En días recientes fue publicado en este medio un artículo titulado La teofobia colombiana. Dicho texto hace parte de un conjunto de escritos que han empezado a aparecer masivamente en algunos medios de comunicación con el ánimo de victimizar las posturas radicales y extremistas de ciertos líderes cristianos, que van desde la negación de la evidencia científica acerca de la evolución hasta la exacerbación de la homofobia y las amenazas contra todos aquellos que no piensen y actúen "como Dios manda". Como veremos, Halinisky, su autor, apela por lo menos a cuatro grandes mentiras para intentar justificar los actos de quienes defiende.
En efecto, el primer error que comete el señor Halinisky es considerar que las críticas van dirigidas a toda la población a la que él denomina como "cristianos evangélicos". Nada más lejos de la realidad. Las críticas no se deben, como tendenciosamente sostiene ese autor, a la adscripción a alguna creencia religiosa en particular, ni mucho menos van dirigidas hacia la población cristiana. Más bien, y eso debe quedar claro, van orientadas hacia ciertos personajes icónicos de la amalgama político-religiosa colombiana, quienes, casualmente, son los que se han popularizado debido a su impetuoso afán de fomentar el odio y la intolerancia.
El segundo error que comete se evidencia cuando afirma que "los cristianos evangélicos son los nuevos parias sociales de Colombia, como en algún momento lo fueron los judíos para la Alemania hitleriana". ¿De dónde saca ello?, ¿cuáles son las cifras que respaldan tal afirmación?, ¿quién los persigue?, ¿dónde están los campos de concentración? De hecho, el resultado del plebiscito o las manifestaciones como la marcha en contra de la implementación de las cartillas —que según algunos líderes religiosos pretendían imponer la "ideología de género"— demuestran el gran peso que tienen estos grupos en nuestra nación. Eso sin contar la existencia de muchos cristianos que son queridos y admirados por todos los colombianos: el humorista José Ordóñez de Ordóñese de la risa; el actor John Alexander Ortíz, recordado por su papel de Mateíto en Pandillas, guerra y paz, y el varias veces capitán de la selección Colombia, Radamel Falcao García. Ellos son solo algunos ejemplos.
Tercero, no es cierto tampoco, como lo defiende en su artículo, que el pastor Arrázola haya sido "quemado en la hoguera", expresión proveniente de una época en la que unos religiosos se creían con la autoridad de decidir sobre la vida de los demás, por su cercanía al expresidente Uribe y a su compromiso con el “No” en el plebiscito del año pasado. Si se revisan las noticias alrededor del tema se verá que los reproches a ese pastor provienen, en realidad, de la postura que asumió frente a las investigaciones que hizo el periodista Lucio Torres, quien reveló que el pastor, junto con su familia, recibe cerca de 200 millones de pesos al mes producto del diezmo. Todos recordamos ese fragmento de vídeo en donde se ve al pastor diciendo que si no fuese porque es cristiano, el periodista hace rato hubiese sido víctima de una golpiza proporcionada por los "manes tablúos" de Arrázola.
El cuarto y último error que comete el autor es creer que "personajes como Viviane Morales, Alejandro Ordóñez, Ángela Hernández, u Oswaldo Ortiz, son odiados, ridiculizados y matoneados porque manifiestan sus creencias religiosas y sus valores morales". Habría que recordarle a Halinisky que expresar una crítica no es sinónimo de odiar o matonear a una persona, sino de exponer aquello con lo que no se está de acuerdo. Además, insisto, las críticas constantes que se le hacen a dichos personajes no se dan en razón de sus creencias religiosas, sino de las posturas radicales que asumen y que atentan contra todas las poblaciones vulnerables que no piensan como ellos o no profesan su misma fe.
Señor Halinisky, no se confunda. No es teofobia, pues el miedo no es hacia "Dios", hacia ninguno de todos los que hay actualmente en el mundo y del que el suyo es solo uno más. Tampoco es cristianofobia, puesto que la mayoría de cristianos —personas nobles, honestas y trabajadoras— podrán generar muchas cosas, pero difícilmente despertarán temor. En realidad, si hay un miedo, este ha de ser hacia los fundamentalistas religiosos, es decir, hacia aquellos que se creen los poseedores de la verdad absoluta y revelada, hacia quienes creen haber sido designados para imponer su fe aun pasando por encima de los derechos de los otros. El miedo, en últimas, es hacia aquellos que se consideran moralmente superiores por orar en una congregación religiosa para que "haya paz en Colombia" mientras ignoran de la forma más descarada posible al habitante de calle que se encuentra hambriento y con frío sin ninguna clase de refugio, o a la mujer indígena que se vio en la necesidad de mendigar en el puente para poder alimentar a sus pequeños hijos.