A propósito de la COP16 que inicia en pocos días en la ciudad de Cali, está en boga la tarea de reconocer y exaltar nuestros atributos territoriales como entornos portadores de gran biodiversidad, entendida esta como la referencia a la variedad de especies vegetales y animales que interactúan en las heterogéneas regiones del planeta; en ese sentido, resulta importante también preguntarse por las inscripciones de las prácticas humanas sobre esa llamada biodiversidad; en otras palabras, se requiere interrogarnos como colectivos de seres biopsicosociales que somos parte del BIOS ¿qué hemos inscrito en esas tramas de la vida? Y ¿qué podríamos inscribir en el futuro inmediato?, estas inquietudes pueden ser importantes para efectos de una reflexión que trascienda el cinismo antropocéntrico y nos sitúe en el camino de la reflexión sobre las responsabilidades que tenemos como sociedad humana respecto a los entornos de vida, incluyendo especialmente los no humanos.
Partamos de reconocer que desde los lejanos orígenes los humanos nos hemos apropiado y beneficiado de la flora, la fauna, de los suelos y subsuelos, de la biósfera y de las corrientes hídricas, para autogenerarnos; lo que llamamos biodiversidad lo hemos vuelto alimento, medicamentos, vestido, elementos de hábitat y vivienda, insumos para expresar e inventar lenguajes, bienes de uso e intercambio, etc. La relación de especies ha sido posible, según el relato darwiniano, por un principio de lucha y selección en el que somos los humanos provistos de una inteligencia evolucionada quienes hemos ganado en la lotería de la vida el derecho a disponer del mundo biodiverso; esta ideología ha gobernado una narrativa de la historia según la cual es nuestra capacidad de hacer cultura, lo que nos ha permitido gobernar la biodiversidad que compone el mundo natural del cual formamos parte y que se supone, gobernamos y disponemos.
La huella de esa narrativa parte de un hecho evidente: las “culturas humanas” nos hemos situado en los sitios de mayor concentración de biodiversidad; es decir, nos hemos asentado en donde está el agua, los metales, la riqueza de los suelos, la multiplicidad del plancton, fitoplancton, zooplancton y en general en las zonas que tienen la mayor concentración de vida; hemos vuelto recursos los tejidos que sustentan nuestra humanidad y además, en la carrera desmedida por apropiarlos, hemos transformado dramáticamente los entornos, poniéndolos en riesgo para generar entornos artificiales; así hemos hecho convergencia para ser parte de las fuerzas que consumen el planeta y degradan la vida. Hoy, habitando en áreas donde se concentran los mayores bancos de BIOS, nuestras prácticas tienden a deprimirlos y agotarlos. Así con los océanos desde los litorales, así con las cuencas de agua dulce desde los centros poblados y las factorías, así con los suelos fértiles agotados por la explotación desmedida para la agroindustria y el extractivismo de minerales y combustibles.
Sobre esa biodiversidad cercada y cercenada, se despliega un gran dispositivo de interculturalidad, es decir de diversos genotipos y fenotipos humanos, que se han estructurado en formas de sociedades, diversa y desigualmente constituidas, interactuando en múltiples zonas de vida del planeta, organizadas como pueblos, comunidades, estados nacionales, mercados, etc. En un largo proceso histórico, hemos establecido unas formas de conocimiento, de morar y sobrevivir en esta esquina de la galaxia, adaptándonos, produciendo, diversificando estilos de vida, intercambiando entre regiones, ejerciendo el uso y en no pocas veces el abuso del mundo conocido. En síntesis, para reconocer la situación estratégica de la humanidad frente al acertijo biocultural de estos tiempos, podemos constatar una circunstancia en la cual las tramas culturales se han erigido sobre la base de un uso instrumental de la biodiversidad; ha primado la lógica mercantil de explotación de “recursos naturales”. En medio de gran confusión se requiere que volvamos a buscar la pista de un posible que hacer colectivo, ¿Cómo afrontar este momento con sentido de cuidado de la vida?
Las tramas culturales se han erigido sobre la base de un uso instrumental de la biodiversidad; ha primado la lógica mercantil de explotación de “recursos naturales”
Tenemos la oportunidad de retomar los equilibrios energéticos, recuperar los paisajes culturales y las prácticas agrícolas y pecuarias no invasivas; podemos retomar una relación empática con la vida de plantas y animales, valorar de otra forma las dinámicas de domesticación existentes, recuperar la importancia cultural de plantas nativas, apostarle a un nuevo urbanismo en las ciudades, reconociendo la interdependencia entre las sociedades humanas y su entorno biológico. Necesitamos emprender un nuevo laboratorio humano, que ayude a rectificar civilizatoriamente, que permita caminar en defensa y conservación de territorios pluriétnicos, construyendo una nueva institucionalidad acorde a las urgencias de descontaminación planetaria, recordando que la biodiversidad está ligada a la heterogeneidad cultural y que si se pierde diversidad cultural, también se pierde la diversidad biológica y se pone en riesgo la vida. Esto amerita nuevos movimientos de conocimiento, de espiritualidad, de economía y política alternativa. Tenemos la tarea de abrir ventanas hacia lo otro, hacia la alteridad y hacia la gestación de la vida con otros y otras. Esto implica pensar en un nuevo orden planetario más justo que afronte los problemas comunes en su gravedad, y que por esa vía posibilite emprender alternativas serias de cambio en lo local y lo global.