La mayoría de los latinoamericanos que viven en el exterior dejan muy en alto el nombre de sus países y se portan bien, pero basta que unos cuantos sinvergüenzas se porten mal para que el agua sucia nos caiga a todos e inmediatamente nos pasen la cuenta de cobro.
Eso fue lo que sucedió con la embarrada del desalmado hincha colombiano que se aprovechó del desconocimiento del idioma español de una fanática japonesa para hacerle decir vulgaridades y burlarse de ella, lo que fue rematado por otros tres descarriados nacionales que se ufanaron de haber introducido ilegalmente alcohol en unos binoculares, irrespetando las leyes del Estado ruso que prohíben el consumo de alcohol en lugares públicos.
Otro tanto sucedió en México, donde unos hinchas "manitos", en un acto irracional, de locura colectiva, quemaron la bandera de Alemania, ofendiendo la dignidad bávara, mientras que, en el país germano, los alemanes izaron respetuosamente la bandera mexicana, haciéndole los honores del caso.
Y, como para terminar de completar, unos desadaptados fanáticos argentinos se fueron a golpes contra unos seguidores croatas, enfurecidos porque su país no fue capaz de vencer a Croacia en franca lid.
¿Cómo diablos pretendemos, entonces, que en Europa y en el resto del mundo, a los latinoamericanos, en general, y a los colombianos, en particular, no nos consideren unos bárbaros subdesarrollados que solo se la pasan parrandeando, de fiesta en fiesta, viviendo "felices" en medio de la pobreza y la miseria absoluta, pretendiendo ser más "vivos" que los demás?