Sus nombres eran Ingrid Sofía y Natalia González Forero, hijas de la hoy sobreviviente Luz Stella Forero Gómez y del tirano al que llamaban padre, Ricardo González Tovar. Víctimas de la enfermedad y de la obsesión de su padre fueron asesinadas a sus 15 y 10 años las pequeñas habitantes del Magdalena medio de nuestra nación. A aquellas niñas se les limitó la posibilidad de conocer el mundo y de encontrar su lugar en él, pues la OMS afirma que la adolescencia es la etapa más importante de transición y de la misma manera se aproxima a cumplirse a los 19 años, edad a la que estas niñas jamás van a llegar.
No obstante, la madre no se salvaría del salvaje a quien presentaba como esposo en alguna época y quien la lastimaría con 26 apuñaladas en la mañana del 21 de junio de 2011. Ella quedó con vida, por suerte, para contar los acontecimientos de ese atroz acto similar a la tragedia de Jason en la antigua Grecia. Eurípides, su autor, pinta en esa situación a Medea quien asesina a sus hijos en forma de venganza a su esposo. Una total paradoja, pero en fin: violencia.
Desde una visión netamente personal, la falta de educación y poca enseñanza de los valores y la ética ha llevado a algunos colombianos a ejecutar acciones cobardes de la índole de Ricardo González. Es claro que no es el primer caso que se presenta en Colombia de violencia intrafamiliar que termina en una tragedia en la que no existe justificación alguna para privarle el derecho a la vida a una persona y menos a dos pequeñas quienes a duras penas conocieron el amor maternal.
Los colombianos nos hemos acomodado en una zona de confort en la que las redes sociales se han vuelto el medio actual de la Res Pública y de la Polis del siglo XXI. Son los únicos medios en los que se hace algún acto de presencia hacía un fin común en el que muchos individuos se ponen de acuerdo para mostrar voces por medio de un hashtag. Ahora bien, bastaron pocos días para que la corte en Manizales sentenciará nuevamente a Ricardo Enrique, claro está, por la reacción de la opinión pública en las redes sociales. Sin embargo, la ineficacia e ineptitud de los procesos judiciales y de el magistrado a cargo casi logra dejar en libertad a un psicópata con capacidades desconocidas para causar daño.
Finalizaré con esta cita que espero provoque empatía:
“El guardó todos los cuchillos en el morral de mi hija. Escondió las llaves en un lugar poco usual, dañó mi celular y al otro día una de las niñas corrió a decirme que él estaba afilando un cuchillo. Después me atacó y las niñas intentaron defenderme. Una de ellas se le colgó del hombro. A una le pinchó el corazón, le fracturó el esternón y murió instantáneamente. La otra niña alcanzó a salir conmigo, pero en el hospital murió. A mí me provocó las puñaladas pero no me comprometió ningún órgano”, relató la mujer.
La violencia debe provocar indignación, preocupación, repugnancia. No sigamos callados y cuidemos a los nuestros. Ni una mujer, ni un hombre ni un niño debe seguir sufriendo la violencia de un país acomodado.