Argentina tuvo, desde el regreso de la democracia en 1983, nueve vicepresidentes, de los cuales 2 renunciaron (Eduardo Duhalde y Carlos Álvarez) y 2 generaron fuertes dolores de cabeza a los titulares del Poder Ejecutivo Nacional (Julio Cobos y Cristina Fernández). Con una particularidad adicional, Julio Cobos era vicepresidente de Cristina Fernández.
La Constitución Nacional argentina fija en su artículo 88 que ‘En caso de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución del Presidente, el Poder Ejecutivo será ejercido por el vicepresidente de la Nación’ y la única función específica que le asigna está estipulada en el artículo 57 cuando se menciona que ‘El vicepresidente de la Nación será presidente del Senado’. Solo eso. Muy poco. Porque históricamente los vicepresidentes eran tan solo el reemplazo de quien ejercía la primera magistratura del país.
Esto se debe, entre otras cuestiones, a que la Constitución estaba pensada para una realidad política en la que interactuaran partidos políticos, con disciplina partidaria, donde la fórmula presidencial fuera quienes representaban una propuesta y un ideario compartido. Pero esa época ya no es la que vive actualmente Argentina.
Tras la crisis de 2001 el sistema de partidos tal como se conocía hasta entonces, después de haber dado numerosos avisos, implosionó, y se configuró un esquema de frentes electorales en el que convergían diferentes actores de diversas procedencias y que no siempre compartían ‘una propuesta y un ideario’. Con un agravante, se conformaban frentes electorales, pero no coaliciones de gobierno, porque en un sistema presidencialista el poder no se comparte, lo ejerce el que gana y que es quien lo detenta. El problema radica cuando quien lo detenta no es el Presidente.
Un ejemplo de ello ocurrió el 17 de julio de 2008, cuando se debatió en el Senado Nacional el proyecto de ley sobre retenciones a la exportación de productos agrarios, enviado por el Poder Ejecutivo y con las modificaciones introducidas en la Cámara de Diputados.
Tal como se auguraba la votación terminó con un empate en 36 senadores, por lo que debió ser desempatada por el vicepresidente de la Nación, y así se recordó, porque Julio Cobos dijo desde su escritorio ‘Que la historia me juzgue. Pido perdón si me equivoco. Voto... Mi voto no es positivo, mi voto es en contra.’
Pero ya se sabe que ‘cuando la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia… la verdadera historia’ y la verdadera historia es que se llegó al empate en la votación porque 13 senadores oficialistas votaron contra el proyecto oficial.
Se generó entonces un debate sobre si, más allá que sin dudas era un acto legal, era legítimo lo realizado por Cobos. Quienes lo tildaban de ilegítimo hacían hincapié en que los ciudadanos no eligen un vicepresidente sino una fórmula presidencial, y esta se privilegia por quien ocupa el lugar de presidente, y que el vice debe subsumirse a lo resuelto por aquel.
En cambio quienes opinaban que el accionar de Cobos era legítimo justificaban su postura en que en un frente electoral puede haber disparidad de criterios y que los argentinos debíamos acostumbrarnos a una lógica política alejada del verticalismo y más abierta a la discusión y el intercambio de opiniones.
El detalle es que, como dijimos, Julio Cobos era vicepresidente de Cristina Fernández… quien hoy es vicepresidente de Alberto Fernández. ¿Y por qué esta referencia? Porque hoy Cristina Fernández tiene, como doce años atrás Julio Cobos, una opinión diferente a la de quien ocupa la Presidencia de la República.
Y hoy, aunque no de manera legal como en el caso de 2008, el accionar de la vicepresidente horada el poder del presidente de la República, aunque doce años atrás la fortaleza de quien ocupada la titularidad del Ejecutivo Nacional era mucho mayor que la que detenta hoy Alberto Fernández.
Hoy la ciudadanía descree del accionar del presidente de la Nación. Hoy la mayor parte de los argentinos está convencida que Cristina Fernández es quien tiene el verdadero poder y que está jugando con Alberto Fernández como un gato juega con el ratón moribundo o atontado.
Curiosamente, o no, aquellos que exigían una unidad de criterios monolítica entre quienes conforman una fórmula presidencial realzan la importancia de la multiplicidad de visiones y criterios haciendo a un lado la prueba de los hechos que exponen la avidez de poder de la vicepresidente argentina.
¿Cuál es el rol, entonces, de los vicepresidentes en Argentina? Ninguno. ¿Para qué tener un vicepresidente entonces? ¿Por qué no idear alternativas superadoras en donde o se avanza decididamente en el espíritu de la Constitución de 1994 buscando ampliar las bases de poder, evitar una crisis de gobernabilidad ante un bloqueo de poder y discutir la vía del parlamentarismo en Argentina? ¿Por qué no pensar en suprimir la institución de la Vicepresidencia si es una herramienta para alcanzar acuerdos políticos en frentes electorales pero puede convertirse en una traba importante ante la falta de una verdadera coalición electoral?
La crisis política es de tal magnitud que hay que tener la osadía de pensar soluciones a mediano plazo y no meros parches que no solucionan el fondo de la cuestión.
No es la primera vez que Argentina, por el accionar político de sus dirigentes, se autoflagela.
Depende de los ciudadanos que sea la última vez.