El título de esta columna coincide con el del reciente libro cuya mayoría de ejemplares no he podido publicar por falta de dinero, no sólo por la cíclica repetición de temas y problemas girando en la rutina de la vida cotidiana, de ciudades y países, así, el paso de las horas, días, meses y años nos den la sensación que hay grandes cambios, aunque los cíclicamente repetitivos titulares en los medios de comunicación nos indican que seguimos enfrascados en el mismo cambalache del “corcho en remolino”.
Me refiero a mi reciente viaje de un mes y tres días por el sur del país y algunas ciudades del Ecuador, iniciado cuando el coronavirus y el tema del aborto aún no habían colonizado los titulares de los medios de comunicación y me atreví a compartir las calles con numerosos venezolanos, colombianos y ecuatorianos que como en nuestro país a diario intentan subsistir como artesanos y vendedores ambulantes, y en nuestro caso para costear los gastos de transporte, alimentación y alojamiento, acompañando de Héctor Guerrero, quien me invitó y Magdalena Piso.
A mis casi 65 años no había ido al Ecuador y hacía más de 20 a Pasto, por eso, a pesar de lo aventurado de la propuesta, que incluía acampar donde se pudiera, como lo hicimos durante una semana en la playa el Murciélago de Manta, me decidí a viajar pues tal vez nunca tendría la posibilidad de hacerlo.
Partimos en un campero el último martes de enero, recorriendo la pésima carretera que une a Popayán con Pasto y que desde Rosas y en el paisaje semidesértico del Patía y territorio caucano presenta el peor tramo surcado de cráteres que algunos particulares, a cambio de ayudas voluntarias de los conductores, intentan tapar con tierra, mientras la maquinaria de mantenimiento de los dueños de la concesión que cobra los peajes brilla por su ausencia.
Así recorriendo la pésima carretera mentalmente repasaba los recientes titulares de la construcción e inauguración de túneles y puentes en las vías de doble calzada de Antioquia, la costa Atlántica, Santander, los Llanos y otras regiones y concluía que el sur del país, gracias a la desidia y falta de unidad de los congresistas y clase dirigente de los departamentos de Valle, Cauca, Nariño y Putumayo que se han concentrado en mal administrar sus feudos electorales, en materia vial se ha convertido en el culo cagado de Colombia porque no han podido terminar la doble calzada a Buenaventura y otras importantes vías y especialmente el Cauca con las vías hacía Tierradentro, Paletara y el Huila y la costa pacífica sin terminar y con el ahuecado y peligroso tramo que le corresponde de la Panamericana, pues al llegar a Pasto me encontré con la moderna doble calzada al aeropuerto, y el largo y recién inaugurado túnel que acorta la entrada a la ciudad, más el intenso trabajo que en varios frentes adelantan los contratistas de la doble calzada Pasto-Ipiales, y por contraste, a pesar de que hace más de 4 años pusieron la valla anunciando su construcción, la doble calzada Santander de Quilichao-Popayán no arranca y sólo recientemente el gobierno nacional anunció que al fin la doble calzada Pasto-Popayán fue incluida entre las obras 4G.
En la frontera al tener dificultades para continuar el viaje en el Campero en que arrancamos, este debió quedarse en un parqueadero en Ipiales y continuamos en bus, admirándome el bajo costo de los pasajes de servicio intermunicipal y urbano en el Ecuador, comparándolo con Colombia pues de Tulcán a Quito cobraron 7 dólares ($22.000) y la tarifa urbana cuesta 25 centavos ($800), todas con descuentos para la tercera edad y sin olvidar que el galón de gasolina cuesta cerca de $5.000, además que los peajes son escasos y las carreteras en buenas condiciones.
Ya en las calles, pude percibir que al igual que en nuestro país el pueblo raso subsiste como puede y a duras penas sus ingresos le alcanzan para adquirir lo estrictamente necesario en una economía dolarizada que favorece el mayor costo de la mayoría de artículos y alimentos con relación a Colombia, a excepción de los pescados, camarones y otros mariscos que sin sobrecostos son incluidos diariamente en los menús de los corrientazos (entre 2.5 y 3.5 dólares ($7.500 y $10.000).
Por las calles peatonalizadas en grandes trayectos y ofreciendo en venta diversas artesanías mientras patoneaba “el mayor centro histórico de Latinoamérica”, que según Google, está en Quito, me entraba a descansar en las numerosas iglesias, donde no cobraban la entrada, aprovechando para admirar en su cuna las maravillas de las diversas expresiones de arte religioso de la Escuela Quiteña, cuyas influencias alcanzaron a irradiar a Popayán. (Continuará)