En la previa del Día de la Mujer, si bien es cierto que es un recordatorio de la deuda histórica que tiene la economía con ese segmento (tal como con el resto de la sociedad), existen falsas sensaciones de logro, como las que proyectan muchas candidatas con sus campañas fallidas.
La primera vicepresidente de la historia de nuestro país está desesperada por hacerse ver, para que alguien se acuerde de que ella existe, aunque Duque la desautorice (ojalá no sienta que es personal, pues aquel tirano contraría incluso al orden institucional, tal como demostró su señalamiento contra los magistrados de la Corte Constitucional que avalaron la despenalización del aborto).
De igual manera, el legado de la primera alcaldesa de la capital, Claudia López, atenta contra las mal denominadas minorías (grupos marginados que unidos representan la mayoría), pues su talante es despótico y autoritario. Su esposa, la congresista Angélica Lozano, señaló en entrevista para El Tiempo, publicada esta semana, que Íngrid Betancourt volvió con el chisme entre manos, dispuesta a hacerle daño al Partido Verde y a la Coalición Centro Esperanza (en este tragicómico lavadero ambas tienen la razón).
Siguiendo con el nepotismo, ellas ostentan herencias políticas. Considere la candidatura de Anastasia, la sobrina de Íngrid Betancourt, quien pretende lograr una curul en el Congreso, a través de la Cámara por Bogotá, representando al partido Oxígeno Verde. Afortunada, supuestamente está haciendo campaña con sus ahorros como fotógrafa; valga destacar que aquí un profesor con doctorado, en áreas sofisticadas como las presuntamente cotizadas áreas STEM, no ganaría lo suficiente para semejante empresa.
Confieso que desconocía sus ideas, hasta la columna que publicó José Fernando Isaza en El Espectador, en la que hacía síntesis de la tesis animal de esa nueva política, y la antítesis que aspira a representar para la política tradicional.
El doctor Isaza formuló cuestionamientos apropiados y pertinentes; por ejemplo, ante la propuesta de Anastasia de otorgar ciudadanía a las mascotas, “¿tendrán derecho al voto y a ser elegidas? […] ¿Las mascotas tendrán jurisdicción electoral especial?”. Hasta aquí, convengamos que los Delfines son una especie con privilegios políticos y económicos, superiores a los del colombiano promedio, tal como las Ratas, los Micos y los Elefantes.
Retomando, José Fernando Isaza pregunta, “¿Qué pasaría si algún otro congresista propone expedir una ley que declare que las plantas son ciudadanos vivientes?”. Tampoco sería una sorpresa, pues, ante los ojos de los ciudadanos, prácticamente todos los burócratas parecen estar en estado vegetativo, sean quienes atienden en ventanillas que obstaculizan la resolución de los procedimientos y los requerimientos, o quienes se entronizan en los altos cargos del Estado, sean o no de elección popular, para disfrutar de salarios y pensiones que los elevan al estrato de ciudadano del mundo desarrollado.
Más allá de los dislates a los que nos tiene acostumbrados María Fernanda Cabal, quien es algo así como la Natalia París de la política colombiana, termino lamentando las cada vez más frecuentes decepciones que está ofreciendo Juanita Goebertus, a quien he admirado, tras asumir el liderazgo de la errática campaña de Alejandro Gaviria, y su todo vale, hasta firmar su testamento a Diana Rodríguez para que llegue al Congreso en Cuerpo Ajeno.
Para colmo, apelan a una valla publicitaria que cada persona podrá juzgar, aunque seguramente la conclusión compartida será que están fuera de lugar. Más allá de los asuntos de fondo, también pecan en los de forma, pues simplemente se aprovecharon del lapsus de Ingrid, para hacerle matoneo, cobrándose su insurrección del Centro Esperanza.
El feminismo abanderó los mismos caprichos y vicios del establecimiento que prometían combatir; y han terminado por excluir a las demás minorías: ese es el precio de la Discriminación Positiva por el que decidieron emprender esta inútil Guerra de los Sexos: tal como la que activó Ángela Robledo, tras traicionar al Partido Verde para arrejuntarse con Petro.
Eso sí, todas lucen con el cabello oxigenado; también verdes, muy inmaduras, para los desafíos que presupone un cambio radical en la política: superficiales y simplonas, la mayoría de las aspirantes simplemente ofrecen más de lo mismo que siempre, pues es el lujo que pueden permitirse, ganando $40 millones mensuales, Angélica Lozano y Juanita Goebertus, para dejar de trabajar con la gente, para dedicarse a reelegirse, o cargarle la maleta a un aspirante: no a los ciudadanos que las eligieron, o aquellos que contribuyen para que les paguen sus ingresos como parlamentarias.
PS. Sigo insistiendo en que las dos personas mejor calificadas para gobernar a Colombia son Cecilia López y Germán Vargas. De momento, votaré en las listas a Congreso por el Pacto Histórico (consciente de la necesidad de un cambio radical, a falta de convencimiento por sus pobres propuestas), y en favor de Sergio Fajardo, quien no se ha dejado manchar con las mañas de Alejandro Gaviria, y sus promesas de mermelada.
