Saltan a la cebra los saltimbanquis y los vendedores, cuando el semáforo pasa al rojo. Autos particulares, taxis, los autobuses de servicio público, las tractomulas, las motos se detienen, diferentes a los peatones que caminan por las aceras estrechas que se lanzan para pasar la vía, con el peligro que algún despistado no respete las normas de tránsito. Es necesario ser ágil, pedir protección. encomendarse a la divinidad, malicia. No se respetan los pares, los andenes son estrechos, los vehículos parquean en las aceras, las motos se lanzan por ellas, igual que los de las bicicletas. Los espejos retrovisores de los automotores son un peligro para los ciclistas y los peatones. El transeúnte tiene que adquirir destreza, ser equilibrista, tener atención aguda, además debe ser un buen torero para evitar la embestida del animal motorizado. Debe correr y tener la habilidad de parar en seco. El peatón se encuentra en la estrechez del andén, a la vera del camino arreglándose como pueda y, envuelto en el smog que, como estela, van saliendo por el tubo de escape de los autos.
Los agentes de tránsito que no tienen otro oficio que dar paso a los automóviles, dejan que los peatones se encuentren con la indecisión. Pero los autos crecen cada día porque la ilusión de tener autonomía lleva a la compra de un vehículo. Sin embargo, ese espejismo se disuelve de las 7 a las 8 de la mañana, de las 12 a las 3 del mediodía, de las 6 a las 9 de la noche. El embotellamiento tiene la ventaja de dar tiempo para conectarse con el celular. La prohibición de usar el auto los días de pico y placa es burlada con un segundo auto. Quienes viajan por motivos de trabajo desde la residencia atraviesan, padecen, maldicen, experimentan la hipersensibilidad humana.
Ser peatón es un riesgo continuo frente a la creciente agresividad de los vehículos. Muchos de los viajeros urbanos van al trabajo, otros a escuelas y colegios, otros de compras y aquellos que viajan por recreación. Es curioso observar los rostros de los viajeros por la ciudad. Sonrientes en la mañana. Al mediodía caras serias. En la noche no tienen la frescura de los semblantes de la mañana. Rostros embebidos en la pantalla de los celulares, sumergidos en la indiferencia ante los demás. El cansancio se hace evidente en el hecho de que el pasajero se pierde en las imágenes, parece que no le interesa la ciudad ni el parpadeo de las luces. Muy pocos sonríen. Aunque los usuarios de los autobuses no sufren como quienes conducen los autos. En la oscuridad creciente de la noche parece que la fatiga se hiciera presente, pues no es fácil la vuelta, así sea que se viaje en un coche cómodo, dado que, lo que ocurre fuera del vehículo lleva a tensiones, de tal modo que los nervios se cansan ante los obstáculos y las distancias para llegar a los lugares de los cuales partieron.