No hace falta ser un genio para entender que los creyentes de las iglesias protestantes se convirtieron en una maquinaria eficaz para acceder al poder. CEDECOL (Consejo Evangélico de Colombia) considera que por lo menos hay 10 millones de estos fieles en Colombia. Considerando que somos 48.3 millones de colombianos, la cifra no es para nada despreciable. Lo que sí es despreciable son las estrategias que están usando los líderes de este sector para acceder al poder político.
Por un lado Viviane Morales y su no tan honorable esposo insistiendo en apelar a la plenaria de la Cámara de Representantes la decisión de archivar su referendo homofóbico y discriminatorio —pese a que hasta los godos les votaron en contra— . Por otro lado, la candidatura de Alejandro Ordóñez, que por medio de su nueva —mejor— amiguis Ángela Hernández logra que la Asamblea de Santander lo condecore con la distinción Luís Carlos Galán Sarmiento, o sea, funcionarios públicos participando en política a pesar de haber sido declarada nula su elección hace menos de un año por jugar a ser corrupto con la técnica yo te elijo y tú me elijes. Afortunadamente hasta el margen de error lo supera en las encuestas. A lo anterior se le suma el lanzamiento oficial a la política de aquel tristemente célebre youtuber/pastor que formó un boroló paupérrimo contra Bancolombia por su política de reconocimiento y respeto a la amplía baraja de familias no tradicionales y que con sus discursos incendiarios pretende que sus ciberseguidores lo lleven al Congreso.
Pero no son todas malas noticias cuando hablamos de religión: la Corte Constitucional le pegó tremendo vaciadón al Director General de la Policía por violar el principio del estado laico en la Sentencia T-152 de 2017 —por si la quieren leer— al tutelar el derecho fundamental a la libertad de cultos de un patrullero adventista contra una orden de sus superiores abiertamente contraria a la ley y que le exigía participar de expresiones eminentemente católicas.
Dice el fallo que cuando el patrullero protestó, recibió como respuesta de un superior la siguiente perla: “esta orden se debe cumplir sin importar si [son] evangélicos, cristianos, musulmanes o de otras religiones” y que “es una orden del Director General de la Policía Nacional”.
La Corte muy amablemente le recordó a la Policía Nacional que Colombia tiene una neutralidad en materia religiosa que se traduce en que las diferentes creencias son iguales en derechos y reconocimiento y en que no se puede actuar, como servidor público, para favorecer a una de ellas y mucho menos cuando va en detrimento de otras —así los favorecidos sean la mayoría, o así hayan recogido dos millones y pico de firmas, estimada senadora liberal/conservadora—.
Eso es lo lindo del principio del estado laico en Colombia: que protege las libertades religiosas de todos por igual. A pesar de que no es poca la gente que relaciona el laicismo con el ateísmo, lo cierto es que gracias a este concepto los católicos, judíos, musulmanes, adventistas, evangélicos, testigos de jehová, carismáticos, budistas, hare krishnas y —¿por qué no?— ateos, seculares, escépticos y agnósticos pueden convivir en paz unos con otros sin que su fe sea un factor determinante para establecer y estrechar lazos sociales.
Por eso me gustaría hacerles un llamado fraternal a los 10 millones de cristianos protestantes. Por favor, píldoras para la memoria. Dos por día, acompañadas de mucha reflexión para que se acuerden de cómo era ser evangélico/testigo de jehová/etc., antes de la Constitución del 91. Recuerden: ¡ustedes no tenían los derechos que ahora tienen porque la católica era la oficial, y por lo tanto la única religión reconocida de Colombia! Ustedes también fueron discriminados por las mayorías. Ustedes también fueron víctimas de lo que eventualmente los podría convertir en victimarios.