AGENCIA DE MUJERES
Viajan por negocios, otros por placer y algunos simplemente están de paso por estas tierras con olor a café. Y esta última fue la razón por la cual Carlos Valdivia, un peruano con la pasión por la cocina limeña en sus venas y un maletín cargado de sueños, pisó Colombia.
Objetivo: “Llegar al otro lado del charco”, o como algunos lo llaman, “cumplir el sueño americano”, y esta meta se sobrepuso a su familia y a su vida en Perú.
Aquí, bajo el sol ardiente, la lluvia inesperada, el frío intenso o la cálida brisa, él cargaba su maletín; gozaba de ser un publicista recursivo, un hombre que establecía relaciones con una habilidad innata y un poco del parlache de la época. Con todas sus cualidades se disponía diariamente a vender “hasta un hueco”, y en realidad a Carlos nadie lo paraba, él desarmaba y vendía un balín, al mejor precio y en tiempo récord.
Cuando ya sus dedos rozaban tierras gringas, y en un encuentro trazado por el destino, Carlos abordó un bus junto a la mujer de su vida; aunque aún no lo sabía, durante el recorrido de 1 hora y 30 minutos, de Santa Rosa de Osos a Medellín, ignoró al niño llorón del bus, al pateador de la silla y a su ventana derecha, que a cada kilómetro le dibujaba un vasto paisaje... solo por mirarla a ella.
Tratando de ignorar las manos sudorosas y el temblor en las rodillas, haciendo uso de sus habilidades al hablar, él le entregó su tarjeta y le pidió que lo llamara; pero ¿Quién se puede fiar de un hombre hablador, insistente y desconocido?, así que respondiendo a esa pregunta, Amada de Jesús rompió la tarjeta y lo olvidó.
Lástima para nosotros, que no podemos cambiar lo que ya está escrito, dicen algunos, y fortuna para Carlos, quien esperó una llamada que nunca llegó, pero que en un golpe de suerte, vio caminar a esa mujer por una calle del centro, -la cual hoy ni siquiera recuerdan- y sin pensarlo la detuvo durante cinco minutos, para invitarla a salir, como lo hacen los galanes; y ella, en recompensa por su arriesgada hazaña de conquista, lo ha detenido 36 años en esta ciudad de la eterna primavera.
Carlos aún no conoce Estados Unidos, y ojalá pueda llegar algún día en calidad de visitante. Él fue una víctima más de una agencia invisible de mujeres hermosas, que se encargan de retener y de llenar de color la vida de muchos extranjeros, quienes, una vez son objeto de la agencia, radican su corazón en Colombia y extienden sus viajes por un plazo indefinido.
Por: Stefany Londoño Flórez