que obedeció a la necesidad de sostener financieramente los frentes aprovechándose de la economía local; y a propósito del sembradío de minas, dijeron que formó parte de una estrategia de contención ante el avance del Ejército y el paramilitarismo.
En el momento de esclarecer el secuestro y asesinato de Guillermo y Gilberto, Fancy dijo que era una “pérdida irreparable” y los llamó mártires de la paz. Con su declaración quedó claro que su secuestro fue resultado de una táctica que empleó la guerrilla a finales de los noventa consistente en secuestrar políticos de alto perfil para presionar al gobierno por un canje humanitario (nunca valoraron su iniciativa de no violencia). Además, se esclareció que su asesinato fue responsabilidad exclusiva de las Farc; es decir, se echó por el suelo la versión que afirmaba que el asesinato ocurrió en medio de un supuesto fuego cruzado con la fuerza pública durante el fallido intento de rescate del gobierno Uribe.
Como un gesto de reconciliación con Caicedo y sus víctimas, los firmantes de paz se comprometieron a promover actividades reparadoras en comunidades afectadas por el conflicto. Entre ellas, gestionar y sumar voluntades para la reconstrucción de la Casa Campesina; contribuir a la construcción de la memoria histórica y la pedagogía de paz, y atender las demandas de las víctimas.
Sigamos marchando
Al secuestro y asesinato del Guillermo y Gilberto sobrevinieron los años más duros de la seguridad democrática. El movimiento de la no violencia perdió fuerza y pasaría una década para que la salida negociada volviera a encontrar centralidad en la agenda pública. Las Farc-EP escribieron una de las páginas más oscuras del conflicto y reforzaron el repudio social que impulso la militarización de la sociedad en el gobierno Uribe. Su ceguera privó al pueblo antioqueño de sus dirigentes más humanistas y demócratas. No creo exagerar si afirmó que el 5 de mayo de 2003 el dolor invadió el corazón de cada antioqueño y antioqueña.
Has pasado casi 20 años y para alegría de Guillermo y Gilberto Caicedo se convirtió en el primer municipio no violento del país y hasta sus victimarios reconocen el potencial transformador de la no violencia. La carta escrita aquel 17 de abril de 2002 ya encontró respuesta. Y aunque el país atraviesa por un momento de incertidumbre y en muchas regiones solo se escuchan las sirenas de la guerra, miles de colombianos siguen marchando, convocando al diálogo y al entendimiento, motivados por alcanzar la nación con la cual soñaron los mártires de la paz hasta en los días más oscuros de su inhumano cautiverio.
Seguimos marchando como un homenaje a su ejemplo y convicción. El pasado 7 de agosto volvimos a Caicedo para escribir un nuevo capítulo. En homenaje a Guillermo y Gilberto, estoy seguro de que no será el último.